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La salud viene de los Judíos

 

Es imposible leer el evangelio Según Juan sin tomar en cuenta su dependencia del Antiguo Testamento, de la Torah. De la misma manera en que se presupone que el lector está al tanto de todo su contenido desde el mismo principio, también se presupone que el lector conoce las historias de los patriarcas y los libros de los profetas.

Por ejemplo, la presentación del buen pastor (10: 1 – 18) sin duda representa un contraste directo a los pastores de Israel denunciados por Ezequiel (Ez. 34: 1 – 10). Debido al fracaso de los pastores a los que Dios había encomendado su rebaño, de ahora en adelante Dios mismo ha de ser el pastor de Israel (Ez. 34: 11 -16). La promesa de que Dios personalmente ha de pastorear su rebaño, nos dice el evangelio, se cumple en la persona de Jesús.

El relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana se basa en el encuentro de Eliezer con Rebeca (Gen. 24: 11 – 61). En ambos casos alguien junto a un pozo necesita ayuda. Cuando una mujer joven provee la ayuda deseada y entabla una conversación con el forastero, ella vuelve a su casa a contar lo ocurrido. Como resultado, los hombres del lugar salen a conocer el forastero y lo invitan a quedarse con ellos. Una vez que goza de la hospitalidad de los moradores del lugar, él les explica su misión, y los oyentes responden positivamente. Sin duda que los que contaron la historia de la samaritana reconocieron que lo ocurrido ya estaba escrito en las Escrituras y juzgaron el paralelo como un significativo indicio del plan de Dios.

No es difícil notar también el paralelo entre Natanael, el verdadero israelita sentado bajo la higuera en el cual no hay engaño (1: 47), y Jacob, el que por medio del engaño le usurpó la primogenitura a su hermano Esau, y tuvo que abandonar el hogar paterno. Huyendo de la furia del hermano que busca vengarse, Jacob pasa la noche durmiendo en el desierto con una roca como almohada. Esa noche sueña con una escalera que une al cielo con la tierra y que se apoya justamente donde él duerme. Sobre ella los ángeles descienden y ascienden facilitando el intercambio de dones y ofrendas. Al despertar, Jacob construye un altar, y Beth-el se convierte para sus descendientes en un centro de adoración.

A Natanael, el que vive protegido y sustentado por la tradición familiar (la higuera), Jesús le promete una visión que sobrepasa por mucho el sueño de Jacob. El ha de ver el cielo abierto y a los ángeles que descienden y ascienden sobre el Hijo del Hombre. La escalera de Jacob ha de ser remplazada por el Hijo del Hombre en la cruz, el instrumento de su ascensión. Esta es la única escalera por la cual se asciende al cielo abierto por el Hijo del Hombre. Los verdaderos israelitas son los que ven y creen en el Hijo del Hombre. Pero para entender esto es necesario saber la historia de Jacob, el engañador cuyo nombre vino a ser Israel.

En mi columna anterior argumentaba que el evangelio no es una crónica fidedigna de lo ocurrido, sino el resultado de la reflexión teológica acerca de lo ocurrido realizada por una comunidad que “recuerda” el pasado a la luz de las Escrituras y la “enseñanza” del Consolador (14: 26). También anoté que las raíces del concepto de la memoria como facultad teológica se nutren en el Antiguo Testamento. Según Juan no cita el Antiguo Testamento tan frecuentemente como los otros evangelios, y no aclara repetidas veces como lo hace, por ejemplo, Según Mateo que lo que narra es el cumplimiento de una profecía específica. De todos los evangelios, sin embargo, es el que está más firmemente arraigado en las tradiciones veterotestamentarias.

En su conversación con la samaritana Jesús le dice: “la salud viene de los judíos” (4: 22). Con estas palabras se pone a los judíos en el mismo centro de la voluntad del Dios que da vida a la humanidad. La intervención de los judíos en la historia como nación elegida es esencial al cumplimiento de los propósitos de Dios. Esta declaración favorece a los judíos y deja a los samaritanos en el aire. A ellos se los desdeña por adorar lo que no saben. La posición privilegiada de los judíos como agentes de la salvación queda diluida, sin embargo, por la declaración que tanto la adoración al tope del monte Gerizim, basada en la ignorancia, como la adoración en el monte de Sión, basada en el conocimiento, ha sido desplazada por la adoración del Padre “en espíritu y en verdad” (4: 23).

El universo simbólico de Según Juan depende de la revelación de Dios representada en la Torah. En ella se identifica a los judíos como el pueblo elegido para ser el agente de la salvación de todas las naciones. Es por lo tanto sorprendente encontrar que a través del evangelio se identifica a los judíos como agentes de “su padre el Diablo”, el cual opera a base de la mentira (8: 44). A la ley se la desmerece como “vuestra ley” (10: 34; 15: 25; 18: 31) y “los judíos la reclaman como “nuestra ley” (7: 51; 19: 7). Con característica ironía “los judíos” declaran: “Sabemos que a Moisés habló Dios; mas éste no sabemos de dónde es” (9: 29). Moisés queda en desventaja al contrastarlo con Cristo. El uno dio la ley, mientras que el otro personifica la gracia y la verdad (1: 18). El uno es el fiscal que condena (5: 41) mientras que el otros es el Hijo que da vida (10: 10). Los discípulos de Moisés (9: 28) son ciegos (9: 41), mientras que los de Jesús ven (9: 37 – 38).

Entre los primeros cristianos debe haber habido samaritanos y “griegos”, o sea gentiles, pero la mayoría de ellos, sin duda, eran judíos. El evangelio reconoce que muchos judíos creyeron en Jesús (7: 31; 8: 31; 11: 45; 12: 11, 42). Pero estos creyentes quedan relegados a un segundo plano por las repetidas referencias a “los judíos” que deseaban matarlo, especialmente los príncipes, sacerdotes y fariseos (5: 16, 18; 7: 1, 25, 30; 8: 40, 59; 10: 31). Todas estas referencias pertenecen a un tiempo mucho antes de la pasión. Con la resurrección de Lázaro la copa se desborda y “los judíos” deciden no sólo matar a Jesús (11: 53), sino también a Lázaro (12: 10).

Los judíos del tiempo de Jesús no se distinguían por constituir una nación monolítica. Entre ellos había saduceos, fariseos, esenios, nazarenos, herodianos, therapeutai, zelotes, sicarii, fieles al pacto, am ha aretz, etc. Con la excepción de los fieles al pacto (los habitantes de Qumran y otras localidades similares), que se organizaron en comunidades sectarias en oposición a la jerarquía del templo, y de los am ha aretz (el vulgo no religioso) todos los demás judíos tenían dos cosas en común: su adhesión al templo de Jerusalén y al pentateuco como las Escrituras. Hechos de los Apóstoles deja claro que los cristianos continuaron participando en los servicios del templo y las fiestas anuales de los judíos después de la resurrección de Cristo.

Esta situación cambió radicalmente con la destrucción del templo en el año 70 E.C. Los únicos judíos que pudieron mantener su identidad sin el templo de Jerusalén fueron los cristianos y los fariseos, y para hacerlo tuvieron que forjar instituciones con nuevas identidades.

Los fariseos le dieron nueva importancia a los escribas y los rabinos como intérpretes de la ley y constituyeron el Concilio de Jamnia para comenzar el proceso que produjo la Mishna a fines del segundo siglo, y siglos más tarde el Talmud. El Concilio de Jamnia tambien fijó el canon de la Tanakh, lo que los cristianos llamamos el Antiguo Testamento. Los rabinos de Jamnia y de los siglos siguientes también establecieron el orden de los servicios de las sinagogas y eventualmente los constituyeron en servicios de adoración, con el arca que contiene los rollos de las Escrituras como el centro de atención. Los arqueólogos no han encontrado sinagogas con arcas para los rollos de la Tanakh anteriores al año 250 d.C. Fue sólo entonces que por primera vez las sinagogas vinieron a ser lugares de culto en vez del templo.

La revolución de Bar Kochbah (132-35 d.C.) que gozaba del apoyo de Akiba, uno de los rabinos más desacatados de esa época, terminó con las aspiraciones abrigadas por mucho de restablecer oficialmente los servicios del templo. Hay evidencias que indican que entre los años 70 y 135 judíos peregrinaban a Jerusalén para ofrecer sacrificios en las ruinas del altar. En el año135 los romanos convirtieron a Jerusalén en una colonia y la bautizaron Aelia Capitolina. Según Juan nos dice que la destrucción del templo significa el desmoronamiento de toda una cosmología. El nuevo templo es el cuerpo del Resucitado y la verdadera adoración es “en Espíritu y en verdad”, no en sacrificios sobre un altar.

El Concilio de Jamnia produjo la institucionalización del fariseísmo y estableció los parámetros de su identidad. Las Dieciocho Bendiciones vinieron a ser parte de los servicios en la sinagoga. Una de esas “bendiciones” contenía una maldición de los cristianos. Indudablemente que las referencias en Según Juan a la expulsión de la sinagoga ( 9: 22, 34; 12: 42; 16: 2), y al miedo de “los judíos” (7: 13, 19) que hacía que algunos optaran por ser discípulos “secretos” (20: 19) tiene que ver con la situación que la comunidad juanina estaba enfrentando cuando el evangelio pasaba por su última etapa redaccional, a fines del primer siglo. Esto también explica las referencias negativas a los discípulos de Moisés y a su ley, así como también la identificación de “los judíos” como los incrédulos que rechazan la revelación de Jesús como el que descendió de arriba para traer vida al mundo.

Con la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70, el judaísmo del tiempo de Jesús dejó de existir. Esto significa que las referencias a “los judíos” en Según Juan en realidad identifican a los miembros de las sinagogas rabínicas que surgieron a fines del primer siglo. El judaísmo rabínico y el cristianismo naciente estaban entonces en una lucha acérrima por ser reconocidos como los únicos herederos legítimos de los bienes de la madre muerta, la religión basada en el templo de Jerusalén. Principalmente, lo que se disputaban era la autoridad para interpretar la ley y los profetas. Los rabinos se dedicaron a la producción de la haggada y la halacha. La primera era usada para fomentar la vida devocional y del espíritu elaborando moralejas sobre las historias de las Escrituras. La segunda aplicaba las leyes del pentateuco a las circunstancias de la vida urbana del presente helenístico. Los cristianos, por su parte, continuaron su uso de las Escrituras para darle forma y contenido a su visión de la vida y muerte de Jesús como El Enviado por el Padre para darle vida al mundo.

Esta contienda está encapsulada en los capítulos 7 y 8 de Según Juan, donde la intención de matar a Jesús informa los diálogos llenos de tensiones que salen a la superficie.

 

Desde un comienzo se acusa a Jesús de estar poseído por un demonio (7: 20). Luego se enumeran las razones por las cuales sus reclamos de ser el Mesías no son creíbles. Siendo que se sabe de dónde es él (ironía), no puede ser el Cristo (7: 27). Es galileo, por lo tanto no puede ser el Cristo (7: 41, 52). Ninguna persona con alcurnia a creído en él, por lo tanto puede ser ignorado (7: 48). El es el único que se acredita ser lo que no es (8: 13).

A estas descalificaciones le sigue una caracterización de Jesús que seguramente tuvo su origen a fines del primer siglo y eventualmente quedó plasmada en el Talmud: Jesús es un bastardo, un hijo sin padre conocido. La pregunta es: ¿Dónde está tu padre? (8: 19). En otras palabras, ¿tu quién eres? (8: 25). Por su lado “los judíos” reclaman, “Simiente de Abraham somos. Jamás servimos a nadie” (8: 33). Jesús les concede su reclamo: “Se que sois simiente de Abraham, mas procuráis matarme” (8: 37). Esto quiere decir que sois siervos del pecado (8: 34) y que moriréis en vuestros pecados (8:24). Con esto “los judíos” lanzan su último insulto y hacen su último reclamo: “No somos nacidos de fornicación [como tu]. Un padre tenemos que es Dios” (8: 41). Ante esta acusación Jesús responde, “vosotros de vuestro padre el Diablo sois” (8: 44). “No sois de Dios” (8: 47).

El diálogo ha descendido adonde los argumentos se han ausentado y los insultos toman su lugar. “Los judíos” entonces dicen, “¿No decimos bien nosotros que tu eres Samaritano y tienes demonio?” (8: 48). Dado el contexto teológico de estos diálogos entendemos por que aquí no se menta a la madre, sino al padre. La atmósfera creada por ellos, sin embargo, es la misma que si lo contrario fuera el caso.

Desgraciadamente, la vitriólica polémica entre “los judíos” y los cristianos de fines del primer siglo creó las condiciones que informaron la historia de estas dos comunidades durante los próximos veinte siglos, una historia que culmina en el Holocausto. Una lectura desapercibida de los evangelios Según Mateo y Según Juan, donde la animosidad anti-judaica (no anti-semítica) está a flor de piel, ha sido en gran parte responsable por esta tragedia histórica. Es hora que como cristianos reconozcamos el origen de esa animosidad y aprendamos a vivir con nuestros primos que también creen en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

 

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