Skip to content

La enseñanza cínica del Templo

Desde siempre me ha llamado la atención el texto que cita Lucas en el capítulo 19. Apenas le dedica 4 versículos a una de las actuaciones más determinantes, santa, justa, misericordiosa, extraña, valiente, poderosa, y de difícil explicación incluso para los cristianos apologistas.   Jesús “llevado por un santo furor” lleva a cabo la “purificación” del templo. Esta parece ser la tesis más aceptada por la cristiandad. Y si parece un tanto excesivo el término, al menos como adventistas es la postura oficiosa que desde algunos púlpitos he oído más veces. En alguna ocasión escuché decir que si con el revuelo ocasionado al volcar las mesas se había perjudicado, o dañado a alguien, era porque se lo merecía. Supongo que el énfasis al predicar puede jugar malas pasadas.

No soy nadie para cuestionar ninguna de las acciones de Jesús de Nazaret a favor de nuestra salvación, y menos ésta. Cada cual puede enriquecer el relato como más le aporte. Así, mientras Mateo y Marcos detallan la escena en la que se volcaron las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas, Lucas lo obvia. El apóstol del amor menciona el relato del templo nada más  y nada menos que con un látigo, hecho de cuerdas. No sigue un orden cronológico. Juan complementa a los sinópticos en detalles. Quizá  al escribir su evangelio considerase más determinante relacionar el complot para matar a Jesús con la resurrección de Lázaro que con el episodio del templo, como sí lo hacen los sinópticos. Seguro que el general romano Tito, en su airada ira, ya había reducido a un campo de sal el templo. Mateo 24 lo advirtió. Jerusalén no quiso oírlo a tiempo.

Afortunadamente para la imagen pacífica que tienen los niños de Jesús, nadie lo ha representado con un látigo a lo Indiana Jones, dañando a ninguna persona, porque rallaría en la calumnia y en la distorsión más absurda, ya que ningún apóstol lo atestigua. Seguramente, el uso del látigo fue simbólico, como azote de Dios para sacudir las conciencias. No para golpear a los seres que vino a salvar y a amar. Quizá al agitarlo al viento o contra el suelo, consiguió el efecto deseado de ahuyentar a los animales, ovejas y bueyes…

Ahora bien, en honor a la verdad, los aristócratas religiosos, los profesionales del templo, léase sumo sacerdote como cargo distintivo de los principales sacerdotes, y los escribas, no tenían ningún reparo en calumniar y dañar su imagen, aunque en esta ocasión no pudieran por miedo al verdadero protagonista del templo: el pueblo de Israel y por extensión, cualquier extranjero circuncidado, ya que como estaba prescrito en Núm. 9.14, éste podía participar de la Fiesta de las fiestas, la Pascua. Es curioso que se remarque que Jesús llevó a cabo dicha enseñanza, días previos a su última Pascua aquí en la Tierra.

Llegado a este punto, me planteo qué actitud pedagógica eligió Jesús, y con qué propósito la elegiría. Me explico. ¿Qué enseñar? ¿Cómo enseñarlo para que el pueblo no pudiese ser confundido por los falseadores habituales?

Intentaré dar una respuesta indirecta a la cuestión de la forma de enseñar más que del contenido enseñado. Quizá nos ayude a resaltar más la virtud de la prudencia –entendida como cálculo inteligente de las consecuencias- que de la “ira santificada” del Maestro de maestros. En honor a la verdad, tan sólo es una manera gentil, en cuanto que griega, de explicar el relato.

Para un israelita, el plan de la salvación se enseña en y a través del Templo, tal y como lo mandó Dios a Moisés en la Ley. Ésta es su dimensión en el espacio. Su marcador temporal tiene muchísimo que ver con las cuatro fiestas litúrgicas de primavera: La Pascua, Los Panes sin Levadura, Las Primicias y El Pentecostés; y las tres de otoño: Las Trompetas, El día de la Expiación, y Los Tabernáculos. Constantemente se instaba al pueblo a recordar de estas dos maneras su historia. Desde la salida de la esclavitud de Egipto al Sinaí, al encuentro con Dios, que los llevará por su gracia a la tierra prometida.

De igual manera, Cristo quiere enfatizar su enseñanza del templo, el cual ha sido corrompido por el abuso económico de los principales responsables, Anás, y Caifás, sumos sacerdotes de ascendencia ilegítima para más vergüenza, ya que no provenían del linaje de Aarón hasta Sadoc. Esta línea sacerdotal, al igual que hiciesen los Boetos,- provenientes de Alejandría, que tuvo como primer sumo sacerdote a Simón, suegro de Herodes-,  utilizaba una política de coacción, fuerza e intrigas para perpetuarse en el poder, manejando los impuestos y fondos del templo para ofrecer una imagen aristocrática, recurriendo al poder político para lograr sus propios fines. Como botón de muestra el asesinato de Jesús; y la sentencia de muerte sobre Esteban por criticar a Moisés, y al templo, aunque para acusarlo de ello sobornasen a testigos falsos. Toda la religión de Israel gira en torno a este eje, el templo y las fiestas ejemplificadas y realizadas en dicho edificio.

¿Y si Jesús hubiese utilizado un recurso pedagógico en sintonía con lo mejor de la escuela filosófica cínica? Ya sé que no sabía filosofía académica. Pero los grandes maestros cínicos habrían aplaudido a Jesús por su puesta en escena. Por mostrar su enseñanza con el actuar y el decir. Así se abren dos posibles interrogantes. ¿De qué no lo podrían acusar los “cínicos” encargados del templo ante dicho disturbio? ¿Qué transparencia obtendría su mensaje?

Hago un inciso para decir que el término cínico ha venido a tener mala prensa en nuestra cultura, en nuestro lenguaje coloquial. Su carga semántica peyorativa asocia dicho vocablo a una persona que le da todo igual. Que no se implica sentimentalmente con la necesidad del prójimo. Incluso si acudimos al diccionario nos dirá impúdicos. También a alguien desconectado de los problemas compartidos por su egoísmo. Hubo actuaciones de grandes maestros cínicos lamentables en la forma y en el contenido. Y claramente criticables para un cristiano. Ahora bien, siguiendo la máxima de Pablo, hay grandes y buenas propuestas en dicha escuela.

Evidentemente, el acto de volcar las mesas no tiene el mismo prestigio social que resucitar a un muerto o dar vista a un ciego. Escandaliza de entrada por generar desorden y ruptura con lo establecido, con las convenciones sociales. Me imagino que crearía cierto desconcierto entre sus discípulos. Me imagino que comenzaría un rumor expectante en el ambiente. Me imagino que los cambistas, meros eslabones de la cadena de productividad del templo, se quedarían avergonzados y sorprendidos al ser públicamente denunciada su usura, prohibida por Levítico. La codicia de su trabajo recibía una crítica por parte de Jesús que el pueblo aplaudió. No en vano, comienzan a alabarlo los niños al ver como sus padres asentían y empatizaban con el Hijo de Dios. El templo no podía ser dirigido por “sanguijuelas” desconectadas del Padre celestial. Por fin, alguien, único y especial, hacía audible las oraciones silenciosas de las clases desfavorecidas pero crédulas en su identidad ritual, tal como Moisés había prescrito y legitimado en la Torá, según había ordenado el Altísimo.

Me sorprende que si actuó “violentamente” no lo detuvieran. En clave filosófica cínica, se trataría de una mera ilustración de la enseñanza. Acertada, o no, según los receptores del mensaje, y cómo se den por aludidos: libertados de cargas injustas, o denunciados por el octavo mandamiento de Ex. 20. No creo que se generara un gran desorden sino una gran atención. No era previsible, y no le preocupaba lo que los dirigentes del templo pudiesen pensar de Jesús. Más bien, ellos tenían que preocuparse de lo que se pensaba de su mala praxis religiosa. Los cínicos, al igual que Jesús, denunciaban la doble moral. Para ellos la filosofía no sirve para nada sino remueve y transforma nuestra visión del mundo. Jesús quería enseñar que con su muerte, la atención de la salvación se desplazaba de un lugar físico, bello y artísticamente construido con piedras, al templo de su cuerpo resucitado. Todo su discurso sobre el templo es una advertencia de dicho desplazamiento ceremonial. El libro de Hebreos es in extenso el que decodifica este relato de la personalización del templo en Jesús.

Menosprecio al arte humano y admiración a la naturaleza es lo que proclamaban los cínicos. Al igual que Jesús cuando se comparó con el edificio y su posible destrucción-reconstrucción en tres días. Salió perdiendo de todas todas, el edificio respecto de su cuerpo glorificado. Del templo quedó el muro de las lamentaciones, pero eternamente Cristo es el “sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” He. 8. 1-2. La obra religiosa del hombre versus el Hombre que crea el religare.

Al igual que para Jesús de Nazaret, los cínicos practicaban la filosofía del desprendimiento. Ser pobre era no vivir dominando las pasiones negativas de la naturaleza humana por mucho poder adquisitivo que se tuviese, ya que una vida apegada al patrimonio reflejaba pobreza de espíritu. Para ellos, sentirse dueño de tu destino y de ti mismo, generaba choques con la autoridad controladora de turno. Sólo con una personalidad rica en amor propio, autoestima sana y digna moralmente, se era capaz de rebelarse pacíficamente desde el inconformismo a la injusticia del tipo que fuese. La ironía o la burla eran mecanismos de denuncia de los obstáculos mentales que impedían el crecimiento interior. El cínico rompe con los silencios incómodos, tabúes sociales y morales, para señalar a los culpables del orden malévolo.

Para finalizar comentaré un dicho atribuido a Diógenes el cínico, nacido alrededor del año 400 a.C. en una ciudad llamada Sínope, a orillas del mar Negro, en la actual Turquía, y murió en Corinto, Grecia, en el año 323 a. C.

Se comenta que al ver a unos criados de un prestigioso orador de mudanzas, les inquirió “¿De quién son esos enseres?” al responderle de quién eran, respondió: “¿No tiene vergüenza de poseer tantas cosas y no poseerse a sí mismo?” Cito a Riso, W. (2009) El camino de los sabios. BCN: Planeta. (pág. 176-177).

De igual manera, con su comportamiento, Jesús les estaba diciendo que habían poseído y tratado el templo como si fuese propiedad privada de los sacerdotes principales. Sin darse cuenta de que habían usurpado su casa al legítimo propietario, Dios, su Padre celestial, y sin sentir siquiera vergüenza ni arrepentimiento por ello.

Sólo cabe recordar el episodio del templo durante la fiesta de peregrinación cuando Jesús era joven y lo que les respondió a sus padres terrenales, María y José. Ahora la casa de su Padre había sido deshonrada por ladrones y quería manifestarlo de manera pública y notoria. Y a fe que lo consiguió.

No la “purificó” con su vida sino que la dejó huérfana a causa de sus dirigentes. Desplazó la atención hacia su Padre, verdadera víctima de dicho maltrato, y hacia él mismo como cordero pascual. Tras ese acontecimiento, estos “lobos”, ladrones en la sombra, deciden no robarle sus “enseres”, su fama entre el pueblo, sino devorarlo en sus carnes, quitándole la vida. Tal y como profetizó Caifás, “conviene que uno muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”. Jn. 11. 45-57. Se le sentenció a muerte. Cosas de ser cínicos, caso de Caifás entre otros, en sentido peyorativo y coloquial. Terrible situación la del hombre religioso sin temor a Dios ni amor al prójimo. Terrible situación la del ser humano que se cree dueño de lo material y no de sí mismo ni de su destino en Cristo.

¡Ojala esta doble enseñanza cínica del relato del templo nos acerque más y mejor a nuestro Maestro de maestros! ¡Ojala defendamos siempre la imagen de Dios en nosotros, su actual templo, como Jesús nos enseñó!

Curiosamente, al primer discípulo mártir en su condena a muerte se le calumnió sobre Moisés, y sobre el templo. Las señas de identidad del judaísmo habían quedado en entredicho por los seguidores del Justo, resucitado. ¡Qué cinismo -en el sentido académico de la palabra- el de Esteban al declararles su amor compasivo y morir perdonándolos! Todavía sentían más airada ira. ¡Qué tragedia más lamentable e irónica! Esteban se sintió identificado con su maestro, amparado y acompañado por Él al denunciar los errores criminales de sus verdugos y  confrontarlos a lo absurdo de su vacío religioso. No veían al Dios vivo. Y para más vergüenza, transgrediendo la ley, santo y seña equivocada de su fanatismo e integrismo identitario. A Saulo le mostró la actitud cínica de desprendimiento total por amor a Cristo. Además la oración de Esteban fue semilla de un nuevo apóstol a los gentiles. ¿Qué conversación más “cínica” mantendrán al hablar de sus ministerios si es que procede en el Paraíso?

¡Deseo que al igual que Esteban, el diácono, el Espíritu de Dios nos dé sabiduría y fortaleza! Así llenos de su gracia y su poder, mantener una postura comprometida en nuestro diario vivir con Cristo, y poniendo “los ojos en el cielo”, veamos por fe al menos, “ al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios”. Hch.6-8.

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.