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La creación: el antimito religioso (Parte 1)

Me gustaría comentar el concepto de la creación desde la óptica de Moisés y desde nuestra inquietud científico-religiosa. Comenzaré planteándome algunos interrogantes. ¿Desde dónde escribe y nos habla este hombre de fe? ¿Podemos nosotros en el siglo XXI defender las mismas enseñanzas? ¿Debemos interpretar Génesis 1 y 2 sin discutir de cuestiones científicas con el paradigma evolucionista? ¿Cómo plantearnos preguntas que obtengan respuestas verdaderas sin caer en el dogmatismo religioso ni científico? ¿Qué límites nos imponen dichos relatos? ¿En qué nos puede ilustrar y ser útil la mitología o la filosofía de la ciencia?

En primer lugar, Moisés habla y escribe desde el éxodo. El concepto de la liberación de su pueblo le permite enseñar al Dios de Israel sin forma física, sin imagen, sin rasgos zoomórficos, sin características cosmogónicas. Dios es “voz” a semejanza humana. Dios es relación. Dios es poder liberador de la opresión socioeconómica. Dios los ha traído al Sinaí.

Me explico. Moisés no imagina ni supone un Dios que nace y engendra otros dioses. Eso sería una teogonía. Tampoco asocia cualidades de los animales a los dioses, y diosas, como es costumbre en Mesopotamia, y Egipto. A modo de ilustración, decir que estas religiones politeístas no transcenderán como el monoteísmo hebreo. Es curioso porque “la bestia”, −en cuanto que poder político, religioso, económico, demográfico, y social, − potencia invasora de Israel, no erradicará esa creencia del Dios Creador eterno e inmortal. Esto es una peculiaridad, o una profecía, ya que Israel será luz de las naciones. Hebreo procede etimológicamente de “Ibrit”, traducido por tránsito, es decir, siempre en camino. Siempre abiertos a nuevos horizontes. Siempre necesitados de nuevas interpretaciones de la realidad cambiante.

Por todo ello, Dios ha permitido narrar los relatos fundacionales de la creación así. Son poemas embrionarios de su amor. Están minimizados, pero programados para ser ampliados a medida que el ser humano necesite de ellos en su investigación. En la pantalla de su vida.

Actualmente nadie cree en la teogonía de Hesíodo ni se organiza una explicación así de la naturaleza. Sencillamente la ciencia es más plausible y funcional en su respuesta. Al menos para Occidente. Nadie se organiza la representación del espacio físico celeste como el territorio de An(u), Zeus, Urano, Uruk, Horus ( dios-Halcón, protector de faraón). Tampoco vemos divinidades en la “bóveda celeste”, cuya divinidad en Egipto se decía Nut, esposa del dios de la Tierra, Geb. Y así, con Moisés, podríamos nombrar a Ra, divinidad solar; o a Tot, dios de la Luna; o a Amón, rey de los dioses; o a la Esfinge, león con cabeza humana, símbolo del poder real faraónico; o a Apis, toro sagrado, símbolo de la virilidad y la fecundidad, encarnación del dios Ptah, dios creador y de los artesanos.

Quizá eso explique el enfado de Moisés con el episodio del becerro de oro. Una imagen sustitutoria del Dios Creador en el Sinaí. ¡Qué ridículo se sintió! Si no hay Dios creador, tampoco habrá necesidad del Dios Salvador. Quizá por ello, Moisés entendió que debía derribar para siempre la mentalidad egipcia de su pueblo. Sólo con la explicación de Génesis 1 y 2, más las vivencias de las plagas del Dios de Israel. Faraón dejó ir a los hebreos a adorar porque el Dios de dioses, como diría el salmista, hace que sus propias deidades se les vuelvan en contra. Un ejemplo, es cuando el Nilo o dios Hapi, fecundador de la tierra se vuelve sangre.

El pueblo debe entender siempre la diferencia entre la religión vista, hecha obras de arte, y la religión oída, hecha pensamiento, carácter, acción libre, y corpórea a través de su Espíritu. No a Egipto y sí a Israel. No al politeísmo ateniense, dirá muchos siglos después Pablo y sí a Cristo resucitado y glorificado.

No hay que olvidar el dictum, según el cual, “sólo Dios dice de sí mismo”, y el profeta se hace eco de sus dichos para ser nabin, los que luchan contra el olvido del pueblo. Primer encuentro con Dios, primera vuelta desde el olvido a la representación zoomórfica en el Sinaí. Trágico encuentro.

Con los relatos de la creación, Moisés, inspirado por Dios, revela una concepción peculiar, original y novedosa de contar nuestro origen. La narración de estos pasajes es un antimito. El relato no da respuesta al origen de Dios. Sencillamente, Yahvé preexiste. Su propio nombre así lo indica. Esta es la ironía que Moisés debe aceptar. Dios no se nombra. Dios no puede ser cosificado en un nombre cerrado. Dios no puede ser utilizado. Esto es un rasgo único del judaísmo. Moisés en su peculiar encuentro con la “zarza ardiente” ha llevado a cabo una deconstrucción de la religión aprehendida, y enseñada en Egipto. Moisés le dice a su pueblo que la religión zoomórfica de faraón no es verdadera ni superior a la del Dios Único, Invisible y Trascendente que los ha sacado de dicha esclavitud. Nadie mejor que él puede ser enviado por Dios a los hijos de Israel. Antes que profeta, participó de los privilegios sacerdotales egipcios como familiar de un “semidios”, faraón. Conoce todo de dicha religión. Conoce la técnica mitológica de narrar.

Moisés dice que hay un monismo que crea. No hay dioses estáticos que representen el caos ni dioses dinámicos que simbolicen el surgimiento del orden. Toda esta acción la efectúa el mismo Espíritu divino. Por dicha causa, la creación será toda ella buena en gran manera. La naturaleza ya no está sometida a lo mágico ni se ha de adorar. No pueden ser sus fenómenos interpretados como la manifestación airada de los dioses. Pensemos en los castigos que un héroe homérico como Ulises sufre a manos del dios del mar Poseidón. No, en el relato bíblico las aguas no reciben el nombre de ninguna divinidad como en la cultura sumeria, llamado Enki. Es interesante apreciar que aunque en las tradiciones mitológicas los dioses varían de nombres, e incluso se narran de diferente manera, no obstante se mantiene la misma temática de sentido. Incluso se abre dicho denominador común a diferentes tradiciones como la grecorromana.

Los dioses sumerios en su teogonía crean a los hombres para que trabajen para ellos. La idea del trabajo es negativa. El hombre tiene un origen asimétrico y desemejante con los dioses. Su destino es sufrir castigos o entretenerlos como cual bufón de sus existencias inmortales. También en el mundo griego el mito de Pandora escenifica la creación de la mujer para desgracia del hombre. Estas narrativas míticas destilan un machismo en su forma y contenido. Otro ejemplo de lo dicho, en la cosmogonía sumeria, las diosas femeninas simbolizan la maldad, caso de Tiamat, diosa del agua salada. Sin embargo, Apsu será el dios del agua dulce.

No ocurre así en el Génesis, donde hay una gradación de lo más distante a lo más emocionalmente próximo, e importante, el primer ser humano. Con el “Hagamos”, la Divinidad ofrece un modelo complementario e idóneo. La vida es un don de Dios, que sólo la mujer podrá en compañía del hombre perpetuar. Sin ella, la vida no sería posible para Adán. La mujer es la última obra sofisticada que Dios hace en su creación. Mientras que al varón lo moldea como si de una escultura se tratase, a la mujer la extrae del varón como si fuese una obra de ingeniera genética. La pareja es semejante a Dios. Es única como Dios, pero estructurada en una familia. Tendrán la posibilidad de desarrollar el privilegio de la paternidad y de la maternidad. Poblarán el Paraíso. El trabajo será autorrealización satisfactoria. Serán capaces de gobernar la creación. Tal y como apuntó en el Renacimiento Pico de la Mirandola, será superior a los animales no en base a sus sentidos, ni a su aptitudes físicas, sino en cuanto que Dios nos ha otorgado su dignidad. Nos ha distinguido con la palabra. Nos ha permitido nombrar a las especies supeditadas a nuestro señorío. Es más, su propio Hijo, Jesucristo, se ha hecho carne y sangre. Ha dignificado la corporeidad en cuanto que segundo Adán.

En definitiva, Moisés cuenta un primer relato desmitificándolo de contenidos religiosos politeístas. También hace una explicación espaciotemporal de cómo se desarrolla la creación. No responde a preguntas nuestras sobre la secuenciación de los elementos naturales. No tiene pretensión científica. No tiene un énfasis en el cómo. No sigue el método científico en su discurrir. Ni mucho menos tal y como nosotros lo tenemos tipificado en la actualidad. Pero sí que nos dice que Dios primero despliega su orden, separando las unidades de tiempo y espacio. De más lejos a más cerca en función de su finalidad espacial. Hay una simetría estructural temporal: los días.

Primer día, la luz versus la oscuridad, o el día y la noche como todo un día cíclico. En el cuarto día, adornará dicho espacio con el sol y la luna. Y así sucesivamente, el segundo día, la bóveda que separe y organice las aguas de encima y de debajo. En el quinto día, aparece toda vida acuática y también las aves. En el tercer día se separa lo seco, tierra, de las aguas o mar. Se produce la vida vegetal. En el sexto día, la tierra producirá la vida animal en toda su diversidad. Esta aparición se separa de la primera pareja. Dios forma, y sopla con su propia respiración aliento de vida a Adán.

Lo explica como si se estuviera montando una tienda en el desierto. Es un lenguaje de sentido común. Todo edificio comienza por la estructura, y luego por el interiorismo. Finalmente se hace para que alguien, una familia, la habite. Sólo así tiene sentido. De igual manera explica la creación de nuestro hogar Moisés.

Parecería que la creación podía haber acabado aquí en seis días pero en el plan de Dios, no. Lo principal es el para qué crea Dios. Para dedicar tiempo a las criaturas que ama como a sí mismo. Compartir. Estar con y por ellos. Esta respuesta se da con el séptimo día o sábado. Testigo en el tiempo de la creación, semana a semana. Día de recrearse, encontrarse con su Padre. Con su Creador. Dios quiere educar y enseñar su obra creadora a su primera pareja. Formar un vínculo especial. Poderles dedicar una extraordinaria atención. Su creación es un acto de amor, libre y responsable. Con el candelabro hebreo se simboliza este primer relato de la Creación. Con el arca de la alianza se resalta la presencia de Dios. Los judíos esperan este encuentro, o shekiná. Este pacto relacional de Dios y su pueblo. Los primeros cuatro mandamientos de Éxodo 20 vienen a enseñarnos la misma finalidad que Génesis 1. La relación con Dios mediante la palabra.

La finalidad del segundo capítulo o relato de la creación es otra. No se trata ya del pacto efectuado con Dios, el Creador. Se trata de enfatizar y valorar el pacto del hombre, varón y hembra, entre sí. Es como si Moisés quisiese recordar que el matrimonio es la esencia de los restantes seis mandamientos de la ley sinaítica. Es decir, el amor al prójimo ha de ser como la relación idílica de la primera pareja. No sentían vergüenza de verse tal y como eran. Tal y como estaban desnudos. Sin secretos. Convivir en plena confianza amorosa. Sin tapujos. Sin ser uno más que otro sino dos en uno. Siendo capaces de alegrarse de la existencia del otro rostro, espejo de nuestro ser. Ni siquiera Adán podía estar pleno sólo con Dios. Necesitaba alguien a su semejanza y medida. Dios no entiende la bondad sin Eva. Ni siquiera Él puede saciar la necesidad plena del corazón humano.

Es curioso que Juan, el apóstol del amor, diga en sus cartas que no podemos decir que amamos a Dios, invisible, y al mismo tiempo, odiamos a nuestros hermanos, los seres humanos, visibles. Esta es la prueba del prójimo que Moisés nos enseña. Sin el otro no estoy completo. El amor se alegra de que el otro exista. Esto permite la ética de la mirada, y de la caricia. El encuentro íntimo. El hogar como lugar de encuentro sentimental. Todo ello desde la elección libre y responsable, ejemplificada en el simbolismo de los dos árboles. Sólo se ama si se es libre de elegirlo. Solo se es humano si elegimos amar más el árbol de la vida que el árbol del conocimiento del bien y del mal. Sólo seremos eternos comiendo de dicho árbol en la Nueva Jerusalén, descrita en Apocalipsis como ciudad de la paz, entre el hombre y su Creador, Salvador. Entre el hombre con su prójimo, su hermano adoptivo en Cristo.

Para Moisés su prójimo será su pueblo y éste debe aprehender a caminar con Dios sin idolatría ni falsedad. Por ello la ley será dada para desarrollar la semejanza con el Creador a través del conocimiento del no. La negación como límite que destruye el mal que arrastraban por haber sido esclavizados. No codiciarás…, y sí te acordarás de venir a encontrarte conmigo en el día de reposo que conmemora tu creación. Nuestra relación debe ser respetada, como respetas a tus padres, para que te vaya bien aquí y ahora. Sí al bien. No a la idolatría. Ni divina ni humana. Aprender a ser feliz de nuevo pasa por recordar su plan al crearnos.

En otro artículo, continuaremos con la finalidad del paradigma evolutivo a la luz de Génesis 1 y 2.

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