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La ciencia y mi fe

Los adelantos científicos más notables de los últimos años han sido en el campo de la genética. La biología ha avanzado inmensamente desde que Ernest Rutherford descubrió el núcleo del átomo en 1909 y Francis Crick y James Watson descubrieron la doble hélice en 1953. Entre esos adelantos está la nueva percepción del núcleo del átomo como esencialmente un vacío. Esta modificación del entendimiento científico de la realidad material en vez de demostrar que no se puede confiar en la ciencia sólo certifica una de sus características básicas. Toda declaración científica debe ser corregida cuando surgen nuevas evidencias. Ninguna tesis científica puede ser la última palabra. Su función es la de facilitar la formulación de pronósticos. De esta manera estimula el diseño de experimentos que comprueban o refutan tales pronósticos y hacen posible que la tesis sea más detallada. En otras palabras, la validez de una tesis científica está en su capacidad de estimular la imaginación de los científicos en el diseño de experimentos que adelantan el conocimiento del universo en que vivimos. Tanto la ley de la gravedad de Isaac Newton como la ley de la relatividad de Alberto Einstein están siendo corregidas continuamente. Pero el científico que extiende sus pronósticos a terrenos en que no puede comprobarlos o refutarlos ha dejado de ser científico.
Así fue que la ciencia de la genética identificó el lenguaje de los genomes. Este lenguaje hasta ahora no ha sido descifrado pero ya se han hecho muy importantes avances en esa dirección. En el 2006 un equipo de investigadores de la Universidad de California en Santa Cruz, dirigido por David Haussler, publico los resultados de su comparación muy detallada de los genomes de diferentes especies (1). Los investigadores encontraron dos conglomerados de DNA en genomes de vertebrados que se han conservado a través de las transmutaciones de las especies. Uno de ellos fue designado HAR1 (Human Acelerated Region 1). Este genome aparece en la gallina, la laucha, la rata, el chimpancé y, altamente modificado, en el ser humano. Durante 300 millones de años este genome no fue modificado desde el predecesor común de la gallina y la laucha hasta el predecesor común del chimpancé y el ser humano. Entonces, durante los próximos 6 millones de años sufrió importantes modificaciones entre el predecesor común del chimpancé y el ser humano.
Durante estos últimos 6 millones de años HAR1 en el ser humano experimentó 18 cambios. Este genome de RNA regula funciones que pasaron por una re-organización de consecuencias mayores. Los investigadores también descubrieron que HAR1 está muy activo en la corteza cerebral del feto durante el segundo trimestre del embarazo de la madre. Este es el tiempo cuando los detalles esenciales en la estructura del cerebro son organizados.
El segundo genome de RNA, identificado como HAR2, está activo en el desarrollo de la muñeca del feto humano. Estos descubrimientos, que muchos consideran tan importantes como los de Rutherford, Crick y Watson, son importantísimos no sólo porque abren las puertas a una nueva rama de la ciencia, el estudio de la biología del ser humano a nivel molecular, sino también porque tienen que ver con el cerebro y la muñeca, los dos órganos que diferencian más nítidamente a los seres humanos de los demás vertebrados del reino animal (2).
Indudablemente que la ciencia seguirá avanzando y explicando la naturaleza de las realidades físicas del universo. Las computadoras, como lo demuestra el equipo de Santa Cruz, están revolucionando los métodos de investigación y acelerando su progreso. Hay cristianos que ven estos adelantos como necedades del orgullo humano o como amenazas a la fe cristiana. Ambas reacciones se basan en malentendidos.
Los que ven los adelantos de la ciencia como necedades de “la así llamada ciencia” piensan que la verdadera ciencia de la realidad física se encuentra en Genesis 1-3. Reclamar valor científico para los relatos bíblicos, sin embargo, es anacrónico, ilusorio y fanático. Es sabido que la ciencia, como conocimientos adquiridos siguiendo métodos específicos que pueden ser verificados por otros, vino a ser parte de nuestra cultura hace relativamente poco tiempo. También es sabido que escribir historia con la intención de describir con la mayor exactitud posible lo que en realidad sucedió en el pasado, exponiendo al examen de otros tanto las fuentes usadas como las razones por las cuales se prefiere a una en vez de la otra cuando ellas no concuerdan, es también una actividad intelectual de interés reciente. Decir que los autores bíblicos escribieron ciencia e historia es hacerle violencia a la Biblia. Pretender que la ciencia y la historia que uno pretende encontrar en la Biblia es superior a la ciencia y la historia escrita por “meros” seres humanos falibles es un doble error. Es un error porque en la Biblia no hay ni historia ni ciencia en el sentido académico de las palabras. También es un error porque tanto la historia y la ciencia como la Biblia fueron y son escritas por meros seres humanos falibles. En otras palabras, los escritores bíblicos nunca dejaron de ser meros seres humanos falibles.
Los que ven los avances de la ciencia como amenazas a la fe cristiana malentienden tanto la ciencia como la fe. Concuerdo con quienes piensan que la fe y la ciencia no funcionan en el mismo ámbito, no conciernen los mismos objetos y no establecen la misma verdad. La verdad científica se caracteriza por su capacidad de ser desplazada por nuevos descubrimientos. El científico que desea mantener la verdad que le enseñaron en la escuela y rechaza los resultados de nuevos descubrimientos ha dejado de ser científico. El creyente que tiene fe en Dios también está continuamente buscando la mejor manera de entender al Dios en que cree. El creyente que se estanca en las creencias que tenía cuando niño o adolescente se convierte en un creyente inmaduro.
La fe del niño y la fe del adulto es la misma fe. La fe de Abraham y mi fe, estoy convencido, es la misma absoluta confianza que vivo por la gracia y la misericordia de Dios. Pero mi manera de concebir a Dios y su voluntad cuando niño y ahora son muy distintas, y la manera en que Abraham concibió a Dios y la manera en que yo le concibo hoy es muy distinta. Entre otras, yo tengo la ventaja de la revelación de Dios en Cristo. La fe que Abraham tuvo, yo tuve cuando niño y tengo ahora es la misma incambiable y permanente, y no tiene nada en común con los descubrimientos de la ciencia y la reconstrucción moderna de la historia. Ninguna verdad científica o histórica, contingente y temporal, puede amenazarla.
Tan importante como el reconocimiento de que las verdades de la ciencia no amenazan a la verdad de la fe viva y eficaz en Dios como el dador de la vida es reconocer que tampoco amenazan los relatos de la creación en Genesis 1-3. Todos sabemos que en estos capítulos tenemos dos relatos que ven las cosas desde perspectivas muy distintas y reflejan argumentos teológicos de diferentes épocas.
Como ya dije, ninguno de los dos relatos es historia o ciencia. Quien quiera argumentar que fueron escritos con la intención de describir con la mayor exactitud posible lo que en realidad sucedió en el pasado tiene la obligación de proveer la evidencia de ello y dar razones por las cuales le da preferencia a uno en vez del otro relato. En otras palabras, antes que Dios comenzara a crear, ¿ya existía un océano o un desierto? Quienes fueron creados primero, ¿los peces, las aves y los animales terrestres o Adán y Eva? ¿Es Dios un ser trascendente, inmaterial que permanece oculto en el espacio o un ser inmanente, material que planta árboles, amasa arcilla, corta costillas y teje vestimentas?
La razón por la cual no tengo ningún problema en tomar en serio lo que los científicos me dicen acerca de la manera en que la vida ha evolucionado sobre este planeta que continua continuamente siendo creado no es porque he puesto mi fe en la ciencia. No tengo ningún problema porque mi estudio de la Biblia me ha convencido que su objetivo no es proveer información histórica o científica que los contemporáneos de sus escritores no pedían. Cuando ella provee alguna información que hoy en día puede ser considerada como histórica o científica, ésta es marginal, tangencial, sin detalles e inconsecuente.
El interés de la Biblia es testificar a favor de Dios, dar evidencia de su poder, su justicia, su lealtad y su amor. Muchas de las cosas que relata no son exactas y muchas no son edificantes. Todo su contenido, sin embargo, refleja la manera en la cual un pueblo se vio a si mismo siendo dirigido, protegido y castigado por Dios. Es un testimonio de fe y como tal digno de ser emulado.
El creyente que veta los avances de la ciencia, en defensa de su mal uso de relatos bíblicos, ha dejado de ser razonable. En su esfuerzo por integrar todas las facetas del ser, la fe va más allá de la razón, pero si la fe deja de ser razonable se convierte en la destructora de la unidad del ser. La fe y la religión pueden ser tanto agentes beneficiosos que integran la personalidad como agentes maléficos que crean enfermos mentales.
Nunca he puesto ni jamás pondré mi fe ni en la historia ni en la ciencia. Sus verdades son contingentes hasta que surja una mejor explicación. Lo mismo, debo admitir, sucede con las doctrinas que formulo para explicarme a Dios. Mi fe descansa en la verdad de Dios. Dios es quien cuenta con la razón de mi existir. De mi fe no puedo dar explicaciones; sólo puedo dar mi confesión. Mientras tanto dejo que la historia y la ciencia me informen del pasado y de la manera en que la vida y las cosas funcionan en el universo que Dios está continuamente creando.
(1) K.S. Pollard, S.R. Salama, N. Lambert, M.-A. Lambot, S. Coppens, J.S. Pedersen, S. Katzman, B. King, C. Onodera, A. Siepel, A.D. Kern, C. Hehay, H. Igel, M. Ares Jr., P. Vanderhaeghen y D. Haussler, “An RNA gene expressed during cortical development evolved rapidly in humans,” Nature, vol. 443,14 de septiembre, 2006, pp. 149-50.
(2) Freeman Dyson, “When Science and Poetry Were Friends,” The New York Review of Books, vol. 56, num.13, 13 de agosto, 2009, pp. 15-18.

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