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La Creación en la Carta a los Romanos

La creación es un tema fundamental en la Biblia. La fe afirma la creación de Dios. El creacionismo es la manipulación de relatos bíblicos por quienes pretenden darles validez científica. Los tales están envueltos en una batalla que, como dijera el mes pasado, no se puede ganar con las botas puestas. Dada la importancia de la creación en la Biblia, me propongo escribir una corta serie de columnas sobre ella. Queriendo, al mismo tiempo, contribuir al tema de las lecciones de la Escuela Sabática de este trimestre, comenzaré con la Carta a los Romanos.

Pablo escribió a Romanos para defender su evangelio puesto que los cristianos que, como él, venían del judaísmo no lo aceptaban y, aparentemente, acusaban a Pablo de haber convertido la verdad de Dios en una mentira. Siendo que él es judío, debiera darle vergüenza estar predicando un evangelio que niega la historia de la salvación y hace que la ley no sea la que revela la justicia de Dios. Estos cristianos creían que la verdad y el conocimiento de Dios están concretizados en la ley, y pensaban que era una vergüenza que un judío, circuncidado e instruido en la ley, tuviera la osadía de negar esta realidad fundamental. Teniendo posesión de la ley, estos cristianos se sentían capacitados para juzgar a los demás y enseñarles cómo Dios piensa y hace las cosas.

Defendiéndose del abuso y persecución de cristianos que pretenden mantener su posición privilegiada ante Dios debido a que son judíos que poseen la ley, Pablo declara: “No me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvar a todo aquel que tiene fe en Dios” (1:16). Con estas palabras, Pablo establece que el evangelio no consiste en información sino en poder para salvar, y que ese poder no está en las manos de seres humanos, sino en las de Dios. Es decir, el evangelio tiene que ver con el actuar de Dios, y el actuar de Dios está en tela de juicio debido a lo que sucede en esta tierra. Al observar lo que sucede alrededor, notamos que los justos sufren y los malvados progresan. Aparentemente, Dios no es suficientemente poderoso para hacer justicia en el mundo. Pablo escribió Romanos para argumentar que el evangelio revela el poder de Dios para hacer justicia (1:17).

Para poner las cosas en su debido contexto, Pablo aduce que la justicia de Dios se revela en medio de la ya manifiesta ira de Dios (1:18). Para ello Pablo apela a la creación, la demostración más clara del poder de Dios. Claro, al basar su argumento en la naturaleza, está poniendo a un lado a la ley. Según Pablo, desde la creación las cosas creadas dejan ver lo que de Dios se puede conocer. Implícitamente, Pablo está diciendo que en sí mismo Dios permanece desconocido. Tal era la posición filosófica de muchos en el primer siglo. Lo que se discutía entre ellos era si esto se debía a la naturaleza o la voluntad de Dios o a las limitaciones del conocimiento humano. Como dice el autor del Evangelio de Juan, negando el relato de Exodo 24:9-11,: “a Dios nadie lo vio jamás”(Jn 1:18).

Entonces, mientras que Dios en si mismo es invisible, incorruptible e inmortal, Dios tiene atributos invisibles que ha manifestado hasta el punto de que los seres humanos que “detienen la verdad con injusticia . . . son inexcusables”. La creación, afirma Pablo, manifiesta “la eterna potencia y divinidad” de Dios.

A través de los siglos, estas palabras de Pablo han sido el texto clave de la teología natural. Cuando la humanidad, en vez de glorificar y darle gracias a Dios, se vuelve fatua y se le enturbia el corazón para pontificar necedades, está manifestando la ira de Dios. Viviendo en la creación que revela atributos de Dios, los seres humanos trocan la gloria del Dios Creador en imágenes de criaturas. En otras palabras, no es necesario tener la ley, los profetas y los escritos para tener suficiente conocimiento de Dios como para darle gloria y gracias. El testimonio de la creación es suficiente.

La soberbia humana que hace que sabios se vuelvan fatuos, que las criaturas hagan ídolos en vez de reconocer al Creador, y que dejen el uso natural de sus cuerpos al tener relaciones, deja ver que los seres humanos no toman a Dios en serio, y Dios responde “entregándolos” a sus desvaríos y pasiones. Lo notable de esta descripción es que ni la ley ni Satanás son parte de ella. Aquí la relación del Creador con las criaturas y todas las cosas criadas es directa, inmediata, sin agentes intermediarios (1:18-32).

En el capítulo 5, Pablo establece el significado de Cristo, como la revelación de la justicia de Dios, contrastándolo con Adán. El primer Adán abrió la puerta para que entraran el pecado y la muerte. Una vez dentro ellas reinan. El segundo Adán estableció el reinado de la gracia y la vida eterna. Es de notarse que en el capítulo 1 la manifestación de la justicia y la ira de Dios no depende de la ley, o la intervención de Satanás, y en el capítulo 5 la entrada del pecado y la muerte se debe a la acción de un hombre, Adán, y la entrada de la justicia y la vida se debe a la acción de un hombre, Jesucristo (5:12, 15,19).

Las criaturas que viven en el mundo donde reinan el pecado y la muerte anhelan la liberación de la servidumbre de corrupción (8:21). Toda la creación ha estado gimiendo como una mujer a la hora de parto hasta ahora anhelando la redención del cuerpo. Aun los cristianos “que hemos recibido las primicias del Espíritu” también gemimos anhelando (8:23). “En esperanza somos salvos” (8:24), afirma Pablo.

Esta es la contradicción de la creación que manifiesta “la eterna potencia y divinidad” de Dios y al mismo tiempo gime al estar “sujeta a vanidad” (8:20) bajo la ira de Dios que la entrega a su orgullo, idolatría y pasiones no naturales. Este mismo Dios también ha revelado su justicia, su poder para dar vida, en el segundo Adán, el Hijo de Dios en el Espíritu por la resurrección (1:5). El paralelismo entre el primer y el segundo Adán incluye un contraste radical. Mientras que con el primero la desobediencia de uno tuvo consecuencias nefastas en muchos, la condición nefasta de muchos fue deshecha por la obediencia de uno (5:19).

La “eterna potencia” de Dios para la salvación de los que “tienen a Dios en su noticia” (1:28) hace que la creación que gime anhelando la liberación de los hijos de Dios, la terminación de sus dolores de parto, esté sujeta por su Creador “con esperanza” (8:20). En Romanos, si bien Adán abrió la puerta para que el pecado y la muerte entren al mundo creado por Dios, Dios está en control de la situación. La creación que gime con dolores de parto está sujeta al Dios que la sujeta con esperanza. La creación no ha caído en las manos de Satanás.

La Carta a los Romanos en su comienzo y en su conclusión exhorta a los cristianos a no juzgar a sus hermanos. Como incentivo para ello les recuerda que ellos mismos van a tener que comparecer ante el justo juicio de Dios (2:5; 14:9-11). Tanto a los cristianos judíos que se eximen a sí mismos del juicio y juzgan a los gentiles pecadores, como a los cristianos, judíos y gentiles, que juzgan o desprecian a sus hermanos por adoptar posturas distintas acerca de la identidad del sábado o la impureza de ciertas viandas, Pablo amonesta a no juzgar, despreciar o contristar (14:3, 15). Lo notable es cómo Pablo, que se está defendiendo de quienes lo acusan de traer oprobio al evangelio y negar su herencia judía, hace una digresión y usa lenguaje enfático para afirmar algo que pudiera ser gasolina para el fuego de sus opositores. Escribe: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que de suyo nada hay inmundo, mas a aquel que piensa alguna cosa ser inmunda, para él es inmunda” (14:14).

Con estas palabras declara que en el ámbito del ser, de la Creación, nada es inmundo. Esto, Pablo dice, “lo sé”. Tan importante como esta radical declaración que niega uno de los hitos fronterizos entre los judíos y el resto de la humanidad es la base sobre la cual Pablo sabe esta verdad. Sabe esto por su confianza en el Señor Jesús. Su fe en la nueva creación, en la resurrección de Cristo, le da una nueva visión de la realidad, y sobre esa base Pablo afirma que la distinción entre puro e impuro no existe en el ámbito del ser pero puede existir en la mente humana como una idea.

De la misma manera en que en el capítulo 1 Pablo distingue entre lo conocido y lo no conocido de Dios, o sea que aún cuando Dios revela algunos de sus atributos su ser permanece desconocido, en el capítulo 14 Pablo establece que algunas viandas son impuras en el ámbito de las ideas, pero tal no es el caso en el ámbito del ser, en la Creación. La salvedad nos deja entrever que Pablo da por sentado que sus lectores tienen la capacidad mental para apreciar las distinciones que les hace entre el ser y el saber. En el ámbito del saber se hacen distinciones que no existen en la Creación.

En el capítulo 8, Pablo termina su argumento sobre la efectividad de la justicia de Dios para salvar a los pecadores afirmando el triunfo del amor de Dios. “La eterna potencia y divinidad” de Dios no sólo crean sino que también aman. El triunfo del amor, dice Pablo, está seguro porque ningún poder en el universo es capaz de sobreponerse al amor de Dios. Al considerar posibles candidatos en esta confrontación, Pablo distingue dos grupos. En el primero considera condiciones enfrentadas en el vivir cotidiano: tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, cuchillo. Estas amenazas de la vida terrenal no representan contrincantes verosímiles. En el segundo grupo Pablo considera amenazas que acechan desde más allá de la realidad humana. Ahora Pablo afirma que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna otra criatura tiene el poder de separarnos del amor de Dios” (8:35-39).

Amenazados por angustia, hambre o desnudez podemos hacer algo. Frente a la muerte, ángeles y el futuro nos reconocemos indefensos. En la cosmología del primer siglo las esferas celestiales entre la tierra y el trono de Dios estaban bajo el control de “poderes del aire”, aquí llamados principados y potestades. Es difícil decidir a que se refiere Pablo cuando incluye “lo alto y lo bajo” entre las criaturas que habitan las esferas del universo que tienen poderes mayores al de los seres humanos y que son candidatos a poder romper los lazos del amor que une a los seres humanos con Dios. Esta cosmología que incluye principados, potestades, “lo elevado”, “lo profundo” es difícil de ser visualizada por los que vivimos en el siglo XXI. Sin darle mayor importancia podemos desechar esa cosmología, pero aún sin ella podemos, sin duda, entender perfectamente al apóstol que nos asegura que el amor de Dios que salva a todo aquel que tiene fe en Dios, y que a su vez revela su justicia, es el poder más imponente del universo creado por Dios.

Por lo tanto, cuando Pablo nos dice que Abraham, el padre de los que tienen fe, creyó “al que da vida a los muertos y nombra tanto las cosas que no son como las que son” (4:17), no podemos menos que quedarnos en silencio frente al vacío que separa a la creación del mundo de las cosas creadas de las no creadas. Esa frontera es la que Dios mantiene y la que hace que, como Abraham, tengamos plena fe en Dios.

La teología cristiana de los siglos II y III, luchando por establecer que lo que los cristianos creen, a distinción de lo creído por los paganos, no consiste de mitos apeló a un pasaje de 2 Macabeos 7:28, donde la madre de los siete mártires le recuerda al séptimo el poder de Dios para crear de lo que no es (ouk on). Ahí comenzó la doctrina de la creación ex nihilo (de la nada), en contradicción a los relatos bíblicos. En Génesis 1, Dios crea usando al océano primordial y en Génesis 2, Dios viene a un desierto preexistente y forma a Adán con su polvo. Pablo, por su parte, no tiene necesidad de contrastar el evangelio con mitos paganos. El realza el poder de Dios para darle vida a los muertos diciendo que no solamente es Creador de las cosas creadas pero también tiene control de las cosas que no son (me onta), las que ni siquiera nos podemos imaginar o nombrar. El abismo indeterminado entre lo creado y lo no creado es el ámbito de la libertad. El ámbito de la potencialidad, donde cualquier cosa es posible y la actualidad está ausente, es donde la libertad tiene su habitación. Ese es el ámbito del Espíritu Santo que se movía sobre las aguas primordiales antes de la creación, que resucitó a Cristo de los muertos y que le da vida a los que están muertos en sus pecados. En las cosas que no son es donde el poder creador y salvador todavía es uno y el mismo y todos los milagros son posibles. En la totalidad del ser y el no-ser es donde el ámbito del conocimiento confronta el misterio de Ser, el misterio de Dios, y se queda mudo.

Reconocer a Dios como el que nombra tanto a las cosas que no son como las que son, es reconocer el único Ser con completa libertad. Es precisamente porque fuimos creados de la libertad del no-ser que aunque criaturas hemos recibido la imagen de Dios, y tenemos, como parte de nuestro ser, la libertad para no ser. La Carta a los Romanos nos llama a cobrar nuestros sentidos y sentirnos criaturas agradecidas por el don de ser salvos en la esperanza de todavía llegar a ser Hijos de Dios que ya no viven en la carne, ya no viven gimiendo en la creación sujeta a la ira de Dios (8:19).

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