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“Un punto de vista teológico-bíblico de la Historia”

 

 

La lección de esta semana hace un gran servicio al recordarnos la centralidad de la Historia en las Sagradas Escrituras –no sólo por el registro histórico del pueblo de Dios, sino también por el deseo abrumador de Dios de que su pueblo sea consciente de ese registro.[i]  Este es un tema sobre el cual, sin embargo, los adventistas del Séptimo Día en la práctica somos ambivalentes.  Una de las citas más queridas de la pionera de los primeros adventistas, y profetisa, Elena G. de White, destaca la importancia de nuestra historia. “No tenemos nada que temer por el futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha guiado, y su enseñanza en nuestra historia pasada”.[ii]  Sin embargo, creo que éste no es sólo uno de los pasajes más frecuentemente citados de todos los escritos de Elena G. de White, sino también uno de los menos escuchados.  Conocemos las palabras, pero es como si mediante su repetición obviáramos la necesidad de poner en práctica el principio que ellas contienen.  En todo caso, colectivamente no hemos actuado en conformidad con estas conmovedoras palabras.  Los adventistas del Séptimo Día hemos olvidado “la forma en que el Señor nos ha guiado”, simplemente porque no nos hemos interesado ​​en “nuestra historia pasada”.

Los adventistas y la Historia

Pues bien, a veces podemos sentir que la Historia no es muy relevante para nosotros, como adventistas del Séptimo Día.  Después de todo, la única razón de nuestra existencia gira en torno al esperado e inminente fin de la Historia.  A veces podemos preguntarnos si la reflexión sobre el pasado es necesaria, o incluso apropiada, para una comunidad de adventistas, que creemos que la segunda venida de Cristo es inminente, y cuyo objetivo es apresurarla mediante la predicación de la Palabra en todo el mundo.  Podemos tener la impresión de que el conocimiento de nuestra historia podría ser algo bueno para aquellos que están interesados, pero que no es importante para la iglesia como un todo.  Podemos incluso pensar que mirar nuestra historia podría ser una especie de piedra de tropiezo –ya que, al tratar de desentrañar detalles oscuros de nuestro pasado, “secos como el polvo”, vamos a quitar nuestros ojos del galardón, y terminaremos dando tumbos en la carrera de la fe, que debería culminar con una corona celestial (cf. 1 Cor. 9:24-25).

Creo que, de hecho, ocurre lo contrario.  Prestar atención a nuestra historia es vital para nosotros, tanto a nivel individual como desde el punto de vista comunitario.  El claro mensaje de las Escrituras es que Nuestro Señor quiere que todos los cristianos seamos conscientes de la historia sagrada, porque ésta es una gran fuente de inspiración para todos los cristianos.  ¡Incluso podríamos decir que Dios, en cierto sentido, es un historiador!

Dios, su pueblo y la Historia

En el Antiguo Testamento, Dios repetidamente llama la atención de su pueblo hacia su pasado, en el que podían encontrar las pruebas del cuidado providencial y de la dirección divina, a fin de hallar nuevas fuerzas para enfrentar el futuro y las tareas que les esperaban.  Al mirar a la historia, podrían encontrar motivos para tener esperanza –esperanza y fe en la guía y el liderazgo de Dios.

Uno de los mayores ejemplos delo deseo de Dios que su pueblo conozca su historia, se encuentra a comienzos de la conquista de Canaán.  Habiendo sucedido a Moisés como líder, Josué ordenó a las doce tribus de Israel que se prepararan para cruzar el Jordán, diciéndoles: “Así es cómo sabremos que el Dios vivo está entre vosotros: . . . el Arca de la Alianza . . . cruzará el Jordán delante de ustedes. . . . Y tan pronto como los sacerdotes que llevan el arca del Señor  —el Señor de toda la Tierra—  pongan un pie en el Jordán, sus aguas que corren río abajo serán cortadas y estarán en un montón”(Josué 3:9-13, NVI ).  Dios iba a producir un milagroso cruce del Jordán, pero está claro que el milagro era para un propósito específico, pues en rigor éste no era necesario.  Como nos dice la Biblia, el Jordán estaba “en la época de la inundación” (Josué 3:15, NVI); en esta época del año, el flujo de las aguas venía desde las montañas hasta el mar Muerto en gran volumen y con gran fuerza, arrastrando incluso grandes piedras aguas abajo.  Pero la mayor parte del año, el Jordán es en realidad un pequeño arroyo, fácilmente vadeable.  Dios podría haber hecho que los hijos de Israel cruzaran en otra época del año.

Los hizo cruzar en esa época del año porque le permitió demostrar a los israelitas (y a los pueblos de los reinos vecinos) que Dios era todopoderoso, que Él amaba a los israelitas y los estaba guiando, y que su líder era su agente elegido (Jos 3:7).  Dios les había dado a sus padres (y a los egipcios) una manifestación de su poder en el cruce del Mar Rojo (o Mar de los Juncos, que es lo que realmente significa en hebreo), cuando Moisés conducía a las doce tribus.  Ahora los de la nueva generación, que no había nacido o bien eran niños cuarenta años atrás, cuando los israelitas fueron liberados milagrosamente de Egipto, iban a tener una demostración similar del poder del “Señor de toda la tierra”, mediante el cruce milagroso hacia Canaán, bajo el liderazgo de Josué.  Sin embargo, mientras que el cruce del mar Rojo fue conmemorado en el himno dirigido por Miriam (Éxodo 15:1-22), el cruce del Jordán proporcionó la oportunidad para una conmemoración más concreta, y creo que esta es una razón de por qué Dios hizo que los israelitas cruzaran el Jordán mientras se encontraba en la época de las inundaciones.

Las piedras del Jordán

Josué 4:1-3 nos dice:

“Cuando todo el pueblo acabó de pasar el Jordán, el Señor dijo a Josué: «Escoge doce hombres de entre la gente, uno de cada tribu, y díganles que tomen doce piedras del medio del Jordán, de donde los sacerdotes estuvieron de pie, y llévenlas al lugar donde pasarán la noche” (Josué 4:1-3, NVI)

Téngase en cuenta que el mismo Señor ordenó que un representante de cada tribu tomara una piedra grande, que fueran hasta el centro del cauce del río, y que llevaran las piedras a tierra firme.  Josué explicó a los hombres escogidos que cada uno tomara una piedra “para que sirva como una señal entre ustedes en el futuro. . . .  Estas piedras han de ser un monumento conmemorativo para los hijos de Israel para siempre” (Josué 4:6-7, NVI).

Después de haber hecho como Dios y Josué les dijo, los israelitas llevaron las piedras a un kilómetro más allá del río, a Gilgal. “Y Josué erigió en Gilgal las doce piedras”, y dijo al pueblo: “¿Qué significan estas piedras?” “En el futuro, cuando vuestros descendientes les pregunten, les dirán: ‘Israel pasó el Jordán sobre tierra seca, porque el Señor vuestro Dios secó el Jordán delante de … [Él] e hizo con el Jordán tal como había hecho con el Mar Rojo … Él hizo esto para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano del Señor es fuerte, y de esta manera tengáis reverencia y temor al Señor vuestro Dios para siempre” (Josué 4:20-24, NVI, amplificada).

Al recordar las intervenciones milagrosas de la providencia en el pasado, el pueblo de Dios no podía dejar de ser alentado y fortalecido en su presente.  Recordando cómo Dios había actuado en su historia, sería más fácil para ellos reverenciarlo y adorarlo.  Tal como Josué dijo a los hombres que tomaron las piedras del Jordán: “Estas piedras han de ser un monumento conmemorativo para los hijos de Israel para siempre”.  Los historiadores debaten acerca de cuándo y dónde la gente comenzó a establecer memoriales históricos.  ¡El libro de Josué nos dice que el primer monumento histórico se creó por una orden directa de Dios!

La piedra en Mizpa

Ese no fue el último monumento en ser construido por mandato divino.  Cuando el profeta Samuel fue reconocido como líder del pueblo de Dios, instó a los israelitas a “librarse de … los dioses extranjeros”, y les ordenó que “se comprometan a que sólo servirán al Señor”, y les prometió que, si lo hacían, entonces Dios “os librará de las manos de los filisteos” (1 Sam. 7:3, NVI).  Las doce tribus se reunieron en Mizpa para comprometerse de nuevo a la adoración del único Dios verdadero (v. 6).  Sin embargo, “los gobernantes de los filisteos” supusieron que los israelitas se reunían para hacer la guerra, por lo que “marcharon contra Israel” (v. 7, NVI).  Samuel instó a los israelitas a no resistir, sino que confiaran en el Señor.  El resultado fue que, cuando el ejército de los filisteos se acercaba, Samuel “clamó al Señor en nombre de Israel”, y “el Señor … tronó contra los filisteos y los puso en tal estado de pánico que fueron derrotados” (v. 10, NVI).

Samuel quería asegurarse de que los israelitas no volverían a caer fácilmente en la idolatría, y por lo tanto, “tomó una piedra y la erigió [cerca] de Mizpa”, y “la llamó Eben-ezer”, que significa “piedra de ayuda”, porque declaró: “hasta ahora el Señor nos ha ayudado” (7:12, NVI).  Por lo tanto, la gran victoria sobre los filisteos, lograda únicamente por la intervención divina, se conmemoró de forma permanente con un monumento.

Durante todo el tiempo que Samuel fue juez de los israelitas, estuvieron en paz, tanto con los filisteos como con los amorreos, y la idolatría era rara.[iii]  Sólo cuando Saúl se convirtió en rey, los filisteos acosaron a Israel otra vez.  El recuerdo de la milagrosa victoria en Mizpa, perpetuada por la piedra Eben-ezer, ayudaba no sólo a intimidar a los filisteos sino también a mantener en fidelidad a Dios a los hijos de Israel.

Dios y el registro histórico

Además de inspirar la construcción de monumentos físicos para conmemorar su papel en la historia de Israel, Dios, a través de sus profetas, también instó repetidamente a su pueblo a que estudiara su historia y el rol de Yahvé en ella.

En el discurso final de Moisés a los israelitas, poco antes de su muerte, en repetidas ocasiones les instó a preservar su historia.  Ellos debían “tener cuidado, prestar atención y no olvidar las cosas que [sus] ojos habían visto, ni apartarse de [su] corazón”, y ser “cuidadosos de no olvidar la alianza del Señor”, y “tened cuidado de que no os olvidéis de Jehová, que te sacó de Egipto” (Deuteronomio 4:9, 23, 6:12, los énfasis han sido agregados).  Esto no fue una tarea sólo para la generación que había experimentado los milagros del Mar Rojo y del Sinaí; Moisés también ordenó a los israelitas: “Enseñarás [estas historias] a tus hijos y a sus hijos después de ellos” (Deut. 4:9).  Resulta sorprendente que Moisés presenta el recuerdo de la historia como algo que requiere cuidado  —se  requiere un esfuerzo, y la historia debe ser transmitida a la siguiente generación.  Moisés llama a los israelitas a preservar y registrar sus recuerdos, a tener memoria de la historia.

Esta debía ser una preocupación constante para los líderes de Israel divinamente ordenados.  En los días de Gedeón, un profeta anónimo, enviado por Dios para que los israelitas se arrepientan y vuelven a Dios, comenzó su mensaje con un recordatorio de su historia (Jueces 6:8-10).  Elena G. de White escribe que en las escuelas de los profetas, establecidas por Samuel “para servir como una barrera contra la corrupción generalizada …”, entre “los temas principales de estudio” estaban “los registros de la historia sagrada”.[iv]  Poco antes de su muerte, el rey David, en un discurso de despedida a su pueblo, les ordenó no sólo “dar gracias al Señor [y] a la gloria de su santo nombre” y “buscar al Señor y su poder”, sino también le dijo: “Acordaos de las maravillas que Él ha hecho, de sus prodigios y los juicios de su boca” (1 Crón. 16:8-12, NVI, énfasis añadido).

El incumplimiento de las frecuentes órdenes de recordar la historia, trajo como resultado desastres y la reprensión divina.  El profeta Miqueas, reprendiendo a los israelitas por la apostasía, puso de relieve su incapacidad para recordar cómo Dios “os sacó de Egipto” a través del ministerio de “Moisés, Aarón y Miriam …”.  El profeta, con palabras que son presentadas como propias de Dios, dos veces explícitamente les dice que “recuerden” coqueteos anteriores con la religión pagana; el segundo mandamiento sorprendentemente hace referencia al monumento erigido en Gilgal, que se caracterizaba por ser el punto final de un viaje desde Sittim: el sitio de uno de los episodios más atroces de la idolatría y la apostasía en cuarenta años de los israelitas en el desierto  (Miqueas 6, 4, 5, NVI.  Cf. Num., los capítulos 24-25, especialmente 25:1-5).

Cuando Nehemías, así como Moisés y David antes que él, pronunció un discurso de despedida, contó a los exiliados que regresaron de Babilonia toda la historia de Israel, desde el momento en que Dios eligió a Abraham.  A continuación, reprendió a sus oyentes, ya que, al igual que sus antepasados, “se negaban a escuchar y dejaron de recordar” lo que Dios había hecho por ellos en el pasado (Neh. 9:17, NVI, énfasis añadido).

La Historia y la Iglesia primitiva

El deseo de Dios que su pueblo conozca su historia y, especialmente, el registro de Su acción en su historia no se limita a la época del Antiguo Testamento.  Cuando Esteban fue acusado de “hablar en contra [del templo] y en contra de la ley” por su constante predicación de Jesús (Hechos 6:13, NVI), comenzó su defensa resumiendo toda la historia de Israel, a pesar de que sus oyentes, miembros de la de la élite religiosa judía, deben haber sabido todo tan bien como él.  Pero el asunto era que la misión de Jesús tenía que ser entendida dentro del contexto de la larga historia de interacción divina con los israelitas y la historia de su rechazo de los profetas, incluso de aquellos que anunciaban la venida del Mesías (Hechos 7:52).  El evangelio, en otras palabras, tiene un sentido más claro cuando se lo entiende en su contexto histórico.

Las historias de Esteban y de los otros mártires cristianos y misioneros primitivos, que todavía tienen el poder de inspirarnos en virtud de su fe, heroísmo y tenacidad demostrados, se han preservado para nosotros debido a los esfuerzos de Lucas.  Pero al escribir lo que conocemos como el libro de los  Hechos, ¿cuál era el propósito de Lucas?  Hechos es la continuación de la narración de la vida de Jesús que conocemos como el Evangelio de Lucas, y es evidente que tenía un propósito y método similares (cf. Hch 1,1-3).  En su introducción al Evangelio que lleva su nombre, Lucas, escribiendo a los “amigos de Dios”, declara que él estaba escribiendo porque la había “parecido bien … escribir un relato ordenado para ti, … para que conozcas bien la verdad de la las cosas que nos han sido enseñadas “(Lucas 1:3-4, NVI, énfasis añadido).   Lucas dice que compiló este “relato ordenado” a partir de los diferentes relatos ya existentes y de narraciones de testigos (v.2, NVI).  Tanto el Evangelio de Lucas como el Libro de los Hechos, se basan en la investigación histórica.

Lucas, entonces, fue el primer historiador del cristianismo.  Así como Dios inspiró la creación del primer monumento histórico, también inspiró los relatos históricos de la fundación de la Iglesia.

Pablo, que fue testigo del apedreamiento de Esteban y aprobó su muerte (Hechos 8:1), habría aprobado las acciones de Lucas.  No sólo fue Lucas un estrecho colaborador de Pablo, sino que además, mientras que el apóstol dijo a los gentiles que estaban libres de las restricciones de la ley mosaica, no quiso decir que, por lo tanto, podían pasar por alto la historia de Israel, o la historia que Lucas en ese momento estaba empezando a reunir.  Pablo instó a los creyentes de Tesalónica: “Así que, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que se os enseñaron, ya sea oralmente o por carta nuestra” (1 Tes. 2:15, NVI, énfasis añadido).

Corriendo la carrera de la fe

Fue a causa de un fuerte sentido de la realidad histórica del pueblo de Dios a través del tiempo que el autor de Hebreos pudo alentar a los creyentes cristianos del primer siglo, instándoles no sólo a tener “memoria de los días pasados” de su camino en la fe (Heb. 10:32, NVI), sino también a reflexionar sobre las experiencias de las generaciones pasadas.  Y esto llevó al autor a iniciar el relato extraordinario de héroes de la fe y de la historia sagrada a partir de Abel, que constituye Hebreos capítulo 11.

El autor hace hincapié en que incluso Abel, Enoc, Noé, Abraham y Sara “no recibieron lo prometido”, y así murieron en la fe (11:13, NVI).  ¡La promesa está todavía por venir!  ¿Cómo, entonces, fueron Isaac, Jacob, Esaú, José, Moisés y todos los jueces y los héroes de la fe, capaces de continuar en esa fe, cuando “no vieron la promesa”?  Fue debido a que cada generación ha tenido el ejemplo de la generación anterior, que han vivido por la fe, confiando en la promesa, pero que también han sido capacitados por Dios para soportar los terribles desafíos que enfrentaban.  Hoy en día tenemos el registro de muchas más generaciones de fieles creyentes, que sufrieron la tortura, la burla, el encarcelamiento, el hambre y todo tipo de dificultades, pero que sin embargo “a través de la fe conquistaron reinos, administraron la justicia, … cerraron la boca de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada, cuya debilidad se convirtió a la fortaleza” (Heb. 11:33-34, NVI).

Cada creyente a quien fue dirigido el libro de Hebreos está rodeado por una “gran nube de testigos”, ¡cuánto más cierto es esto con respecto a nosotros hoy!  Debido a su ejemplo, somos capaces de despojarnos “de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos asedia  … y corramos con paciencia la carrera”, que concluye en el Cielo con Cristo, “el autor y consumador de nuestra fe” (Heb. 12 :1-2, NVI).  La Historia está lejos de ser una piedra de tropiezo  —ella nos anima y nos da energía.

La historia y el cristiano adventista del Séptimo Día

Este, entonces, es el modelo que encontramos en las Escrituras –nuestro pasado es el que nos da el poder para el presente y para el futuro.  Saber cómo Dios ha actuado en la Historia nos recuerda lo mucho que le debemos –nos hace ser humildes, y cuando somos humildes, centrados en Dios y no en nosotros, entonces no hay límite para lo que Él puede obrar en nosotros.  Saber cómo Dios ha actuado en el pasado también nos da la confianza de que Él nos permitirá afrontar los retos que tenemos ahora y en el futuro.

Sus ejemplos nos pueden inspirar y nos dan nuevos ánimos al proclamar las buenas nuevas de salvación a un mundo quebrantado por el pecado.  Tenemos que conocer estas historias si vamos a pasarlas a la siguiente generación y, ¡a menos que transmitamos lo que hemos recibido, no hay Iglesia!  Conocer nuestra historia nos une a todas las generaciones pasadas de los seguidores de Dios: desde los antiguos israelitas, a los cristianos medievales, a los reformadores protestantes, a los que fundaron nuestra denominación a mediados del siglo XIX, y a todos los que han seguido después de ellos, que son la “gran nube de testigos que nos rodean” (Heb. 12:01, NVI).  Sus ejemplos nos recuerdan lo que los débiles hombres y mujeres pueden lograr cuando se consagran a Dios, así como las doce piedras del río Jordán les recordaron a los hijos de Israel todo lo que Dios había hecho por ellos, llevándolos a través de las aguas del mar Rojo para sacarlos de la esclavitud en Egipto, y a continuación, a través del desierto de la desobediencia, para llevarlos a través de las aguas del Jordán a la tierra prometida de Canaán; la Historia nos encaminan hacia el Autor y Consumador de nuestra fe, a través de cuyo poder, solamente, llegaremos a la tierra prometida del Cielo.


NOTAS

[i]Este artículo está basado en dos artículos previos, adaptados y expandidos: ‘Piedras con significado”, parte 1, “Por qué la Historia es importante: Historia sagrada”, parte 2, “Por qué nuestra historia es importante: Los adventistas del Séptimo Día y la Historia”,Adventist Review, 188 (9 y 16 de junio, 2011), 500–2, 527–29.

[ii]  Life Sketches of Ellen G. White(Mountain View, Calif.: Pacific Press, 1915), 196.

[iii]  1 Sam. 7: 13-14; Elena G. de White, La historia de los patriarcas y profetas (Washington, D.C.: Review & Herald, 1958), p. 591.

[iv] Patriarcas y Profetas, pp. 594-95 at 595; cf. Testimonios para la iglesia, 9 vols. (Oakland, Calif: Pacific Press, y Battle Creek, Mich.: Review & Herald, 1901-1909), vol. 8, p. 307.

 

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

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