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Reflexión final desde Friedensau: ¿qué hemos aprendido?

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[Esta es la quinta entrega de la información sobre el congreso celebrado a mediados de mayo en la universidad adventista de Friedensau sobre el impacto de la Gran Guerra en el adventismo. En esta caso, se trata del segundo informe que escribió Helen Pearson. Puede leer el primero de Pearson pinchando aquí. Usted puede leer los tres informes de Charles Scriven sobre este mismo congreso en orden cronológico aquí, aquí y aquí.]

 

[Cuando llegó el último almuerzo del congreso sobre el impacto de la Gran Guerra en el adventismo], los 19 hombres [ponentes] presentes en la Universidad Adventista de Friedensau ya habían transmitido sus investigaciones sobre las diversas respuestas de la Iglesia del Séptimo Día a la Primera Guerra Mundial y analizado los efectos de la guerra sobre la iglesia. Ante el llamamiento a las armas, la Iglesia Adventista del Séptimo Día, como cualquier individuo ante un conflicto, había descubierto muchas cosas sobre sí misma. La historia demostró que el principal efecto de la Primera Guerra Mundial fue revelar los aspectos fallidos del adventismo: áreas donde había trabajo por hacer si la iglesia iba a ser la comunidad cristiana que siempre había aspirado a ser.

Los teólogos sistemáticos señalaron la estrechez y la ingenuidad que puede encontrarse en la visión escatológica de la iglesia. Los sociólogos y antropólogos analizaron las estructuras sociales de la organización y se preguntaron dónde se ha ido aposentando la autoridad de la iglesia a medida que esta se ha expandido más allá de América del Norte.

Historiadores de la Iglesia que estudian el papel de los escritos de Elena de White en el desarrollo de la iglesia, reconocieron la necesidad de un proceso de toma de decisiones, que sea maduro y centrado en la comunidad junto con el reconocimiento y la confianza en las opiniones de una profeta que ya no está con nosotros a la hora de hacer pronunciamientos específicos.

Otros reconocieron la necesidad de desarrollar un pensamiento más maduro en cuanto al pacifismo en diferentes partes del mundo.

Muchos estudiosos sugirieron que la iglesia organizacional necesita ser menos fácilmente amenazada por aquellos que difieren de ella, tanto dentro como fuera de la iglesia. Tiene que ser rápida para tratar de entender y lenta para juzgar. Las presentaciones de la noche del martes a cargo de los hermanos de la Iglesia Reformada sugirieron que el cisma original entre “nosotros” y “ellos” nunca debería haberse producido.

Así que, irónicamente, quizás el mayor efecto de la Gran Guerra que tuvo lugar fuera de la iglesia, fue llamar la atención sobre la naturaleza y las causas de los conflictos dentro de la iglesia y nuestra falta de habilidades en el manejo de desacuerdo entre nosotros, sobre todo desacuerdos en cuanto a la interpretación bíblica. El cisma que generó la Iglesia Adventista Reformada fue la expresión temprana de que la falta de habilidad, la fragmentación y la polarización seguirán siendo la mayor amenaza para la unidad y la identidad de la iglesia a menos que podamos aprender a caminar junto con aquellos de quienes diferimos.

Entonces, ¿qué lecciones podemos sacar de esta conferencia? Estas son las lecciones que me enseñó como anciana de iglesia y miembro interesada en la comunidad y la evangelización a nivel de base:

1) Nosotros los adventistas, al parecer, tenemos que trabajar más inteligentemente, no más duramente. Tenemos que desarrollar un mejor equilibrio entre la preocupación por la verdad y nuestra creencia en la paz. Tenemos que mejorar nuestra comunicación interna entre nosotros. Tenemos que aprender las habilidades y disciplinas de discernimiento, de la vida comunitaria, de resolver problemas juntos, de búsqueda de consensos. Decir la verdad en amor el uno al otro es a veces más complicado que la predicación de la verdad a los no creyentes. Si no adquirimos esta disciplina, estamos condenados a empeorar los tipos de cismas y fragmentación que alienan a las personas, tanto dentro como fuera de la iglesia, y distorsionan nuestro testimonio.

2) Llevar la paz al mundo, tal y como dijo un ponente, es una categoría que se echa de menos en la conversación Adventista del Séptimo Día. Debe ser un proceso activo entre nosotros y, nosotros, adventistas del Séptimo Día debemos aprender a hablar las diferentes lenguas de la paz cuando damos testimonio a los demás y al mundo en general. Hablar el lenguaje de la paz no es abandonar nuestra identidad o nuestros compromisos, ni colapsar en lo informe, lo incoloro y la pasividad. Todo lo contrario. Hablar el lenguaje de la paz significa saber claramente quiénes somos y qué “mensaje” queremos enviar al mundo. Y, como Jesús en la última cena, sabiendo claramente lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir nos permite ir en direcciones nuevas y sorprendentes a la hora de enseñar a la gente acerca del Dios que nos ha llamado.

3) Tenemos que seguir preguntándonos: “¿Qué es el ‘evangelio eterno’ que estamos llamados a predicar?” ¿Es la buena noticia de la salvación – que Dios nos ama – o es la noticia profética que Dios nos está juzgando? Adorar a un Dios que juzga a menudo crea gente que juzga. Probablemente tenemos que pensar más claramente sobre la lengua de evangelización que mejor comunica el evangelio del amor de Dios. ¿Podemos permitir que la generosidad de Espíritu de Dios que obra en nosotros traduzca la a veces extranjera lengua militante de la evangelización en tonos conciliadores del amor de Dios? A menos que podamos, nuestra capacidad de hablar de paz entre nosotros y con las naciones sin duda se verá comprometida.

4) La otra lengua que tenemos que hablar mejor en la iglesia local y global es el lenguaje de la reconciliación – vivir nuestras relaciones con los demás influenciados por la gracia del “evangelio eterno.” Esta es la forma más importante de predicar. Es un lenguaje que nuestros vecinos y conciudadanos pueden reconocer claramente como la expresión de la vida y la esperanza en medio del miedo y el juicio.

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