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“Adoración fuera del Edén”

 

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

Es probable que no siempre pensemos en la historia de las ofrendas de Caín y Abel como una historia acerca de la adoración –pero en realidad lo es.  Como Ellen White señala, no se trataba de sacrificios para expiar el pecado: por el contrario, “[eran] ofrendas . . . para expresar la fe en el Salvador a quien la ofrenda tipificaba, y al mismo tiempo para reconocer su total dependencia de Él. . . .  Aparte de esto, los primeros frutos de la tierra debían ser presentados ante el Señor como ofrenda de agradecimiento” [Patriarcas y Profetas, 7].

Caín y Abel, la primera generación que vivió toda su vida fuera del paraíso terrenal, juntaron los primeros frutos de la tierra contaminada, después de haber sido obligados a conseguir su alimento con el sudor de su frente, tal como el Señor anunció en Génesis 3:19.  Ambos parecen haberse dado cuenta de que habían gozado de las bendiciones divinas, y así respondieron.  Lo hicieron con actos de reconocimiento y dieron gracias por esas bendiciones.  De esta manera, entonces, se registraron los primeros actos de adoración de la historia humana.

En Génesis 4:2-5 leemos que Caín y Abel trajeron una ofrenda ante el Señor, pero éstas eran muy diferentes.  Abel era pastor y trajo un cordero, mientras que Caín, que era agricultor, trajo una ofrenda del fruto de su tierra.  Existe una relación entre el trabajo de cada uno y su ofrenda, ambos trajeron lo mejor del producto de su trabajo.  Sabemos esto porque Hebreos 11:4 nos dice que la ofrenda de cada uno era excelente.  Así que Caín trajo una ofrenda excelente, pero la de Abel era aún mejor.  La superioridad de la ofrenda de Abel no lo era en términos de la calidad o cantidad de lo que colocó sobre el altar –lo era en términos de lo que había en su corazón.  Así también, nuestra respuesta a Dios en la adoración debe ser de corazón, sincera, y además debe centrarse en Dios y no en nosotros –la adoración no es cuestión de exaltar los logros humanos sino las bendiciones divinas.

Y aunque los dos hermanos debían ofrecer a Dios lo mejor de lo que tenían, Génesis nos dice que Dios aceptó la ofrenda de Abel y no la de Caín.  Más tarde, Dios dijo a los israelitas (por ejemplo, Ex 22:29, 23:19, Números 18:12) que los primeros frutos de las cosechas debían ser traídos a Dios como ofrendas de agradecimiento; entonces, ya que creemos que gran parte de la ley escrita en los días de Moisés había sido una constante desde la creación, podría parecer que Dios fue injusto en su respuesta a Caín.  Es, por tanto, fundamental que miremos de cerca la forma en que Dios se comunicó con Caín después de rechazar su ofrenda.

Dios pregunta: (4:6): ¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué ha decaído tu semblante?  La pregunta de Dios es una revelación conmovedora de su anhelo de relacionarse continuamente con Caín, a pesar de la ofrenda orgullosa e inaceptable de éste.  Nótese bien que Dios, claramente, está mirando el rostro de Caín y no su ofrenda.  Dios se preocupa por la miseria que Caín estaba experimentando –su amargo disgusto porque la ofrenda de su hermano había sido aceptada, pero no la suya— y Dios se preocupa a pesar de que fue la decisión de Caín la que había precipitado la situación.  Dios conoce las emociones que Caín siente —su ira y su vergüenza— sin embargo Dios le pregunta con suavidad, para que Caín describa en sus propias palabras lo que siente.  Dios lo invita al diálogo, porque en la conversación habrá oportunidad para aclararle por qué el tipo de ofrenda era importante.  Un acto de adoración, entonces, para Dios (si no para Caín) era parte de la construcción de una relación.

Dios le pregunta a continuación (4:7): Si hubieras hecho lo que es correcto, ¿no serías enaltecido?

Dios da a Caín la oportunidad de llevar una nueva ofrenda que sea aceptable.  Dios sabe que Caín tiene que traer otro tipo de ofrenda, con el fin de reorientar su adoración hacia una razón superior para amar a Dios.  Aún si los frutos de la tierra hubieran sido los mejores del huerto de Caín, y por más que éste hubiera tenido razones para agradecer a Dios por el sostenimiento de la vida física, los frutos no simbolizaban la razón última de la adoración a Dios –su provisión de la vida espiritual.

Dios sabe que el ser humano no puede elevarse más alto que el nivel de su ofrenda.  Nos convertimos en lo que le presentamos en adoración.  Dios quería que Caín experimentara mucho más que simplemente la afirmación de la bendición divina sobre su mayordomía de la tierra.  Las técnicas de cultivo tienen sus límites cuando se presentan las inclemencias del tiempo.  Dios quería que Caín llevara la mejor ofrenda: la que le recordara que Dios se vaciaría hasta la muerte por salvar a Caín.  La sangre era un símbolo profético.  Eratestigo de la muerte y era testigo de la vida.  Dios aceptaría las consecuencias de nuestro destino merecido para que pudiéramos experimentar la transfusión necesaria para vivir una nueva vida.  Pidió que la adoración fuera ante todo una representación de su ofrenda a nuestro favor.

Dios concluye (4:7): Si no haces lo que está bien, el pecado está a la puerta; él  desea poseerte, pero tú debes dominarlo.

Dios vio el cuadro completo de lo que estaba en juego en la vida de Caín en ese momento, y no dejó de advertir a Caín.  Una vez más, tenemos la evidencia indiscutible de lo mucho que Dios deseaba que Caín permaneciera en relación armoniosa con su Creador.  Dios había visto cómo Adán y Eva se habían separado de Él –y no quería que un hijo de ellos recorriera el mismo camino.  Caín, el hijo biológico de Adán y Eva, es hijo espiritual de Dios.  Este es un momento crítico.  Como cualquier padre que no quiere perder a un hijo, Dios está pidiendo a Caín que tome la decisión correcta.

Desgraciadamente, como sabemos, la historia muestra el resultado trágico de que Caín se negara a traer otra ofrenda.  Es una triste ironía que Caín no mate un cordero, pero que termine matando a su hermano.  Sin embargo, incluso después de ese acto horrible, Dios reveló su misericordia para con el pecador protegiendo la vida de Caín, otorgándole una oportunidad para el arrepentimiento.  ¡Aún,en ese momento, la dirección de la vida de Caín podría haber sido cambiada!  Lamentablemente, la Escritura indica claramente que la elección que hizo Caín al traer su ofrenda, su acto de adoración viciado, es indicativo de cómo vivió el resto de su vida (cf. 1 Juan 3:12; Judas 11).  Nunca se elevó por encima del nivel de la ofrenda que hizo en ese día fatídico.

Caín y Abel pueden representar a todos los que han adorado a Dios a través del tiempo.  En su historia, nos encontramos casi escondidos detrás de sus descripciones.  La realidad de nuestra naturaleza humana es que, probablemente, siempre habrá una mezcla de estos dos fieles.  Combinamos elogios genuinos hacia Dios con el orgullo de nuestras obras.  Podemos describir sus bendiciones, pero con frecuencia nos centramos en aquellas cosas que nosotros llevamos a cabo y que merecen atención.  Venimos a adorar como lo hizo Caín y también como Abel, como lo hicieron tanto el fariseo como el publicano de la parábola de Jesús (Lucas 18:9-14), una parábola en la que es el pecador, y no el supuesto santo, el que adora a Dios en verdad, porque la adoración –como dijo Jesús a sus discípulos— se trata de humillarnos a nosotros mismos y exaltar a Dios.

La historia de Caín y Abel sugiere que, cuando adoramos a Dios, uno de los problemas más críticos no es lo que llevamos a la adoración sino lo que dejamos.  ¿Dejamos atrás las ofrendas de nuestros irreverentes actos orgullosos?  ¿Captamos más plenamente que Dios estaba dispuesto a vaciarse a sí mismo de la vida para que, a su vez, nosotros pudiéramos participar de ese primer soplo de vida eterna?  ¿Nos olvidamos de que la propiedad de Dios es tener misericordia siempre?

Dios es honrado por los actos de adoración que reflejan su carácter, y es misericordioso hacia nuestros actos de culto que no lo representan.  Ve y se preocupa por lo que le ofrendamos, pero aún más observa nuestro rostro y entiende lo que nuestras expresiones esconden.  Debido a quesepara el pecado del pecador,  Él está más preocupado por lo que hay en nuestro corazón que por lo que traemos en nuestras manos –le interesa más lo que hay en nuestras mentes que lo que dicen nuestras bocas.  En nuestra oración y reflexión, nos invita a dialogar con Él y a establecer una relación con Él, y nos quiere convencer de que hay cambios que son necesarios en nuestras vidas.  Nos recuerda que estamos en grave peligro de tomar una dirección equivocada en nuestra vida, de empezar a bajar un curso posiblemente irreversible, si optamos por hacer caso omiso de su continua apelación a la conciencia y su deseo de permanecer en conversación con nosotros.

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