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Columna: La inspiración verbal

Fue mi buena suerte ser estudiante en el Seminario Adventista allá por los años 1956-58. Eran los años en que se estaba escribiendo el Comentario Bíblico Adventista y unos pocos elegidos estaban escribiendo las contestaciones a las preguntas que habían surgido en el diálogo que se estaba teniendo con líderes evangélicos. Ese esfuerzo resultó en la publicación de Questions on Doctrine (Preguntas doctrinales) en 1957. En octubre pasado se celebró en el Seminario una convocación especial para marcar el cincuentenario de ese evento. El libro hizo público los esfuerzos de los dirigentes de la Conferencia General por hacer constancia dentro del mundo evangélico que los adventistas no eran una versión heterodoxa del cristianismo, sino una denominación cristiana de carácter evangélico. Muchos evangélicos se alegraron de poder extender la mano de confraternidad a los adventistas. Otros pensaron que el libro no reflejaba la realidad adventista que ellos conocían de primera mano en sus vecinos. Entre los adventistas, hubo una revuelta que puso en peligro la unidad de la iglesia.
Uno de los aspectos discutidos en el diálogo con los evangélicos, que casi no se mencionó en las celebraciones del año pasado y la publicación de una versión revisada y anotada del libro, fue la inspiración de la Biblia. En el círculo donde yo me movía la opinión preponderante era que el esfuerzo por establecer la ortodoxia cristiana de la iglesia adventista era muy apropiado, necesario y legítimo. Había quienes argumentaban, por el contrario, que los líderes de la Conferencia General estaban vendiendo la primogenitura de la iglesia por un plato de lentejas. El deseo de congraciarse con los evangélicos les había hecho negar la esencia del adventismo. Aquellos con quienes yo tenía contactos se alegraban de ver que la iglesia quería establecer sus credenciales dentro de la confraternidad de iglesias cristianas, dejando así de ser considerada una secta heterodoxa como los Testigos de Jehová, los Mormones y la Ciencia Cristiana (las otras tres iglesias cristianas de origen norteamericano).
Lo que nos preocupaba entonces era mantener lo que considerábamos característico en el entendimiento adventista de la inspiración bíblica. Todos sabemos, y si no lo sabemos lo debiéramos saber, que Elena G. de White hace bien claro en la introducción a su libro El conflicto de los siglos que la Bibia no fue escrita por inspiración verbal. En otras palabras, la Biblia no contiene las palabras que el Espíritu Santo, o ángeles, les trasmitieron a sus escritores. La inspiración se concretó en los escritores. Ellos, entonces, escribieron usando sus propias palabras, según sus propios estilos, habilidades, y limitaciones culturales.
Si bien hoy sabemos que el punto de vista expresado por Elena G. de White no es original, sino que ella lo copió de un libro en su biblioteca, de todos modos sigue siendo el punto de vista tradicional adventista. Los evangélicos, por su parte, ya mantenían entonces y siguen manteniendo la inspiración verbal. O sea, los escritores bíblicos fueron amanuenses que pusieron en papel lo que el Espíritu Santo les dictó. Mantienen esta manera de entender la mecánica de la inspiración para poder entonces declarar que en la Biblia no hay errores. Literalmente, es La Palabra de Dios.
En 1961 fui contratado a enseñar por un año en lo que entonces se llamaba Emmanuel Missionary Collage y es ahora la escuela de enseñanza terciaria de Andrews University. El jefe del departamento de Religión, mi jefe, era el Dr. Edwin Thiele. Desafortunadamente muy pocos adventistas han oído de él. Thiele había cursado sus estudios doctorales en el Oriental Institute de la Universidad de Chicago, uno de los centros de estudios veterotestamentarios más prestigioso del mundo. Su tesis doctoral era considerada una obra de inmensurable valor pues había resuelto uno de los problemas más persistentes en el estudio de los reinados de los reyes de Judá e Israel. Nadie hasta entonces había podido reconciliar los números que se dan a la duración de sus reinados en los libros de Reyes y de Crónicas. Theile demostró, no solamente a los miembros de su junta de examinadores doctorales sino también a la mayoría de los eruditos en la materia alrededor del mundo, que el problema se resuelve si se reconoce que los escribas cometieron un error que es fácil de entender. Una vez corregido ese error todos los números cuadran perfectamente. Su libro The Mysterious Numbers of the Hebrew Kings es todavía considerado fundamental para el estudio de la cronología de los reyes hebreos y es uno de los pocos libros académicos que después de 60 años todavía están a la venta gracias a sucesivas impresiones.
Por supuesto, ese no es el único error que se encuentra en las páginas de la Biblia. Todos sabemos, por ejemplo, que si Dios quiso alargar un día para que los israelitas pudieran efectuar la exterminación de un ejército lo que tuvo que hacer fue detener el giro de la tierra, y no al sol en su órbita. Hay muchos otros.
Sin duda la Biblia no es infalible. La inspiración no produjo un texto, sino seres humanos inspirados que, tal como lo dice Elena G. de White, escribieron como mejor pudieron. Lo triste del caso es notar que la mayoría de los adventistas, que muchas veces afirman que la inspiración afectó a los autores bíblicos, en la práctica usan la Biblia en términos de una inspiración verbal. Hay que ser consistente. Se le da lugar al factor humano en la producción de la Biblia, o se declara que la Biblia descendió del cielo ya escrita. Algunos pretender que hay que elegir entre una Biblia que es de origen humano o de origen divino, pero ese no es el caso. La Biblia es de origen divino y humano. Es imprescindible mantener los dos factores en tensión constante. Siendo este el caso, ella contiene errores humanos y testimonios divinos. Los que pretenden negar esta condición no le están haciendo un favor ni a la Biblia ni a Dios. Sólo están demostrando su inseguridad frente a Dios y los seres humanos.
Hay que leer con mucho cuidado la primera de las Doctrinas Fundamentales de la iglesia adventista. Todos sabemos que documentos escritos por grupos de personas son el resultado de las negociaciones necesarias para lograr una mayoría. Las consecuencias a menudo incluyen ofuscación y contradicciones. Según este documento, “Las Sagradas Escrituras, el antiguo y el nuevo testamento, son la Palabra de Dios escrita, dada por inspiración divina a través de santos hombres [sic] de Dios que hablaron y escribieron al ser incitados por el Espíritu Santo. Dios le ha encomendado a los hombres [sic] el conocimiento necesario para la salvación. Las Sagradas Escrituras son la revelación infalible de Su voluntad” (Mi traducción del original inglés). Aquí hay tres oraciones que fácilmente pueden ser malinterpretadas: “Las Sagradas Escrituras . . . son la Palabra de Dios escrita”, “Dios le ha encomendado a los hombres . . . conocimiento”, “Son la revelación infalible.”
No es difícil tomar estas oraciones y sostener que enseñan la doctrina de la inspiración verbal, sin errores, de la Biblia. Leídas integralmente, pareciera que intentan no hacerlo, pero no lo logran completamente. La primera oración es, indudablemente, la más problemática pues identifica a la Palabra de Dios con algo escrito. La oración completa admite la participación de seres humanos, pero es difícil decir que no se trata de secretarios que pusieron en papel lo que el Espíritu Santo les dictó. Elena G. de White hace claro que la participación humana fue mucho más importante.
La segunda oración efectivamente define el tipo de conocimiento impartido por las escrituras. No se trata de conocimientos científicos, históricos, filosóficos o metafísicos. Se trata de conocimientos salvíficos, y ninguno de los mencionados son indispensables para ls salvación. Esta declaración, sin embargo, es contradicha por la afirmación “Ellas (las Escrituras) son . . . las actas fidedignas de las acciones de Dios en la historia” (Mi traducción del original inglés). Conjuntamente, ambas declaraciones afirman que en la Biblia tenemos registros históricos que son necesarios para la salvación. Pero los autores bíblicos, como dijera en una columna anterior, no escribieron historia. Ellos estaban interesados, principalmente, en los milagros. La historia, al contrario, nunca se interesa en milagros. Los historiadores no incluyen a Dios como protagonista de la historia. Escribir que Dios se preocupa y actúa a favor de sus criaturas, no es escribir historia. Es dar expresión a la fe. Los errores históricos o científicos cometidos por quienes vivían antes de que la humanidad desarrollara inquietudes y métodos que ampliaron sus conocimientos en estos campos del saber de ninguna manera pueden desautorizar las salvíficas verdades de fe. Afirmar que no hay errores históricos en la Biblia es anacronístico y erróneo. Por añadidura, conocimientos históricos jamás pueden confirmar las salvíficas verdades de fe.
Finalmente, es importante notar que la Declaración de las Doctrinas Fundamentales hace claro que la Biblia es infalible en cuanto a la voluntad de Dios. Esto hace posible pensar que ella contiene errores históricos, científicos, cosmológicos, etc. Por otra parte, el apóstol Pablo hace claro que la voluntad de Dios no esta claramente expuesta en la Biblia con todos los detalles circunstanciales de la vida humana. Es necesario que cada ser humano sea renovado desde arriba para estar capacitado para evaluar inteligentemente por si mismo cuál es la voluntad de Dios (Romanos 12:1-3).
Las olas de un fundamentalismo reaccionario que han estado barriendo las playas evangélicas han causado mucha erosión en las playas adventistas. Es reaccionario pues se basa en una inspiración verbal que fue elaborada en el siglo XIX para combatir torpemente los avances de la modernidad. De esa manera el movimiento evangélico que debiera haber sido una influencia regeneradora en las culturas modernas quedó relegado al oscurantismo irrelevante. Lamentablemente, los adventistas, que pudieran estar cumpliendo esa función renovadora, al adoptar la doctrina de la inspiración verbal terminan sufriendo el mismo fin. Cuando se niegan las consecuencias de la participación humana en la obra de Dios en la tierra se niega la relevancia de Dios en la realidad humana. Vasijas de barro son indispensables en la transmisión del mensaje divino. Estas, por naturaleza, son frágiles e imperfectas.
Los defensores de la inspiración verbal se consideran los defensores de la autoridad de la Biblia. La Biblia, sin embargo, no necesita sus vanos esfuerzos. La autoridad de la Biblia no es oficial, impuesta desde arriba por teólogos, eclesiásticos, o iglesias. Para decirlo técnicamente, su autoridad no es potestas. No es una autoridad reglamentada. La autoridad de la Biblia viene de abajo, de los lectores que se sienten compungidos al leerla. Es autoritas, la autoridad que los lectores reconocen al leer porque el Espíritu Santo que inspiró a los autores también hace efectiva La Palabra de Dios en ellos. La doctrina de la inspiración verbal solo sirve para desautorizar la Biblia. Los que la proponen la usan para establecer su autoridad, usan la Biblia para imponer sus propias opiniones. Esta doctrina es una formulación ideológica que no está basada en la Biblia. El que ha leído TODA la Biblia cuidadosa y reverentemente queda convencido que dicha doctrina no la representa correctamente.

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