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Adventistas en peligro de extinción

Sería un viaje de varias horas hasta el lugar donde una de nuestras colegas daría el último adiós a su anciana madre. Mientras conduzco el automóvil que nos lleva a más de 100 kms. por hora, en la larga y derecha ruta que atraviesa Chile de norte a sur, soy testigo de una de las conversaciones más interesantes que he escuchado. Se trata de tres profesoras que en esta oportunidad son mis acompañantes.

Una de las pasajeras introdujo el tema: “Ayer mi hija me preguntó si podía ir al cine. Le contesté, que claro, siempre y cuando se trate de una película con valores”. Otra de las señoras dijo: “en mi caso, yo solo autorizo a mi hija ir al cine en caso de que sus compañeras del Colegio la acompañen”. Finalmente intervino la tercera madre señalando: “no, en mi caso mi hija no puede ir a menos que yo la acompañe”…

De pronto, como presintiendo que venía algo que podía desestabilizar mi conducción, aprieto fuertemente el volante del vehículo. Entonces escucho una de las preguntas más complejas que he tenido que resolver. “Pastor”, pregunta una de las señoras, “¿Qué opina Ud. de lo que venimos hablando?” En milésimas de segundo mi mente se traslado a la hermosa iglesia donde participé de niño, en una localidad montañosa de la Araucanía chilena. Una Iglesia conservadora y tradicionalista. Recordé que durante toda mi niñez y juventud oí a los dirigentes de mi Iglesia enseñar que los adventistas no frecuentamos los cines.

No sé si las damas lo habrán notado, pero yo estaba frente a una realidad totalmente nueva. Tristemente, aún no inventan los pilotos automáticos para automóvil. De haber sido posible, habría sido cuestión de encenderlo y entonces bajarme para ver como aquellas mujeres continuaban el viaje solas. En fin, solo podía responder de acuerdo a lo que siempre había conocido.

“Hermanas” respondí “tengo entendido que los adventistas no vamos al cine”. Luego de algunos segundos de silencio, una de las señoras me dice: “Pastor ¿en qué mundo está Ud.?, hoy en día prácticamente todos nuestros jóvenes van al cine, aún los hijos de muchos pastores”. Otra de las hermanas, queriendo aclararme el motivo de este cambio me dice. “Lo que sucede pastor, es que ahora las mismas películas que uno ve en el cine, las puede ver en la casa, ya sea en DVD o por cable”.

La conversación continuó, pero algo en mi corazón me decía que el tema no se había agotado.

De regreso en casa, me propuse buscar el fundamento de por qué los adventistas no frecuentamos los cines, tal y como se enseñaba. Felizmente encontré lo que buscaba. El manual de la Iglesia en su edición pasada, señala que el motivo por el cual los adventistas nos abstenemos de asistir a espectáculos inconvenientes como el cinematógrafo es porque: “nos separan de Jesús”. Allí estaba la razón. Sin embargo, desde esta perspectiva, el argumento de las madres del viaje era en parte correcto. Hoy por hoy lo que nos separa de Jesús podría estar metido dentro de nuestros propios hogares.

Entiendo que este tema, junto con el de los juegos de naipes y otras prácticas “inconvenientes”, pueden ser objeto de una larga y acalorada discusión. Sin embargo, el principal inconveniente de esta situación no es ¿dónde las películas nos separarán más de Jesús, si en el cine o en la casa? La verdadera cuestión es que los adventista estamos utilizando cada vez más nuestro propio criterio para vivir nuestra fe. De acuerdo a la conversación de las madres del relato, es indudable que cada una de ellas está usando un criterio particular y diferente respecto de lo que es y no es correcto para sus hijas.

El entender esta situación me llevó de manera automática mi mente hacia un texto de la Biblia en el cual se hace una referencia al periodo de los jueces de Israel. La cita dice: “En aquel tiempo no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía” Jueces 21: 25

Hacer lo que uno bien le parece, es establecer por uno mismo normas y conductas de vida, cuyo único fundamento es el raciocinio humano. Es no tener otro parámetro más que la propia experiencia y conocimiento para dirigir la vida.

Fue entonces cuando entendí que estamos frente a una crisis de identidad que podría traer consecuencias nefastas para la iglesia. A este paso, no me extrañaría que en un futuro próximo los adventistas estemos autorizando a nuestros hijos a frecuentar las discotecas con la prohibición, eso sí, de bailar en ellas.

¿Qué es lo que está pasando en realidad? Al revisar el libro de los jueces, notamos un cambio de paradigma que explicaría este fenómeno. Jueces 2: 1-10 señala que una generación, la de Josué y Caleb, ya había pasado. Al parecer, con ellos algo importante se había perdido, esto es IDENTIDAD. El relato nos dice que la nueva generación de Israelitas “no conocían al Señor ni la obra que este había hecho por ellos” (10). Cuando nos adentramos en el libro, podemos quedar aterrados con los grandes fracasos cometidos por esta nueva generación, producto principalmente de sus malas decisiones. De entre los casos más dramáticos tenemos a Jefte, quien decide sacrificar a un ser humano si es que Dios le da la victoria contra sus enemigos. Tristemente aquel sacrificio fue su propia hija, (Jueces 11:24-25). Pero sin duda el caso más grave es el del levita y su concubina. Esta última, fue tomada por los hombres de benjamín para hacer con ella cuanto se les antojara hasta dejarla muerta en plena calle. Si esto nos parece grave, mucho más grave es la decisión del levita, quien no encuentra nada mejor que cortar a su compañera en trozos, para luego enviarlos a cada una de las tribus de Israel. (Jueces 19)

Todos estos actos, sumado a otros tantos son el resultado de dos cosas. Por un lado “ellos no conocen a Jehová” por tanto “cada uno hace lo que bien le parecía”.

Con relación a esto último, los estudios señalan que la búsqueda de identidad es uno de las principales razones para que los seres humanos busquen agruparse. Esto último es algo típico del fenómeno de las tribus urbanas. Jóvenes con graves problemas de identidad, comparten experiencias afines, traumas y carencias afectivas. Se unen bajo la misma bandera, que puede ser un color, un peinado u actitud especial, etc. Normalmente estos grupos crecen con bastante fuerza hasta alcanzar un grado máximo de desarrollo, pero nunca llegan a crecer tanto como para permanecer. Rápidamente los alcanza la etapa final del proceso que es el descenso, y finalmente desaparecen. Este mismo ciclo lo repiten la mayoría de los movimientos y agrupaciones humanas en prácticamente todo orden de cosas.

Ahora, la pregunta clave de esta cuestión es ¿Cómo se puede evitar este proceso? La respuesta es simple IDENTIDAD. Cuando la nueva generación de Israelitas se olvidaron de Dios y de la forma como los había ayudado, se olvidaron también quienes eran ellos y con qué propósito existían.

Así ocurre con los movimientos modernos. Son las nuevas generaciones las que finalmente se encargan de enterrar aquello que le dio vida y fuerza al movimiento, por la simple razón de que ellos no se sienten identificados con esas cosas.

En Chile, actualmente varias de las Iglesias tradicionales están en su etapa final. Iglesias como la Luterana, metodista, Wesleyana, entre otras. Son verdaderas agrupaciones de la tercera edad. Solo cabezas blancas se ven en sus bancas los días de reunión ¿pero dónde está la juventud de esas congregaciones? Posiblemente buscando personas afines con quienes sentirse más a gusto.

Finalmente, quisiera que por un momento pensemos en nuestra Iglesia Adventista. El adventismo nació por un grupo de personas que buscaba identidad. La historia señala que luego del chasco de 1844, ellos quedaron en el aire. Todas sus expectativas se habían esfumado. Fue así como unos pocos decidieron “juntarse” compartir sus frustraciones y buscar consuelo en la Palabra de Dios. De ese modo recuperaron identidad. Se llamarían Adventistas del Séptimo Día. A partir de ese momento, el movimiento tomaría una fuerza insospechada. En menos de 60 años se había transformado en una Iglesia mundial que abría sus brazos en distintas direcciones.

Sin embargo, ya desde hace algunos años nuestra Iglesia viene experimentando el lento pero progresivo proceso de la “curva descendente”. Lo cual nos ha llevado a más de algunos a preguntarnos ¿será que la Iglesia Adventista también desaparecerá?

Un profesor de teología con experiencia en distintos países me dijo una vez “es muy difícil que la Iglesia alguna vez desaparezca. Su sistema organizativo y sus instituciones son demasiado grandes como para desaparecer”. Sin embargo, no necesitamos engañarnos. No es lo mismo existir porque se es una gran institución con un gran sistema organizativo, a existir porque cada uno de sus miembros mantiene viva la esencia de lo que significa ser un adventista del 7° día.

Actualmente estamos frente al surgimiento de una nueva generación de adventistas. La generación de la Internet. Una generación que puede descargar de la web cualquier cosa que necesite pero que no tiene idea del gran aporte y sacrificio realizado por José Bates para la consolidación de la obra de publicaciones o del sacrificio de Andrews por querer establecer la obra en Europa. Que tampoco conoce las interpretaciones proféticas adventistas y que tampoco le interesan.

De todo lo que hemos dicho una cosa si es clara. Si olvidamos las raíces y aquello que nos dio identidad, si olvidamos cómo Dios nos ha guiado en la historia, todo estará perdido. Tendremos mucho más que una “neutralización del adventismo” por el olvido de la visión apocalíptica y como señala George Knight en uno de sus libros, será el fin.

Por último, el libro de los jueces nos da un atisbo de esperanza en la experiencia de Gedeón, digno representante de esta generación “desconectada”. Cuando el ángel de Jehová, presumiblemente Jesús, le señala a Gedeón el interés del Señor en su persona, este se muestra escéptico y resentido. Una actitud que me recuerda a mis alumnos adventistas de secundaria en mis años de profesor de uno de nuestros colegios. En muchos de nuestros establecimientos educativos los jóvenes se muestran reacios a la religión. (Jueces 6: 11-12)

La historia dice que Gedeón dudó de que Dios quisiera algo de él. “Si el Señor está conmigo, respondió, ¿Dónde están todas las maravillas que nuestros padres nos hablaron?” (Jueces 11: 13).

Gran paciencia tuvo el Señor con este joven. No solo toleró su arrogancia, sino también su incredulidad. Era lógico, él no conocía a Jehová.

Respecto de la prueba del vellón de lana, este episodio demuestra cuán grande es el amor que Dios tiene para con los que han perdido identidad. Él está dispuesto a esperar y a probarnos de una u otra manera que efectivamente está interesado en nosotros. Desea que le conozcamos por experiencia. Desea revelársenos.

Finalmente, el Señor le señala una misión a Gedeón “destruye el ídolo de tu padre” (Jueces 6: 25). Contra todo lo conocido hasta ese momento, en esta oportunidad y por primera vez en la Biblia, será un hijo el encargado de actuar como sacerdote del hogar, esto debido a que los padres había fallado en su cometido. Luego de destruir el ídolo de Baal y de cortar la imagen de Asera, Gedeón restauró el altar de Jehová que estaba derrumbado y posteriormente guió a los 300 valientes en la victoria contra sus innumerables enemigos.

Al margen de esto, la Biblia dice que cuando los hombres de la ciudad quisieron matar a Gedeón por el daño causado a los ídolos, el padre salió en su defensa. “¿De quién es esta imagen? Preguntó: ¡de Baal! respondieron los hombres… Entonces dice el padre, “dejen que Baal pelee por sí mismo” (Jueces 6: 31)

Desde ese día Gedeón ya no se llamó más así, ahora sería conocido como “Jerubaal”, que significa: “Contienda Baal con él”. En otras palabras, Gedeón, el joven de la generación “desconectada” había adquirido identidad. Ahora sería un guerrero de Dios contra Baal.

La gran reforma de la Iglesia adventista, el gran reavivamiento tan esperado no comenzará con algún plan especial de evangelismo, o alguna estrategia moderna de motivación. El reencuentro de la Iglesia con su identidad y su misión comenzará en el seno de la Iglesia, lo hogares da cada familia adventista en el mundo. Cuando los padres se vuelvan a sentar junto a sus hijos entorno a la Biblia y conozcan al Señor, el Señor de nuestros pioneros.

“Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacía los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” Malaquías 4: 6

Rodrigo Méndez ha servido como colportor regular durante 8 años. Ralizó su preparación teológica en la Universidad Adventista de Chile y recientemente terminó sus estudios de Pedagogía.

Actualmente se desempeña como capellán del Colegio Adventista de Temuco y Pastor Asistente de la iglesia Central de la misma ciudad.

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