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La casa se llenó del olor de su ungüento

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El evangelio Según Juan declara que Jesús es el Logos encarnado, el Hijo que vino de Dios y retornó a Dios. Su misión en la tierra fue la de dar vida eterna a los que creen en Él. La crucifixión, el levantamiento o la glorificación del Hijo, es el objeto de fe que separa a los que tienen vida eterna de los que no la tienen.

Siendo que esta visión de la salvación está basada en la efectividad de la encarnación, es sorprendente que en este evangelio no se mencionen ni se reconozcan las circunstancias que enmarcan su nacimiento de una mujer. Según Marcos tampoco menciona su nacimiento y pareciera indicar que Jesús fue adoptado como Hijo de Dios en su bautismo. A través de ese evangelio Jesús es presentado como un hombre que ha sido comisionado por Dios para ser el que paga por el rescate de los seres humanos (Mc. 10:45).

Según Mateo y Según Lucas, por su parte, relatan el nacimiento producido por el Espíritu Santo y una joven virgen. El bebé que María dio a luz es un ser divino puesto que su padre es el Espíritu Santo. Estos evangelios narran su nacimiento desde puntos de vista completamente distintos, pero ambos destacan que María fue impregnada por el Espíritu Santo. El niño que nació de ella no era un ser humano común. Es sorprendente, por lo tanto, que en estos dos evangelios no se le da a María otras actuaciones importantes en el ministerio de Jesús.

Los tres evangelios sinópticos cuentan que en cierta ocasión los discípulos informaron a Jesús de que su madre y sus hermanos querían hablar con él pero la gran multitud a su alrededor no les permitía acercársele. Ante esta oportunidad de reanudar sus vínculos familiares Jesús tácitamente ignora a su familia sanguínea y declara que su familia consiste de todo aquel que hace la voluntad de Dios (Mc. 3: 31 – 34; Mat. 12: 46 – 50; Lc. 8: 19 – 21).

En Según Juan, como ya notáramos, no se dice nada del nacimiento de Jesús. Lo que importa es que el Logos se hizo carne. Leyendo este evangelio no nos enteramos que su madre se llamaba María. El Espíritu Santo, que sin duda juega un papel central en el evangelio, no tiene nada que ver con su venida al mundo, y desciende sobre él cuando Juan el bautista lo identifica. La encarnación que aquí se describe no involucra un nacimiento virginal, pero la madre de Jesús, que permanece anónima, juega un papel de primera plana en la primera señal realizada por Jesús y en la señal que es el antitipo de todas las señales, la crucifixión.

En Según Juan la madre de Jesús no es una jovencita inocente y sumisa. En las bodas de Caná ella es la que está al tanto de lo que está ocurriendo y alerta a Jesús de la situación. Los anfitriones corren peligro de que se les ahogue la fiesta pues se les ha acabado el vino. La respuesta brusca de Jesús a la información dada por su madre debe ser entendida en el contexto de la manera en que todos los diálogos de Jesús son presentados en este evangelio. Quien entabla una conversación con Jesús recibe una respuesta desconcertante y queda mal parado o ignorado. Sea Nicodemo, la samaritana, María y Marta de Bethania, los griegos, Pedro, Natanael, Felipe, o la madre de Jesús, todos ellos tienen que reconsiderar las cosas y adoptar una nueva perspectiva. Esto nos hace sospechar que los redactores del evangelio usan a los interlocutores para desarrollar su agenda teológica.

Sea cual fuere el caso, en las bodas de Caná la madre y los hermanos de Jesús participan en la fiesta, y su madre está involucrada en los menesteres que hacen que los invitados tengan todo lo necesario para que la alegría de la ocasión y el espíritu de confraternidad hagan que la celebración aúne a los amigos, vecinos y familiares. En esta ocasión la madre de Jesús se destaca por no considerar que la respuesta de Jesús fuera negativa. Ella demuestra su fe al ordenar a los sirvientes cumplir fielmente las órdenes que Jesús les dé. Ella confía que, dada la necesidad, Jesús va a actuar. Ella ve más allá de sus palabras la actuación decisiva y redentora. Ella es la única que al mismo comienzo de su ministerio ya vislumbra que Jesús puede proveer el vino que la fiesta requiere. La intervención de María nos deja entrever el propósito de la misión de Jesús.

Solamente en Según Juan nos enteramos que Jesús pasó dos días de su ministerio en Sichar y que, como resultado de su estadía, muchos de los habitantes de la ciudad reconocieron en él al Salvador del mundo (4: 40 – 42). Este singular éxito se debió al testimonio de una mujer. Cuando ella se vio desenmascarada, en vez de ofenderse, pensó que posiblemente Jesús era el profeta esperado por los samaritanos. Su vida, como la de todos, había tenido sus altibajos, pero en el momento crucial, cuando estaba frente al Hijo de Dios, hizo lo que la ocasión requería. Cuando su “hora” llegó, ella actuó decididamente. Olvidándose del propósito por el cual había ido al pozo junto al cual Jesús descansaba, corrió a anunciar que el profeta prometido por Moisés estaba a poca distancia de la ciudad. Como consecuencia el pueblo se volcó en busca del forastero, y lo invitaron a quedarse con ellos. Cuando dos días después Jesús partió de la ciudad los habitantes le dijeron a la mujer: “Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo” (4: 42). De esta manera el testimonio de la samaritana quedó confirmado y ampliado.

La anécdota de la mujer acusada de adulterio que iba a ser apedreada por los escribas y los fariseos seguramente circulaba en la tradición oral de los primeros cristianos. Los manuscritos neotestamentarios más antiguos no contienen esta perícopa al comienzo del capítulo 8 de Según Juan, pero aparece al final de este evangelio en varios manuscritos. Un manuscrito la integra después de 21: 38 en el evangelio Según Lucas. La posición que ocupa en las Biblias modernas es la que tiene en los manuscritos tardíos, pero interrumpe la contienda que Jesús está teniendo con “los judíos” en los capítulos 7 y 8. Con todo, como parte de la tradición oral, seguramente que preserva una vivencia dramática y una enseñanza importante.

La anécdota contiene una crítica radical a la hipocresía de una cultura machista. En vez de identificarse con los jueces que imponen la ley, Jesús se identifica con los que escuchan la voz de sus conciencias y reconocen que ésta es más poderosa que la ley. La ley, sin duda, la condenaba a muerte, pero los “jueces” que querían aplicar la pena impuesta por la ley no tenían la autoridad moral para condenar. Jesús que sin duda tenía autoridad moral, le dice: “Ni yo te condeno” (8: 11). La manipulación de la ley por parte de los más fuertes no está de acuerdo con el actuar de Dios. Mientras que ante Dios todos somos culpables, no todos somos condenados. No es una casualidad que los primeros cristianos hayan profusamente circulado esta anécdota en la que no se condena a una mujer acusada por la ley. Ellos entendieron que el abuso de la ley por parte de los seres humanos no cuenta con la aprobación del que vino a revelar el amor de Dios, especialmente cuando se trata del abuso de mujeres.

Tampoco es pura casualidad que Según Juan presenta a Jesús como “la Resurrección y la Vida” (11: 25) en diálogos que sostiene con dos mujeres, Marta y María de Bethania. Si bien ellas al comienzo reflejan la perspectiva típica de quienes no conocen quién es y de dónde viene Jesús, ellas vinieron a ser guías de los creyentes. Marta es la que confiesa: “Yo he creído que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios, que ha venido al mundo” (11: 27). María es la que pronuncia las palabras técnicas que expresan la invitación que el evangelio le ofrece a todos sus lectores: “Ven y ve” (11: 34). La invitación a “ver” es repetida varias veces en el evangelio. Pero mientras que en ellas se invita a seres humanos a “ver” al Yo Soy, en el caso de María, con característica ironía, la invitación es para que el YO SOY vea a un muerto amortajado en su sepulcro.

Causa cierta confusión que al comienzo de este episodio el narrador identifica a María como “la que ungió al Señor con ungüento, y limpió sus pies con sus cabellos” (11: 2). Es motivo de confusión porque el relato del ungimiento se encuentra en el próximo capítulo. De la misma manera en que Nicodemo es conocido como el que vino a Jesús de noche (7: 50; 19: 39), María es la que derramó “una libra de ungüento de nardo líquido de mucho precio y ungió los pies de Jesús, y limpió sus pies con sus cabellos” (12: 3). Judas, con la hipocresía del ladrón, estima que el preciado líquido valía trecientos denarios y estaba siendo malgastado. Jesús, sin embargo, interpreta la acción de María como el ungimiento de su cuerpo para la sepultura. Los detalles con que se describe el entierro del cuerpo de Jesús por José de Arimathea y Nicodemo hacen claro que el caballero de la noche y el discípulo oculto están llevando a cabo un ritual judío que concierne a la carne y no han entendido que el Espíritu es el que da vida.

En Según Marcos y Según Mateo el ungimiento de Jesús es llevado a cabo por una mujer anónima que trae un jarro de alabastro con ungüento de nardo de gran precio y lo derrama sobre la cabeza de Jesús. Para resaltar su acción, Jesús profetiza: “dondequiera que se predique el evangelio en todo el mundo, lo que ella ha hecho se contará en memoria de ella” (Mc. 14: 9; Mt. 26: 13). Sin duda estas palabras subrayan la importancia de la acción realizada por esta mujer. Su fama ha de ser reconocida en todo el mundo, doquiera el evangelio es predicado. Tal cosa no se dice de ninguno de los doce discípulos. Debo confesar que la manera indirecta, más poética, en que Según Juan le da importancia a la acción de María de Bethania me impresiona mejor:”y la casa se llenó del olor de su ungüento” (12: 3). La acción de María no sólo tuvo efecto en Jesús. Ella hizo que toda la casa tuviera otra atmósfera. Aquí no se habla de la futura fama que María habría de gozar doquiera se predica el evangelio. Se resalta que su acción de generosa identificación con el que ha de morir tuvo un efecto inmediato sobre todos los presentes. Simbólicamente María ha llevado a cabo la sepultura del que murió para dar mucho fruto (12: 24).

María de Bethania es la que invita a Jesús diciendo “Ven y ve” a un muerto de cuatro días que ya hiede. Ella es también la que unge su cuerpo poniendo el broche de oro a su muerte, de esa manera conduciendo a Jesús a la puerta del lugar donde debe cumplir con el propósito de su encarnación y poniéndole el broche de oro a su misión. Marta confiesa creer en la Resurrección y la Vida, y María es la que conduce y completa el triunfo de Jesús sobre la muerte. Estas dos mujeres que Jesús amaba (11: 5) juegan un papel más importante que el de ningún otro discípulo en Según Juan.

María de Magdala, una pequeña aldea en la costa occidental del mar de Galilea entre Tiberías y Capernaún, seguramente no es María de Bethania, la que ungió los pies de Jesús y los limpió con sus cabellos. Ella tampoco es la que conduce a Jesús al sepulcro de Lázaro. Ella es la que anuncia la resurrección a los discípulos que se han encerrado en un cuarto “por miedo de los judíos” (20: 19). Lo que menos esperaban los discípulos era ver otra vez a Jesús. La posibilidad de una resurrección ni se les había ocurrido (20: 9). La tumba vacía en este relato le dice a María que alguien se ha llevado el cuerpo a otro lugar. Cuando más tarde María reconoce que el que le habla no es el hortelano sino Jesús, ella corre a darle las nuevas a los discípulos: “He visto el Señor” (20: 18).

La que primero les había anunciado que el cuerpo había sido robado, ahora les anuncia que había visto y recibido instrucciones del Señor: “Ve a mis hermanos y diles, Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (20: 17). En Según Juan, ella es la primera que ve al Señor vivo después de su muerte en la cruz.

Entre los primeros cristianos surgieron diferentes listas de los primeros testigos del Cristo Resucitado. En 1 Cor. 15: 5 – 8, Pablo da dos listas. Una pone a Pedro, como el primer testigo y luego a los doce. La otra pone a Jacobo primero y luego a todos los apóstoles. Según Juan pone a María de Magdala primero y luego a los doce. Aparentemente diferentes comunidades cristianas trazaban sus orígenes al discípulo que encabezaba la lista de su preferencia, y la comunidad juanina identifica a María de Magdala como la que le dio origen. Junto con ella, Marta y María de Bethania, la samaritana, la madre de Jesús y el discípulo amado, cuya identidad queda indefinida, parecen haber formado el núcleo de esta comunidad. Este grupo selecto fue el que trajo a la memoria el significado de lo que los discípulos no habían entendido mientras transitaban por los polvorientos caminos de Galilea, Samaria y Judea con Jesús.

Colgando de la cruz, Jesús reconoce a su madre y al discípulo amado. En vez de negar su familia terrenal, Jesús crea una nueva familia con su madre y el discípulo amado (19: 26 – 27). Ya resucitado, Jesús manda a María de Magdala que diga a “sus hermanos”, los nuevos miembros de su familia, que sube al Padre. No cabe duda que en la comunidad juanina las mujeres gozaban del prestigio de ser las que “entendieron todas las cosas” y testificaron a los demás. Ellas fueron las siervas del Parákletos . El evangelio Según Marcos anota que mientras que todos los discípulos estaban ausentes durante la crucifixión, las mujeres observaron todos los acontecimientos. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé. Ellas habían estado con Jesús en Galilea, y le habían seguido y servido. También estaban en el Gólgota muchas otras mujeres que habían venido con Jesús a Jerusalén (Mc. 15: 40 – 41). Este evangelio también informa que María de Magdala y María la madre de José observaron su entierro (Mc. 15: 47). Según Juan da a las mujeres un lugar mucho más prominente que Según Marcos. Ellas no son solamente las fieles “seguidoras” (la designación técnica de discípulos en Según Marcos) y únicas testigos de la crucifixión y la sepultura. Ellas son las que tienen los papeles más importantes en el desarrollo del drama que lleva a cabo la misión de Jesús y las que constituyen el núcleo de una comunidad cristiana de singular importancia.

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