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Rebuscando los orígenes de la declaración de las veintisiete Creencias Fundamentales

Cuando un grupo de pastores adventistas del séptimo día se reunieron en Battle Creek, Michigan, para considerar cómo organizar la iglesia en 1861, James White propuso la idea de un “pacto ecclesiástico”. El documento declaraba: “Nosotros, los signatarios al pie, por medio de ésta nos asociamos como iglesia, tomando el nombre Adventistas del Séptimo Día y pactamos guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.1 De manera que el contenido total del “pacto” consistía del propuesto nombre de la iglesia y las palabras de un versículo favorito de las escrituras (Apoc. 14:12). Pero para algunos del grupo esta breve, inocente declaración sonaba sospechosa, como los comienzos de un “credo”, y por lo tanto un paso hacia “Babilonia”.

John Loughborough fue rudo: “El primer paso hacia la apostasía es la promulgación de un credo que nos diga qué es lo que debemos creer. El segundo es hacer del credo una prueba de discipulado. El tercero es juzgar a los miembros por ese credo. El cuarto es denunciar como herejes a los que no creen en el credo. Y el quinto es perseguir a los tales.”

James White respondió aclarando que él también se oponía a la promulgación de un credo, pero dio otra razón como causa. Dijo: “Declarar un credo es clavar la bandera y prevenir todo avance hacia el futuro.… La Biblia es nuestro credo. Rechazamos todo credo humano. Tenemos la Biblia y los dones del Espíritu, y aceptamos la fe que por ellos el Señor nos ha de enseñar una y otra vez. De esta manera nos oponemos a la formulación de un credo.”2

No importa cual fuese el argumento, los adventistas compartían la convicción que formular un credo era peligroso para la salud espiritual y teológica de la joven comunidad de creyentes. Con todo, los pastores presentes en Battle Creek decidieron que un “pacto” no era un “credo” y unánimemente votaron adoptar el pacto propuesto por James White.

La aversión a tener un credo ha sido explicada por Walter Scragg:

Los primeros dirigentes [adventistas] pensaban que las iglesias de las cuales ellos venían habían calcificado sus creencias … en credos, y que habían preferido defender sus credos a buscar nueva luz en las verdades bíblicas. La reforma protestante había quedado incompleta por estar atrapada en credos. Ellos también temían que un credo se pudiera convertir en un rival de la libertad del Espíritu que veían activo en su medio, tanto en la obra de Elena de White como en las convocaciones de estudio en las cuales buscaban respuestas a perplejas preguntas bíblicas.3

Un poco más de un siglo más tarde, los descendientes espirituales de los primeros adventistas tuvieron escrúpulos similares en relación con la idea de revisar la declaración oficial de Creencias Fundamentales de los Adventistas del Séptimo Día. Uno de mis amigos que más respeto, me llamó desde más allá de la mitad del continente para expresar su chasco al enterarse de que estaba envuelto en tal proyecto. Argumentó que se trataba de una mala idea debido a las muchas posibilidades de que el resultado fuera usado indebidamente. Sin saberlo hizo eco de las palabras de White y Loughborough. Insistió que iba a inhibir la creatividad intelectual y ser usado para disciplinar y hacer que todos caminaran en línea. En otras palabras, sería usado como un credo.

Tanto en 1861 como en 1980, los escépticos estuvieron correctos en sus pronósticos pero errados en sus razonamientos. Estuvieron correctos en sus predicciones porque, a pesar de la fuerte y consistente antipatía para con un credo entre los adventistas, en el presente tenemos algo que funciona efectivamente como un credo. Nuestra declaración de Creencias Fundamentales puede ser, y en verdad ha sido, usada indebidamente. Pero ni el peligro ni la realidad del abuso niega el valor de una declaración tal cuando es usada debidamente. Tal como la tradición de la cual es la expresión más autorizada, puede ser el fundamento sobre el cual edifiquemos y no el calabozo que nos aprisione.

En este artículo deseo hacer tres cosas: 1) describir brevemente los predecesores de la actual declaración, 2) describir lo que puediéramos llamar “la epopeya de las veintisiete” y 3) hacer algunas observaciones sobre el proceso y el producto de la revisión de 1980.

La necesidad de formular las creencias adventistas fue reconocida mucho antes de que tuviera lugar la reunión en que se votó el “pacto ecclesiástico” y el nombre de la denominación. Desde entonces ha habido una larga serie de formulaciones similares. La primera a la que generalmente se hace alusión es una declaración informal hecha por James White in 1853 en respuesta al pedido de un oficial de la Associación Central de los Bautistas del Séptimo Día. A éste se le había pedido que “escribiera a los Adventistas del Séptimo Día para enterarse de sus creencias”. El pastor White contestó al pedido con una breve reseña de la aceptación gradual del sábado por “aquellos entre los creyentes en el Segundo Advenimiento que observan el cuarto mandamiento” y entonces explicó:

Como pueblo venimos de varios grupos del Movimiento Adventista [de Guillermo Miller] y de varias denominaciones, soteniendo diversas opiniones en algunos temas; sin embargo, gracias a Dios, el sábado es una plataforma en la cual todos podemos pararnos juntos. Parados ahí, con la ayuda de ningún credo aparte de la Palabra de Dios, y unidos por los lazos del amor—amor a la verdad, amor los unos por los otros y amor por un mundo que perece—que son más fuertes que la muerte, todo sentimiento partidario deja de ser. Estamos unidos en estos grandes temas: El segundo advenimiento, immediato y personal, de Cristo, la observancia de todos los mandamientos de Dios y la fe de su Hijo Jesucristo como preparación necesaria para su advenimiento. 4

Un poco más tarde ese mismo año, el pastor White publicó en la Advent Review and Sabbath Herald una serie de cuatro editoriales sobre “el orden evangélico”, o sea el orden ecclesiástico. En ellos insistió que éste no requería la formulación de un credo. En el primer editorial escribió: “No queremos un credo humano; la Biblia nos basta. El orden divino del Nuevo Testamento es suficiente para la organización de la iglesia de Cristo. Si se necesitara más, nos hubiera sido dado por inspiración”. En el segundo reiteró su convicción de

que la iglesia de Cristo … ya está provista de un credo que es suficiente. “Toda escritura es dada por inspiración de Dios”.… Dejad que la iglesia de Cristo tenga a la Biblia como su único credo, crea en sus simples enseñanzas, obedezca sus preceptos, y ella llevará a cabo en la iglesia la obra para la cual fue escrita.… Si bien rechazamos todo credo, o manifiesto humano,… aceptamos la Biblia, la regla perfecta de fe y conducta dada por inspiración de Dios. Este ha de ser nuestro manifiesto, nuestro credo y regla de conducta.5

Contrariamente, en agosto de 1854 el primer número del volumen seis en su encabezamiento incluía una lista de cinco “Salientes Doctinas Enseñadas por la Review”. Estas aparecieron inmediatamente debajo de la identificación de James White como editor de la revista, quien se presume fue el autor de la lista.

Esta consistía de:

La Biblia, sólo la Biblia, es la regla de fe y conducta.

La ley de Dios, como es enseñada en el Antiguo y el Nuevo Testamento, es incambiable.

El advenimiento personal de Cristo y la resurrección de los justos ocurrirán antes del milenio.

La tierra restaurada a la perfección y la gloria del Edén es la herencia eterna de los santos. 6

La inmortalidad sólo por Cristo será dada a los santos en la resurrección.7

Una declaración más amplia, evidentemente escrita por Uriah Smith, apareció en 1872 con el título “Declaración de los principios fundamentales enseñados y vividos por los Adventistas del Séptimo Día”. Fue publicada como un panfleto anónimo y contenía veinticinco puntos. En parte, la introducción decía:

Al presentar al público esta sinópsis de nuestra fe, deseamos dejar por sentado que no tenemos cláusulas de fe o conducta, o credo, aparte de la Biblia. Esta publicación no está autorizada por nuestro pueblo, ni ha sido formulada como un sistema de fe para forjar unidad interna, sino como una breve declaración de lo que nuestro pueblo con gran unanimidad ha mantenido y mantiene.8

Esta declaración fue publicada varias veces—en Signs of the Times en 1874 y 1875, en Advent Review and Sabbath Herald en 1874, y como panfleto en 1875, 1877–78, 1884 y 1888. En todas estas publicaciones se incluía en la introducción la explicación de que los adventistas “no tienen otro credo que la Biblia, pero mantienen ciertos puntos de fe bien definidos que están dispuestos a defender”. Fue revisada y expandida a veintiocho puntos en el Yearbook de la denominación de 1889, y luego desapareció por quince años. Fue nuevamente impresa anualmente en los Yearbook de los años entre 1905 y 1914, y en la Review and Herald de 1912 con el título de “Principios Fundamentales” y acreditada al “difunto Uriah Smith”. También fue publicada con un vigésimonono punto sobre la libertad religiosa.9

Al mismo tiempo, en 1894 la iglesia de Battle Creek, la congregación adventista más prominente entonces, publicó un directorio que incluía una declaración titulada” “Algunas cosas que los Adventistas del Séptimo Día creen”. Contenía treinta puntos precedidos de la siguiente explicación: “El pueblo Adventista del Séptimo Día no tiene otro credo o disciplina que la Biblia, pero los que se presentan a continuación son algunos de los puntos de fe sobre los cuales hay común acuerdo”.10

En 1931 se publicó una declaración de las “Creencias Fundamentales de los Adventistas del Séptimo Día” que contenía veintidós puntos. Fue preparada, a pedido del Comité de la Conferencia General, por un panel de cuatro personas que incluía al presidente de la Conferencia General, C. H. Watson, y al editor de la Review and Herald, F. M. Wilcox.11 Según una versión de los hechos, la declaración fue escrita por Wilcox y los otros miembros del panel la aceptaron.12 De acuerdo con otra versión, el borrador fue escrito por F.D. Nichol, el editor asociado de la Review, de treinta y cuatro años de edad.13

No importa cómo se originó, “sabiendo que el Comité de la Conferencia General —u otro cuerpo denominacional—no aceptaría jamás el documento que tenía en las manos, Wilcox, con el consentimiento de los miembros del panel, presentó la declaración directamente a Edson Rogers, el director del Departamento de Estadísticas de la Conferencia General, quien la publicó en el Yearbook de 1931.14

Esta declaración, que comenzaba diciendo “los adventistas del séptimo día tienen ciertas creencias cuyos rasgos principales … pueden ser resumidos de la manera siguiente”, fue publicada anualmente en el Yearbook desde ese año y, por voto del Comité Ejecutivo de la Conferencia General, en el Manual de la Iglesia comenzando en 1932. En 1946, en la sesión de la Conferencia General en Washington, D.C., se votó que el Manual de la Iglesia puede ser enmendado sólo por voto de la Conferencia General en session—es decir, no por el Comité Ejecutivo. De esta manera la declaración de 1931 se hizo oficial, pero todavía seguía siendo considerada “no un credo”.15

Todas estas primeras declaraciones—la declaración informal de James White en 1853, los cinco puntos en el encabezamiento de la Review de 1854, el “pacto ecclesiástico” de 1861, la “Declaración de Principios Fundamentales” de Uriah Smith de 1872, los “puntos de fe” de la iglesia de Battle Creek de 1894 y la declaración de “Creencias Fundamentales” de 1931—tuvieron la intención de describir la unanimidad existente entre los adventistas, no de prescribir obligaciones teológicas.

Dos preocupaciones que convirgieron en 1976 proveyeron el incentivo para que se revisara la declaración de 1931. Por una parte, algunos dirigentes de la Conferencia General expresaron interés en revisar el párrafo acerca de “las Santas Escrituras” para incluir una frase que afirmara que “dan la historia auténtica de los orígenes del mundo”. Al mismo tiempo, el comité encargado del Manual de la Iglesia pensó necesario coordinar las declaraciones hechas en las Creencias Fundamentales, las instrucciones para los candidatos al bautismo y el voto bautismal, contenidos en el Manual.

El comité del Manual de la Iglesia recomendó que se organizara un comité ad hoc que se encargara de ambas tareas, la coordinación de las tres declaraciones y “la preparación de una Creencia Fundamental adicional que considerara la doctrina de la creación”. En respuesta a esta propuesta, el comité adminstrativo de la Conferencia General votó que su presidente, F. W. Wernick, y el presidente de la Conferencia General, nombraran el comité que se encargaría de este trabajo, y así lo hicieron. El presidente del nuevo comité fue W. Duncan Eva y su secretario Bernard Seton.16

De lo que sucedió entonces nos enteramos por las muy detalladas reminiscencias personales de Seton. Si bien sus memorias no concuerdan completamente con la historia oficial, ellas nos dan acceso a los eventos y a la dinámica que los movía:

En 1965, desde Berna [Suiza] escribí a la administración de la Conferencia General y le expresé mi convicción de que nuestra declaración de Creencias Fundamentales necesitaba ser revisada tanto desde una perspeptiva teológica como literaria. La respuesta que recibí hizo claro que en la Conferencia General nadie sentía tal necesidad, de modo que el asunto quedó en la nada.

En 1970 me nombraron secretario asociado de la Conferencia General y descubrí que una de mis responsabilidades era ser el secretario del comité encargado del Manual de la Iglesia. Era claro que el Manual necesitaba ser revisado. Había crecido a tientas, con añadiduras introducidas al azar por individuos y grupos a medida que descubrían deficiencias en el texto. La edición de 1967 demostraba los remiendos que se habían hecho aquí y allá y clamaba por atención editorial. Pero en la página 22 decía: “Todo cambio o revisión de pólizas en el Manual debe ser autorizado por la Conferencia General en sesión” [1946]. Estas palabras eran una barrera que impedía todo esfuerzo por revisar cualquier parte del Manual.

Tomó varios meses de argumentación para convencer al comité de que las revisiones estilísticas y de redacción, con el objetivo de mejor claridad y consistencia en las expresiones, no eran prohibidas por lo que decía la página 22. Cuando finalmente el comité vio la luz, varias páginas de enmiendas editoriales fueron aceptadas por el comité y presentadas ante la Conferencia General en sesión en Viena en 1975. Reconociendo la aversión oficial al cambio de una iota o un tilde del Manual, no incluí la declaración de Creencias Fundamentales en la propuesta inicial de cambios editoriales.

Después de la sesión de 1975, sin embargo, me pareció que había llegado la hora de darle atención a la declaración de Creencias Fundamentales. Parecía estar rodeada de una aureola sagrada que la rendía intocable, y el secretario del comité [esto es, el pastor Seton que escribe estas líneas] parecía ser el único convencido que necesitaba ser revisada. Por lo tanto, él preparó una versión revisada para beneficio del presidente del comité y poco después fue sometida a un subcomité nombrado por iniciativa del presidente. Usando esa versión como base, este subcomité pasó muchas horas editando un nuevo texto para presentarlo al comité del Manual.

A cada paso, sin embargo, el proceso era entorpecido por la tradición que hacía intocable a las Fundamentales. En verdad, a veces se daba la impresión de que esas declaraciones eran inspiradas y por lo tanto toda sugerencia de refinar y mejorar cada declaración era sospechada. Si ese parecer hubiera podido ser puesto a un lado, el trabajo de revisión hubiera sido mucho más efectivo. Con ese obstáculo siempre al frente, el subcomité tuvo que revisar otra vez el texto que había presentado al comité del Manual.

Entonces se nombró otro comité ad hoc para que redactara un documento que con los oficios del comité del Manual de la Iglesia presentaría una declaración a la sesión de 1980. A este comité ad hoc se le instruyó que hiciera la menor cantidad de cambios posibles, teniendo en cuenta la naturaleza sacrosanta del Manual y las sensibilidades de la membresía de la iglesia tratándose de que pudría parecer que se estaban haciendo cambios a las creencias doctrinales de la iglesia. Una vez más se tuvo que seguir adelante apretando los frenos, y la revisión tuvo que hacerse dentro de parámetros muy limitados.17

No fue hasta agosto de 1979 que el comité ad hoc vino a terminar su trabajo, y distribuyó copias de un borrador a los oficiales de la Conferencia General. En la carta que acompañaba al documento, Eva “señaló que se habían hecho cambios formales y sustanciales. Formalmente, la secuencia de los tópicos había sido alterada y se habían insertado títulos a los párrafos. Sustancialmente, la sección sobre la trinidad había sido expandida de dos a cuatro párrafos, y se había añadido secciones concerniente a los ángeles, la creación y la caída, la iglesia, la unidad del cuerpo de Cristo, la cena del Señor, el matrimonio y el hogar cristiano y la educación”.

Eva “también aclaró que antes de presentar la daclaración al comité del Manual de la Iglesia pensaba consultar en septiembre a algunos profesores del Seminario”. Después que el comité del Manual diera su aprobación, la declaración pasaría por los oficiales de la Conferencia General, los presidentes de Uniones, el concilio anual y finalmente sería presentada a la Conferencia General en sesión en Dallas [en abril próximo]”.18

Sobre esto también las reminiscencias de Seton son interesantes:

Cuando las limitadas revisiones fueron concluidas, me atreví a sugerir que sería sabio presentar el documento a nuestros teólogos profesionales pensando que sería mejor recibir sus reacciones antes de que el documento fuera más adelante en vez de esperar y recibir sus críticas en la sesión en Dallas. Después de algunos reparos, mi sugerencia fue aceptada y el documento fue a Andrews University para ser estudiado y que cualquier comentario o enmienda fueran referidas al comité ad hoc. Nuestro pedido no fue atendido, pues los profesores de Andrews redactaron su propia declaración de las Fundamentales”.19

Más tarde, Scragg, presidente de la Division Europea, informó que “W. Duncan Eva me ha comunicado su sorpresa al recibir de vuelta [de los profesores de Andrews] un documento completamente re-escrito en vez de revisiones del documento ya escrito”. A pesar de la sorpresa, el documento forjado en Andrews

fue el que sirvió de base al que fue recomendado por el concilio anual de 1979 a la Conferencia General en sesión en 1980.… Para uno versado en la manera en que se hacen las cosas en la maquinaria denominacional, no deja de ser una gran sorpresa que la iglesia haya estado en 1980 a la altura del desafío impuesto por las palabras de 1946 que protegían la declaración de 1931. No sucedió que aquella declaración fuera reconsiderada, sino que la iglesia actuó como si no hubiera existido y formuló un nuevo lenguaje, nuevos artículos, nuevas referencias bíblicas, para entonces votar un nuevo documento.20

La actuación de los profesores de Andrews realizó lo que la interpretación tímida de los procedimientos autorizados en el Manual no había podido realizar. Mirando hacia atrás queda claro que hubiera sido sabio que el comité del Manual de la Iglesia trabajara con los teólogos de Andrews desde más temprano en el proceso, pero la aversión tradicional a la revisión del Manual hubiera impedido la realización de una sugerencia tal. 21

Lo que sucedió en Andrews, sin embargo, fue tan recto como inesperado. El presidente de la universidad nombró al vice-presidente académico, el decano del Seminario Teológico, y ocho miembros de la facultad del Seminario para que se reunieran con Eva, y con dos miembros adicionales nombrados más tarde.22 Ninguno de ellos se acuerda de haber sido instruído en que se esperaba de ellos “solamente comentarios y enmiendas”.

Al contrario, a muchos de nosotros nos pareció que si bien “la declaración escrita por el comité ad hoc en Washington mejoraba considerablemente a la declaración de 1931”, era “desprolija en su estilo y organización … con una terminología inconsistente, falta de balance en el tamaño de las secciones, inconsistencia en la presentación de documentación y, en general, más preocupación administrativa por eventos y conductas que por su significado”.23 Puede ser que los intercambios de Eva con el grupo de Andrews, hayan sido tan gentiles y respetuosos que no nos percatamos de su intención. En cualquier caso, decidimos casi de entrada que lo que se requería no era una redacción más prolija sino la formulación de un nuevo documento.

Así fue que nos dispusimos a trabajar y decidimos qué debía estar incluído y asignamos a diferentes miembros del comité las secciones a su cargo. Por ejemplo, Lawrence Geraty escribió el primer borrador de la sección seis, “la creación”; Ivan Blazen formuló la sección veintitrés, “el ministerio de Cristo en el santuario celestial”, y yo escribí la sección dos, “la trinidad”, y tres, “el padre”. Por supuesto, algunas correcciones menores y también mayores fueron hechas por el grupo de la facultad en Andrews y más tarde por comités de la Conferencia General en Washington y durante la sesión de la Conferencia General en Dallas. Por lo tanto el contenido final de la declaración de las veintisiete Creencias Fundamentales no puede ser atribuido a los autores de los borradores iniciales. El nuevo contenido, que no formaba parte de la declaración de 1931, incluía las secciones sobre la creación y la vida familiar.

De la manera como fue votada, la declaración tenía una estructura definida; no eran veintisiete perlas en un cordón. En verdad, reflejaba un patrón teológico muy tradicional.24

[Prolegómeno]

Preámbulo

[La Palabra de Dios]

1. Las sagradas escrituras

[Dios]

2. La trinidad

3. El padre

4. El hijo

5. El espíritu santo

[Creación]

6. La creación

7. La naturaleza del ser humano

[Salvación]

8. La gran controversia

9. La vida, muerte y resurrección de Cristo

10. La experiencia de la salvación

[Comunidad de Fe]

11. La iglesia

12. El remanente y su misión

13. La unidad del cuerpo de Cristo

14. El bautismo

15. La cena del Señor

16. Los dones y ministerios espirituales

17. El espíritu de profecía

[Vida en Cristo]

18. La ley de Dios

19. El sábado

20. La mayordomía

21. La conducta cristiana

22. El matrimonio y la familia

[Consumación]

23. El ministerio de Cristo en el santuario celestial

24. La segunda venida de Cristo

25. La muerte y la resurrección

26. El milenio y el fin del pecado

27. La tierra nueva

Esta era una estructura plausible, tradicional, indudablemente no necesariamente la “correcta”, “santa” o “divinamente dada”.25 Hay muchas maneras razonables de cortar el pastel teológico.

El número veintisiete fue una iniciativa algo arbitraria de mi parte. Como secretario del grupo, me fueron asignadas las tareas de llevar registro y organizar nuestras deliberaciones. Siendo que no había un número predeterminado de secciones, hubiéramos podido establecer veintiseis o veintiocho secciones, pero preferí veintisiete. Veintiseis me pareció un número insípido, sin interés. Veintiocho me pareció más atractivo por ser el múltiple de siete por cuatro, el producto aritmético de dos números prominentes en el Apocalipsis.

Veintisiete me pareció aún más atractivo: es tres a la tercera potencia, tres por tres por tres. Dada la importancia de la trinidad (Mat. 28:19; 2 Cor. 13:13 [14]) y la triple alabanza de los ángeles, “Santo, Santo, Santo” (Isa. 6:3), los otros números no le hacían competencia. Veintisiete tenía que ser. Durante las deliberaciones en la Conferencia General, el número de las secciones aumentó a veintiocho, pero subsecuentemente fue reducido a veintisiete.26 Así que resultaron veintisiete secciones y la declaración es a veces identificada informalmente como “las veintisiete”.

Algunos otros detalles pueden resultar de interés, a pesar de no ser suficientemente importantes como para haber sido incorporados en la historia oficial del proyecto.

La sección que tomó más tiempo que ninguana otra fue la veintitrés, “El ministerio de Cristo en el santuario celestial”. Puesto que se habían hecho públicas muchas críticas tanto desde un punto de vista exegético como experimental acerca de la doctrina tradicional del santuario celestial y su “limpieza”, nos esforzamos por formular una declaración al respecto que representara fielmente lo que nosotros entendíamos que gozaba del consenso más amplio en la membresía de la iglesia.

Después de mucha deliberación, el grupo decidió no incluir una sección sobre la educación cristiana. Nos pareció que si identificábamos de esta manera a uno de los departamentos clave de la iglesia tendríamos que, para hacer justicia, también identificar a otros (escuela sabática, salud y temperancia, ministerios juveniles, etc.). En tal caso, estaríamos convirtiendo el documento en un mapa de la organización.

La sección quince, “La cena del Señor”, despertó algunas preguntas interesantes, entre ellas la participación de los niños. Aunque entre los adventistas siempre se ha practicado la comunión abierta, algunos miembros del grupo insistían que sólo a niños bautizados se les podía permitir participar; otros con igual fervor estaban convencidos de que un niño con la madurez suficiente para entender el significado de los símbolos debiera poder participar. El grupo fue incapaz de llegar a un acuerdo al respecto, de manera que la declaración final no encara la pregunta.

Más importante que nada fue nuestra exaltación al reconocer la importancia de nuestra tarea. Tratábamos de describir (dándole expresión a las creencias de nuestra comunidad de fe) e instruir (guiando a la comunidad de fe a una visión más clara y más perceptiva). Si hubiéramos escrito nuestras propias declaraciones de creencias, cada uno hubiera escrito algo diferente, que reflejaría nuestros trasfondos, perspectivas y entendimientos individuales.

A continuación la declaración de creencias pasó a un diálogo más amplio. El documento preparado por nuestro grupo fue modificado ligeramente por el comité del Manual de la Iglesia y aprobado, en principio, por el concilio anual en octubre de 1979. En febrero de 1980 fue publicado por la Review, con una invitación a los lectores alrededor del mundo a que hicieran comentarios.27

Las sugerencias enviadas a la Review fueron muchas, algunas superficiales y otras extremadamente bien pensadas. Probablemente el examen más cabal fue hecho por la facultad de religión del Pacific Union College. Intercambios adicionales entre los oficiales de la Conferencia General y el grupo de profesores del Seminario y otro prolijo examen del documento en la Conferencia General introdujeron modificaciones importantes.28 Finalmente la declaración fue presentada para ser considerada por los 2000 delegados a la quintuagésima tercera sesión de la Conferencia General en Dallas en abril.29

El debate en Dallas comenzó con un extenso comentario por el presidente, Neal C. Wilson, que incluía lo siguiente:

Ya hace algún tiempo que hemos estado considerando mejorar nuestra Declaración de Creencias Fundamentales.… Sin duda han estado estudiando este asunto y orado por él.

Hemos estado oyendo varios rumores interesantes. Se dice que algunos piensan que los dirigentes de la iglesia quieren destruir completamente los fundamentos de la iglesia y trazar para la iglesia un curso que es contrario a la Biblia, contrario a la tradición y a la historia del adventismo. Compañeros delegados, nada puede estar más lejos de la verdad.

También hemos oído que cuando alguien se atreva a manocear la Declaración de Creencias Fundamentales se estará intoduciendo la Omega, la confusión final de las posiciones teológicas y doctrinales de la iglesia Adventista del Séptimo Día. Les sugiero que esta también es una opinión desafortunada.

Puedo entender cómo los individuos que estaban lejos de donde se estudiaron estas cosas, a los cuales no se les pidió que participaran en el estudio de mejoras en la expresión, puedan pensar que algo muy siniestro, misterioso y secreto ha estado sucediendo y que esto nos va a confrontar, contribuyendo al deterioro y la extinsión de la iglesia Adventista del Séptimo Día…Les aseguro que ninguno de los que han estado trabajando con ahinco en estas cosas tiene tales intenciones.

Hay otros que piensan saber por qué se está haciendo esto. Piensan que se ha preparado esta declaración para usarla como un garrote con el cual castigar a algunos, para atrapar a nuestro pueblo dentro de un concepto estrecho de la teología, sin dejar espacio para la interpetación privada de las profecías, o ideas personales en materia de teología y doctrinas. Esto es también desafortunado porque ésta nunca ha sido ni es la intención del estudio que se le ha dado a la Declaración de Creencias Fundamentales.

Algunos profesores, teólogos, y otros, tienen miedo de que esta declaración haya sido concebida para ser usada por la iglesia con el propósito de examinarlos y descalificarlos como maestros en nuestras instituciones de enseñanza universitaria. Es extremadamente trágico de que tales rumores estén circulando.

Reconozco abiertamente, estoy más que dispuesto a admitir, de que debemos tener mucho cuidado al invitar a personas con mentes abiertas, experiencia y estudios avanzados para que nos ayuden en la formulación de una declaración tal. Pienso, sin embargo, que nadie debe asustarse al estudiar la fraseología de este documento. Tal vez debo ir aún más allá y decir que la iglesia Adventista del Séptimo Día no tiene un credo como tal. Ninguna declaración en lenguaje humano está sellada en hormigón. Nunca llega la hora en que un documento humano no pueda ser mejorado. Pensamos que es bueno que cada 20, 30, 50 años nos aseguremos de que estamos usando un unfoque y un lenguage apropiado.… Algunas palabras no tienen hoy el significado que tenían hace 50 años.… Es muy importante que todos entendamos lo que creemos y que lo expresemos claramente, simplemente, de la manera más concisa posible. 30

Con estas palabras se abrió el debate para la consideración y la aprobación final de “las veintisiete fundamentales”.

Como bien dice Geraty, “El proceso llevado a cabo en Dallas fue de más beneficio para los que participaron en él que para el producto”. 31 Trayendo a colación el aforismo de que un camello parece ser un caballo diseñado por un comité, cualquiera puede darse cuenta de que un comité de casi dos mil miembros no es el grupo ideal para la revisión de un documento.32 Sin embargo, estuvo bien de que la Conferencia General en sesión, la autoridad máxima dentro de la iglesia, pasara casi una semana debatiendo las creencias que nos dan identidad teológica, y no usara su tiempo sólo para debatir estructuras, pólizas y procedimientos ecclesiásticos.

La sección diecisiete, “El espíritu de profecía”, puede servir de ejemplo de los ajustes que se hicieron en Dallas. Algunos delegados deseaban enfatizar la autoridad de Elena G. de White. El texto que se presentó decía: “Sus escritos proveen a la iglesia de apoyo, guía, instrucción y corrección”. El texto revisado dice, “Como mensajera del Señor, sus escritos son una continua y autorizada fuente de verdad que provee a la iglesia de apoyo, guía, instrucción y corrección”. Entonces, para dejar claro que este cambio no ponía a Elena White a la par de las escrituras, se añadió otra clarificación: “Ellos también hacen claro que la Biblia es la norma con la que se juzga toda doctrina y práctica”.

Talvez tan importantes como las revisiones que se hicieron son las que no se hicieron. Ellas incluían unas cuantas sugerencias de que se especificara mejor la naturaleza de los días de la semana de la creación, el comienzo del sábado, los lugares donde Cristo ministra en el santuario celestial, las maneras de apoyar financieramente a la iglesia y prácticas prohibidas, tales como jugar a las barajas, asistir al teatro y bailar.33

Algo extraordinario sucedió en Dallas mientras el comité de dos mil diseñaba su camello teológico: se le añadió un preámbulo a la declaración, los párrafos más importantes en todo el documento. Siendo que fue formulado y propuesto por Ronald Graybill, a veces se lo identifica como “el preámbulo de Graybill”.34 Dice así:

Los adventistas del séptimo día aceptan sólo la Biblia como su credo y afirman que las sagradas escrituras enseñan ciertas creencias fundamentales. Estas creencias, presentadas aquí, reflejan la manera en que la iglesia entiende y expresa las enseñanzas de las escrituras. Revisiones de esta declaración pueden ser necesarias en sesiones de la Conferencia General, cuando la iglesia es dirigida por el Espíritu Santo hacia una comprensión más amplia de las verdades bíblicas o encuentra un lenguaje más apropiado con el cual expresar las enseñanzas de la santa palabra de Dios.35

La última oración abarca la observación de Wilson en su introducción al efecto de que “debemos entender lo que creemos y … expresarlo simplemente, claramente, de la manera más concisa posible” y va más allá para reflejar un énfasis, muy importante pero muchas veces olvidado, que ya hemos notado en Elena White: “Cuando el pueblo de Dios crece en la gracia, estará continuamente obteniendo un entendimiento más claro de Su Palabra. Discernirá nueva luz y belleza en las verdades eternas. Esta ha sido la realidad en todas las épocas de la historia de la iglesia, y lo seguirá siendo hasta el fin”.36

Desafortunadamente, este preámbulo ha sido ignorado muchas veces. El libro Seventh-day Adventists Believe, publicado por el departamento ministerial de la Conferencia General, ignoró por completo el preámbulo. Lo mismo sucedió en la serie de lecciones de la escuela sabática que dedicó los dos últimos trimestres de 1988 a las Creencias Fundamentales, 37 y en una serie similar de artículos en la revista Ministry, en agosto de 1995.38 Tal vez esta frecuente omisión sea razonable: el preámbulo es diferente en contenido e intención. No trata sustancialmente las Creencias Fundamentales, sino su posición (status). También podría ser que los autores de estas diferentes interpretaciones de la declaración no estuvieran de acuerdo con la manera en que el preámbulo relativiza explícitamente toda formulación de creencias.

No importa cuál haya sido la razón, desdeñar el preámbulo es inescusable, porque es olvidar uno de los elementos más básicos del auténtico adventismo—es decir, su compromiso con “la verdad presente”, con el entendimiento progresivo de las escrituras, de Dios y de nosotros mismos en relación con Dios.

Afortunadamente, por otra parte, en su breve historia de la teología adventista, George Knight hace referencia a “el muy importante preámbulo” y comenta: “Esta notable afirmación capta la esencia de lo que James White y los otros pioneros adventistas enseñaron. Según ellos, la inflexibilidad de un credo no solamente es un mal positivo sino que también niega que la iglesia está siendo guiada hacia la verdad por un Señor que vive.… El concepto de ’cambiar para progresar’ está en el mismo centro de la teología adventista”.39

Finalmente, reflexionemos acerca del proceso y del producto.

Las contribuciones de muchos fueron buenas, pero no lo ideal. Por primera vez, una declaración formal de las creencias adventistas no fue formulada por un individuo o un pequeño grupo de individuos. Intencionalmente se buscó incluir a eruditos en teología y ciencias bíblicas, así también como la membresía en general. Más pudo haberse hecho al respecto, y más debería hacerse la próxima vez.

En primer lugar, debería haber habido mucha más participación de mujeres, quienes constituyen más de la mitad de la membresía adventista pero no hubo ni una nombrada como miembro de los varios comités envueltos en el proceso. Su participación oficial se limitó al debate en la sesión de la Conferencia General. Como resultado tenemos una declaración esencialmente masculina.40

Además, se deberían haber hecho arreglos para que miembros de la iglesia que no tienen fluidez en inglés pudieran leer en sus idiomas la declaración publicada en la Adventist Review. Esta omisión dificultó su participación. Esto se debió, probablemente, a que la publicación se hizo relativamente tarde.

El debate en la sesión de la Conferencia General se habría beneficiado si hubieran participado más eruditos. Blincoe participó por ser el decano del Seminario y Geraty como el representante elegido por la facultad del Seminario. Ambos eran miembros del comité editorial y Geraty participó activamente. Pero Raoul Dederen, quien, como jefe del Departamento de Teología del Seminario y por lo tanto considerado el teólogo más importante de la iglesia, tendría que haber sido invitado a participar, así mismo Kenneth Strand, el historiador de la iglsia de más renombre, y muchos otros eruditos en religión de varias partes del mundo.

Algunos, especialmente en Australia, estaban consternados con la sección veintitrés, “El ministerio de Cristo en el santuario celestial”, considerándola “diluída” y hasta una “capitulación”.

Otro motivo de crítica es la ausencia de algunas dimensiones de la vida spiritual—el perdón y la oración, por ejemplo. Como justificación se explica que se trata de una declaración de creencias adventistas, no de una descripción de la espiritualidad de los adventistas, así como tampoco de una descripción de la estructura ecclesiástica de la iglesia adventista. A esto se puede contestar, por supuesto, que en realidad los adventistas creen en el perdón y la oración.

A veces la idea de “veintisiete creencias fundamentales” ha parecido ser una contradicción: Si hay veintisiete de ellas, ¿cómo pueden ser todas “fundamentales”? Hay dos respuestas a esta pregunta. La primera es que la palabra “fundamental” es relativa, algunas cosas son más fundamentales que otras. Por ejemplo, para los adventistas el sábado es importante; en verdad, es esencial. Pero la verdad de que Dios es amor incondicional, y que Jesús de Nazaret es la expresión suprema de ese amor, es aún más importante, más fundamental en la teología y la vida de los adventistas.

La segunda respuesta es que entre las declaraciones de creencias, ésta con veintisiete secciones no es notable por su gran número. En la tradición anglicana hay “Treintainueve artículos de la religión” y en la tradición luterana la Confesión de Augsburgo contiene veintiocho artículos, algunos de los cuales se extienden por varias páginas.41

Así que, después de todo, ¿es un credo? Desde un punto de vista, indudablemente lo es: una declaración formal, oficial, y por lo tanto “autorizada”, de creencias es un credo. Esto es así no importa que las primeras líneas insistan que “los adventistas del séptimo día aceptan como su credo sólo la Biblia”, y no importa que Wilson asegurara a los delegados de la Conferencia General que “la iglesia Adventista del Séptimo Día no tiene un credo como tal”. Por lo tanto, afirmaciones de que no se trata de un credo dan la impresión de no ser genuinas.

Desde otro punto de vista, sin embargo, puede que no haya otra declaración de creencias en la historia del cristianismo que comience expresando la expectativa que puede ser cambiada “cuando la iglesia es guida por el Espíritu Santo a una comprensión más amplia de las verdades bíblicas o un lenguaje mejor con el cual expresar las enseñanzas de la santa palabra de Dios”. Quien quiera considerar la Declaración de Creencias Fundamentales como un “credo” debe reconocer que se trata de uno muy inusitado que rompe con el molde histórico.

Por supuesto, como toda declaración de creencias, esta también puede ser usada mal o abusada. A pesar de lo que dice el preámbulo, se la puede considerar absoluta en vez de relativa, y de esa manera ser usada para suprimir en vez de estimular un diálogo teológico abierto. Se la puede considerar rígida en vez de flexible y ser usada para sofocar ideas creadoras acerca del significado de la fe adventista. Pero gente de la iglesia que usa un credo para abusar a otros posiblemente lo haría también sin un credo.

Hay que admitir, sin embargo, que a pesar de que existe la posibilidad y la realidad del abuso, y de que para muchos los “credos” tienen una mala reputación, ellos pueden ser beneficiosos. Al representar a la iglesia en su totalidad y expresar su comunalidad teológica, un credo puede apropiadamente ser “autoritativo”. La iglesia necesita definirse teológicamente. No se trata solamente de la identidad, sino también de “la verdad en la propaganda”. Personas con interés de integrarse a una comunidad de fe particular tienen derecho a saber en qué se están metiendo. Los periodistas que escriben acerca de tal comunidad deben tener acceso a una descripción autorizada de lo que los miembros de esa comunidad creen.

Con todo, esta historia tiene una moraleja. A medida que una comunidad de fe crece, se hace obvia la necesidad de organizarse y también la necesidad de definirse a sí misma. El mundo en el cual vivimos y servimos, y al cual testificamos, necesita saber quiénes somos y qué creemos. Las generaciones futuras también necesitarán saber quiénes éramos y qué creíamos. Por lo tanto, no es solamente legítimo sino también valioso tener declaraciones de creencias, especialmente a medida que la comunidad viene a ser más diversa—étnica, cultural, educacional y teológicamente.

Pero—aquí está la ironía—con la obvia y creciente necesidad de tales declaraciones, también viene el eminente y menos obvio peligro que se agazapa en ellas. Tan pronto como formulamos una declaración de creencias, no faltan quienes dejan de pensar, dejan de hacerse preguntas, dejan de crecer. Algunos usan la declaración para juzgar a otros, tratan de excluir de la comunidad a quienes no están a la altura demarcada por ellos e impiden el pensamiento creador dentro de la comunidad. Puede que en 1861 Loughborough haya sido demasiado pesimista, pero no estuvo del todo equivocado cuando nos amonestó a no formular un credo que nos impusiera lo que debíamos creer, convirtiéndose en prueba de discipulado y en la vara con la cual medir a los miembros, para denunciar a los herejes y perseguir a quienes no lo confiesen.

Seguramente que este doble peligro no existe sólo entre los adventistas; existe en toda comunidad de fe. Pero tiene un significado especial para los adventistas porque el espíritu, el geist, el ethos, de la teología adventista es la apertura y la búsqueda de “verdad presente”—una apertura y búsqueda que “continuará hasta el fin”. Esta es la razón por la cual el preámbulo es tan importante. Dejar de pensar, dejar de hacer preguntas, dejar de “buscar un más amplio entendimiento” es traicionar nuestra herencia adventista. Literalmente, debería ser impensable.

Para decirlo en forma positiva: al grado que una comunidad de fe promueve los estudios para “obtener un más claro entendimiento de la palabra [de Dios]” y para “discernir nueva luz y belleza en sus veradades sagradas” hasta tal grado será ella un ejemplo de lo que significa ser autenticamente adventista en el siglo veintiuno.

Fritz Guy enseña religión en La Sierra University, en Riverside, California.

Referencias

1. “Doings of the Battle Creek Conference, Octubre 5 and 6, 1861”, Advent Review and Sabbath Herald, 18 de octubre, 1861, 148.

2. Ibid.

3. Walter R. L. Scragg, “Doctrinal Statements and the Life and Witness of the Church,” documento inédito presentado en la reunión de obreros en Vasterang, Suecia y Manchester, Inglaterra, entre el 24 de agosto y el 4 de septiembre, 1981.

4. James White, “Resolution of the Seventh-day Baptist Central Association”, Advent Review and Sabbath Herald, 11 de agosto, 1853, 52.

5. James White, “Gospel Order”, Advent Review and Sabbath Herald, 20 de diciembre, 1953, 173, 180.

6. Advent Review and Sabbath Herald, 15 de agosto, 1854, 1.

7. Ibid, 26 de diciembre, 1854, 137, 145.

8. A Declaration of the Fundamental Principles Taught and Practiced by the Seventh-day Adventists (Battle Creek, Michigan: Seventh-day Adventist Publishing Association, 1872), 3; citada en Seventh-day Adventist Encyclopedia, 2a. edición revisada, 2 volúmenes (Hagerstown, Md.: Review and Herald, 1996), 1: 465.

9. SDA Encyclopedia (1996), 1:465–66.

10. Membership of the Seventh-day Adventist Church of Battle Creek, Michigan, As It Stood April 16, 1894, 12, citado por Scragg, “Doctrinal Statements”, 9.

11. Según Lawrence Geraty en “A New Statement of Fundamental Beliefs”, Spectrum 11.1 (Julio 1980), 2, los otros miembros del panel fueron M.F. Kern, secretario asociado de la Conferencia General, y E.R. Palmer, gerente de la Review and Herald Publishing Association.

12. Ibid, 2–3; Scragg, “Doctrinal Statements”, 15.

13. Raymond F. Cottrell, conferencia presentada al San Diego Adventist Forum el 8 de abril, 2000. Las dos versiones no son necesariamente incompatibles. Es probable que Nichol preparó un borrador que fue entonces revisado y tal vez corregido por Wilcox y finalmente presentado a los demás miembros del panel.

14. Gottfried Oosterwal, “The Seventh-day Adventist Church in Mission: 1919–1979”, documento inédito citado por Geraty, “New Statement”, 3.

15. SDA Encyclopedia (1976), 396. En la segunda edición revisada de 1996 (1:465), la oración correspondiente omite el rechazo explícito de la noción de un credo y simplemente dice: “Fue considerada una sinópsis de los rasgos prominentes de las creencias de los adventistas”.

16. Minutas de la reunión del 18 de marzo, 1976, del comité administrativo del Presidente (PREXAD) y de la reunión del 24 de marzo, 1976, del concilio consultativo del Presidente (PRADCO). Según la Seventh-day Adventist Encyclopedia 1:465, el comité ad hoc fue nombrado por el presidente del comité encargado del Manual de la Iglesia, pero las minutas del PRADCO no concuerdan con esto.

Eva era vice-presidente y Seton secretario asociado de la Conferencia General. Todos los demás miembros del comité ad hoc trabajaban en la Conferencia General: Willis Hackett, Richard Hammill y Alf Lohne eran vice-presidentes; Clyde Franz, secretario; Charles Bradford, secretario asociado; Gordon Hyde, secretario de campo; R. N. Dower, secretario de la Asociacion Ministerial y Arthur White, secretario de los Herederos de Elena White.

17. Carta de Bernard Seton a Lawrence Geraty, transcrita de grabación en cinta de la presentación de Geraty ante el San Diego Adventist Forum el 18 de abril, 2000.

18. Geraty, “New Statement”, 3.

19. Carta de Seton a Geraty.

20. Scragg, “Doctrinal Statements”, 21.

21. Carta de Seton a Geraty.

22. Según Geraty, “New Statement”, 12, n. 5, el grupo nombrado por Joseph G. Smoot [el presidente de Andrews entonces] consistía de Richard Schwarz, profesor de historia y vice-presidente de administración académica; Thomas Blincoe, profesor de teología y decano del Seminario; Ivan Blazen, profesor de Nuevo Testamento; Raoul Dederen, profesor de teología; Lawrence Geraty, profesor de Antiguo Testamento; Roy Graham, prevoste de la universidad; William Johnsson, professor de Nuevo Testamento y decano asociado del Seminario; Hans LaRondelle, profesor de teología; Gottfried Oosterval, profesor de misiones y William Shea, profesor de Antiguo Testamento. Kenneth Strand, profesor de historia ecclesiástica y yo [Fritz Guy] fuimos añadidos más tarde, resultando en un total de doce. Yo serví como secretario del grupo.

23. Ibid, 3–4.

24. La estructura dada a continuación fue la que diseñó el grupo de la facultad en Adrews; la terminología, sin embargo, es la de la versión final adoptada por la Conferencia General en sesión. Véase Adventist Review, 1o. de mayo, 1980, 23–27; SDA Encyclopedia (1996), 1:465–70.

25. Véase, por ejemplo, el esquema que Karl Barth proyectó para su sistema teológico en cinco partes, pero que no alcanzó a terminar, Church Dogmatics (Edinburgo: T & T Clark, 1936–58): Palabra de Dios, Dios, Creación, Reconciliación, Consumación.

26. Geraty, “New Statement”, 6, 8.

27. “Fundamental Beliefs of Seventh-day Adventists”, Adventist Review, 21 de febrero, 1980, 8–10.

28. Para detalles, véase Geraty, “New Statement”, 8.

29. El debate sobre la declaración de las Creencias Fundamentales tuvo lugar del 21 al 25 de abril, 1980. Para observaciones personales y la interpretación de elementos selectos del debate, véase Geraty, “New Statement”, 8–13. Para el registro oficial del debate, véase, “Session Proceedings” en los “General Conference Bulletins 5–9”, Adventist Review, 23 de abril, 1980, 8–11, 14; 24 de abril, 1980, 18–23, 28–29; 25 de abril, 1980, 16–20, 31; 27 de abril, 1980, 14–18; 1o. de mayo, 1980, 17–18, 20–22.

30. “Seventh Business Meeting, Fifty-third General Conference session, April 21, 1980, 3:15 p.m.: Session Proceedings”, Adventist Review, 21 de abril, 1980, 8–9.

31. Geraty, “New Statement”, 13.

32. Debe quedar claro de que el documento no fue enmendado directament en la sala. Wilson nombró una comisión de doce administradores y eruditos encargada de redactar los cambios: Richard Hammill, vice-presidente de la Conferencia General (presidente); Maurice Battle, secretario asociado de la Conferencia General y secretario del comité del Manual de la iglesia (secretario); Thomas Blincoe, decano del Seminario Teológico; Robert Brown, director del Insitituo de Investigaciones Geológicas; Duncan Eva, vice-presidente de la Conferencia General; Lawrence Geraty, representante de la facultad del Seminario; W. Richard Lesher, director del Instituto de Investigaciones Bíblicas; James Londis, pastor de la iglesia de Sligo en un suburbio de Washington; Robert Olson, secretario de los Herederos de Ellen G. White; Jan Paulsen, presidente de Newbold College; G. Ralph Thompson, vice-presidente de la Conferencia General y presidente del comité del Manual de la iglesia, y Mario Veloso, director de los departamentos de jóvenes y de temperancia de la Division Sudamericana. Véase “Seventh Business Meeting”, 14.

33. Geraty, “New Statement”, 10.

34. Graybill, un secretario asistente de los Herederos de Ellen G. White, había escrito, usando el seudónimo William Wright, acerca de la aversión histórica de los adventistas a la formulación de un credo. Véase, “Adventism’s Historic Witness Against Creeds”, Spectrum 8.4 (Agosto 1977): 48–56.

35. Como se informa en “Sessions Proceedings” del 24 de abril, 1980, 9:30 a.m., Adventist Review, 27 de abril, 1980, 13, la fraseología preparada por Graybill era sustancialmente la que se adoptó finalmente. La diferencia más significativa es el matiz más suave con que se refiere a posibles futuras revisiones. Mientras que Graybill propuso: “Estas formulaciones pueden y deben ser revisadas”, el texto aceptado dice: “Revisiones de esta declaración pueden ser necesarias”.

36. Ellen G. White, “The Mysteries of the Bible a Proof of Its Inspiration”, Testimonies for the Church (Mountain View, Calif.: Pacific Press, 1948), 5:706.

37. Erwin R. Gane, J. Robert Spangler y Leo R. Van Dolson, God Reveals His Love, Adult Sabbath School Lessons, julio-septiembre y octubre-diciembre, 1988.

38. Los comentarios ofrecidos por lo general siguen el orden en la declaración: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 19, 7, 25, 8, 23, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 20, 21, 22, 24, 26, 27.

39. George R. Knight, A Search for Identity: the Development of Seventh-day Adventist Beliefs (Hagerstown, Md.: Review and Herald, 2000), 202.

40. De acuerdo con el registro oficial del debate (ver la referencia en la nota n. 30 arriba), al menos 120 hombres y sólo 6 mujeres participaron en el debate—una relación de 20 a 1. La diferente manera en que los hombres y las mujeres tienen conciencia de su ser, de Dios, de su identidad y de la comunidad de fe es indisputablemente razón poderosa para que haya participación activa y valiosa de mujeres, no solamente en el ministerio pastoral sino también en el desarrollo y la articulación de la teología adventista.

41. Ver “Articles of Religion”, en The Book of Common Prayer and Administration of the Sacraments and Other Rites and Ceremonies of the Church (New York: Seabury, 1979), 867—76; “The Augsburg Confession”, en TheBook of Concord: The Confessions of the Evangelical Lutheran Church (editor, Theodore G. Tappert; Philadelphia: Fortress, 1959), 27–96.

(Traducido por Herold Weiss con la asistencia de María Elena Baranov)

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