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La Pala y el Libro

Mi interés en la arqueología fue despertado por el profesor David Rhys en el Colegio Adventista del Plata allá por el año 1953. Su materia era matemáticas, pero daba clase también de astronomía y para los estudiantes del curso teológico una clase en arqueología bíblica. Rhys era uno de los profesores más queridos y respetados en el Colegio. Un hombre serio, inteligente, curioso y alegre. Como descendiente de inmigrantes galeses que se habían radicado en en el valle del Río Chubut en la Patagonia, se había criado en una comunidad de habla inglesa, y esto le permitía leer cuanto material en materia de arqueología llegaba a sus manos en inglés. En sus clases yo aprendí acerca de los descubrimientos más recientes pues él estaba suscrito a varias revistas especializadas.

Cuando el año siguiente fui a estudiar a Southern Missionary College en Tennessee, la facultad, a diferencia del presente, no contaba con alguien interesado en la materia. Pero cuando fui al Seminario Teológico en Takoma Park (1956-58), enseguida decidí estudiar bajo el tutelaje de Siegfied Horn, cuyo interés en la materia estaba produciendo libros bastante populares entre los adventistas (Recent Discoveries Confirm the Bible (1954, Descubrimientos Recientes Confirman la Biblia), Light from the Dust Heaps (1955, Luz desde los Cúmulos de Polvo), The Spade Confirms the Book (1957, La Pala Confirma al Libro). En realidad, eran variaciones de un libro.

En aquel entonces los que estudiábamos para un BD (Bachelor of Divinity = Master of Divinity [MD] de hoy) teníamos que elegir un major (área de especialización), y yo me especialicé en Antiguo Testamento dirigido por el Dr.Horn. Tomé todas las materias que él enseñaba. Todas tenían que ver con arqueología bíblica e historia del antiguo Cercano Oriente. Horn no tocaba la teología del Antiguo Testamento ni con la punta de un palo de cinco metros.

En aquel entonces Horn era lo que algunos con un aire algo despectivo llamaban un “arqueólogo de sillón”. A pesar de no haber estado a cargo de una excavación, algo que pocos años más tarde hizo con la admiración de sus colegas en Heshbon, su dominio de la literatura en la materia era magnífico y reconocido por otros arqueólogos de gran renombre. Editaba el Comentario Bíblico Adventista, lo cual le absorbía cada momento de su vida. Eso hacía que aunque yo era uno de los alumnos más interesados en su materia, no alcancé a sentir que tenía una relación estrecha con él. Su devoción al Comentario Bíblico era total. Lamentablemente, los que publicaron el Comentario no le dieron el crédito debido a su abnegada labor. No solo tuvo él que escribir muchos de los artículos, sino que también tuvo que re-escribir muchos escritos por otros, o tuvo que escribir comenzando con una página en blanco artículos que habían sido asignados a otros, pues estaban muy por debajo de las más mínimas normas académicas de erudición requeridas para su publicación.

El Dr. Horn, en cuyo honor se ha nombrado al museo arqueológico de Andrews University, no tenía vendas que le impidieran ver los límites de sus esfuerzos por reconstruir la historia del Cercano Oriente en que el pueblo de Israel fue uno de los protagonistas. Su interés era demostrar que como libro de historia antigua la Biblia contribuía a entender el pasado y la arqueología y las otras ciencias que proveen evidencias para tal reconstrucción contribuyen al entendimiento de los relatos bíblicos. En 1975 publicó otra versión más al día de los libros que había publicado en los 50 con el título Records of the Past Illuminate the Bible (Registros del Pasado Iluminan la Biblia). Al estudiar arqueología con el profesor Rhys quedé con la impresión que la arqueología confirmaba la verdad bíblica. Sus clases me dieron el fundamento que me dio ventaja entre los demás alumnos del Seminario. Al estudiar arqueología con el Dr. Horn ya empecé a entender que la arqueología establecía que la Biblia es una fuente autorizada de información histórica. Como ya dijera, Horn jamás daba una opinión teológica en sus clases. Debido a ello, había quienes en la Asociación General, que en aquellos días quedaba en el edificio contiguo al Seminario, de vez en cuando expresaban juicios negativos acerca de él. Claro está, los profesores Edward Heppenstall y Roland Loasby eran los que tenían que comparecer una y otra vez ante comités de oficiales de la Asociación General para responder a acusaciones hechas por algún alumno. Para mí, seguramente, estos eran los profesores cuyas clases valían la pena.

En aquellos tiempos, el mundo evangélico se caracterizaba por defender la inspiración de la Biblia como unitaria. Era común encontrar en la arqueología bíblica una línea de evidencias que establecía razones con las cuales afirmar la verdad bíblica. La astronomía también era frecuentemente puesta al servicio de proveer evidencias que sustentaban fe en la Biblia. En otras palabras la verdad bíblica es también verdad histórica y científica. Eso requería que cualquier verdad contraria a lo que se encuentra en la Biblia fuera declarada falsa. Más importante era encontrar en la historia y la ciencia argumentos para una apología de la Biblia. Si, por ejemplo, un consenso de eruditos determinaba que la domesticación de los camellos no había ocurrido en tiempos de Abraham, los arqueólogos bíblicos se ocupaban de encontrar evidencia de que en realidad para ese entonces ya se había domesticado a los camellos. De esta manera se establecía, se defendía, no solamente una reconstrucción exacta de la historia antigua, sino la verdad bíblica.

Pocos años después se comenzó a poner en duda si en realidad existía tal cosa como la arqueología bíblica. Encontrar artefactos materiales que hacen posible elaborar una descripción más completa de la historia antigua no nos dice nada específico acerca de la Biblia como Palabra de Dios. Sólo nos informa acerca de la historia del Cercano Oriente. Con todo, para quienes la biblia contiene no solamente “la verdad del evangelio” (Gal. 2:5) sino también la verdad científica o histórica, demostrar que la evidencia “secular” corrobora la narración bíblica es de gran importancia.

En el Estado de Israel, establecer el relato bíblico como historiográficamente válido no solo tiene importancia teológica sino también política. Para los judíos sionistas es necesario usar la Biblia para establecer sus reclamos de ser los verdaderos propietarios de las tierras que ellos denominan la Tierra de Israel. Es por eso que el Gobierno israelí cuenta con la Autoridad de Antigüedades de Israel y promueve la arqueología en todas las universidades. Para muchos israelíes esta es la manera de reclamar que las fronteras del estado moderno deben ser las fronteras del reino del rey David. Esta manera de ver las cosas, indudablemente, es el gran obstáculo que impide la resolución del conflicto entre judíos y palestinos. Judíos sionistas, sean o no observadores de la ley, y cristianos fundamentalistas, no importa de que denominación, ven en la arqueología un arma que refuerza sus ideologías.

Los autores de The Bible Unearthed (2001, La Biblia desenterrada), Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, le echaron arena en los ojos a quienes deseen usar la arqueología para reclamar control de la historia. Finkelstein es un arqueólogo reconocido con indisputables credenciales, el director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv. Silberman es reconocido como uno de los voceros mas influyentes de los resultados de la arqueología y ya había publicado un libro controversial, Digging for God and Country (Escabando para Dios y la patria). En The Bible Unearthed se usa la arqueología para re-escribir totalmente la historia del Israel antiguo. Este no es el lugar en el cual dar una reseña del libro. Baste decir que según la evidencia arqueológica presentada por Finkelstein y Silberman, el reino de David no fue más que el de un cacique de tribu y durante su tiempo Jerusalem no era más que una aldea. La idea de la gloria del reino unido de David y Salomón, con todos sus esplendores, no es más que la invención de los escribas del rey Josías, quien, después de muchos años en que el reino del norte había alcanzado un grado de civilización mucho más elevado que el reino del sur, finalmente pudo, después de la toma de Samaria por los asirios, por primera vez traer bajo su dominio a territorios que hasta entonces nunca habían estado ocupados por israelitas.

Indudablemente que Finkelstein y Silberman hacen que uno tenga que re-evaluar muchas premisas en la construcción de una apologética cristiana. Por supuesto, otros arqueólogos han propuesto diferentes maneras de interpretar la evidencia, han dicho que la evidencia es incompleta, o insuficiente, han puesto en tela de juicio los motivos de los autores, o los han desacreditado de plano. La tesis del libro, sin embargo, es uno que, sobre bases literarias y teológicas, ya se había hecho repetidamente: los autores de la Torah escribieron por motivos principalmente políticos y teológicos, sin tener mayor interés en preservar el pasado “como actualmente sucedió” (von Ranke). Esto me hace reconocer que en vez de ser exclusivamente un arma para la defensa de la verdad histórica en la Biblia, la arqueología también puede ser usada como arma para demostrar la irrelevancia de la historia en la Biblia. Como arma de dos filos, que mejores métodos y nuevas tecnologías dejan cada vez más filosos, la arqueología ha dejado de ser un arma de apologética. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde cuando se proclamaba que la pala comprueba la Biblia.

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