Skip to content

“La depresión y el cristiano”

Por Bruce Anderson

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

“Ayer traté de suicidarme”.  Las palabras cayeron de la boca de la joven sentada frente a mí.  Me fijé en las grapas de piel y en una herida enrojecida bajo el vestido sucio que ella se levantó de la muñeca izquierda.  Continuó, lloriqueando: “Me corté la muñeca sin pensar.  No quería vivir más.  Mi padre se enteró de que no estaba pagando el seguro del automóvil, y que estaba gastando el dinero en marihuana, cigarrillos y bebidas gaseosas.  Estaba cansada de escuchar  gritos y no quería hacer frente a la decepción de mi padre conmigo”.  La joven fue hospitalizada bajo la ley 5150 de California, que proporciona setenta y dos horas de hospitalización de emergencia para enfermos mentales, que son un peligro para sí mismos o para otros, o que son incapaces de encargarse de sus necesidades básicas.

Preguntas hechas con cuidado revelaron que un mes antes había hecho otro intento de acabar con su vida.  Aquella vez había intentado envenenarse con monóxido de carbono, colocando un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche, e introduciendo el otro extremo por la ventanilla del coche.  “Mi novio me perturbó la cabeza.  Me dijo que iba a tener un hijo con otra mujer”.  La joven admitió que estaba “drogada con marihuana” en ese momento, y afirmó que su plan suicida “no funcionó”, porque la manguera se doblé.  Luego se fue a su casa y nunca le dijo a su familia lo que había hecho.

Por último, mencionó que cuando tenía quince años había intentado ahorcarse.  Vivía con su madre deprimida que abusaba del alcohol, estaba fumando marihuana y no asistía a sus clases de la secundaria.  Ella comenzó el procedimiento para ahorcarse, pero la idea de que sus dos hermanos menores podrían encontrarla la detuvo.  Cuando le contó a su madre lo que había planeado hacer, ésta le dijo que dejara de llamar la atención con ese comportamiento.

Tomé registro de esta historia y le realicé un examen mental, determinando que ella nunca había alucinado, que no era fantasiosa, y su inteligencia era normal aunque infrautilizada.  Estaba teniendo una vida sedentaria y se avergonzaba de pesar 215 libras, aunque su altura era de 5 ‘1”.  Formulé un diagnóstico: depresión aguda, recidivante, grave, y no psicótica.  Prescribí un examen psiquiátrico y un plan de tratamiento, y luego ordené observación atenta de enfermería,  estudios de laboratorio, y un antidepresivo de uso común.

La historia que he sintetizado se compone de elementos comunes de casos escuchados en una unidad hospitalaria de salud mental.  Estas historias son tan familiares, que no causan ninguna sorpresa a cualquier persona que trabaja por la gente con problemas.  Pueden parecer muy alejados de la vida diaria, pero no lo son.  Como sugiere el título del tema de la Escuela Sabática de esta semana, “La esperanza contra la depresión,” la depresión es una plaga antigua y común de la humanidad.  Se le ha llamado “el resfrío común de las enfermedades mentales”.  El término melancolía, acuñado por Hipócrates de Cos, significa “bilis negra”, lo que sugiere una causa humoral de la depresión.  El término aún se usa, y describe determinadas formas graves de la enfermedad depresiva.  Al leer los familiares lamentos de David en los Salmos 32, 39, 42 y 51, me sugiere desesperación y desolación extremas, sin esperanza, muy cerca de los síntomas de las personas que sufren de la enfermedad depresiva en la actualidad.

Un ejemplo gráfico es el diálogo depresivo de David con Dios, contenido en el Salmo 42.

Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche,
mientras que los hombres me dicen todos los días, ¿Dónde está tu Dios? (vs. 3).
Diréa Dios: Roca mía, ¿Por qué me has olvidado?
¿Por qué tengo que andar enlutado por la opresión del enemigo?
Mis huesos sufren agonía mortal cuando mis enemigos me afrentan,
diciéndometodo el día, ¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué te abates, oh alma mía?
¿Por qué te turbas dentro de mí? (vs. 9-11, NVI)

El término depresión es expresivo, aunque impreciso.  Sus significados van desde problemas económicos, pasando por la tristeza, hasta la enfermedad mental grave.  Es un término usado en el lenguaje común para sugerir condiciones que van desde la tristeza leve, como un “mal día”, a la enfermedad mental verdadera.  Incluso dentro de la categoría de los trastornos mentales hay una serie de condiciones que son incluidas, con diferentes síntomas y pronósticos.  Dentro de esta categoría están el trastorno distímico, la depresión mayor, depresión bipolar, y el trastorno esquizoafectivo.  Puede valer la pena definir dos, entre las más importantes de estas condiciones.

La depresión mayor es una condición que dura al menos dos semanas, y que presenta un estado de ánimo deprimido, o pérdida de interés o placer en casi todas las actividades, la mayor parte del tiempo, casi todos los días.  Varios otros síntomas también pueden estar presentes, incluyendo la pérdida o el aumento significativo de peso, graves alteraciones del sueño, fatiga o pérdida de energía, agitación o enlentecimiento psicomotor (siendo registrada una clara disminución), sentimientos de inutilidad o de culpa excesiva, disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, y pensamientos recurrentes de muerte o suicidio.  Se requieren al menos cinco de estos nueve elementos para el diagnóstico de depresión mayor, la  que puede ocurrir con o sin rasgos psicóticos.

El trastorno bipolar es un trastorno del estado de ánimo con al menos un episodio a la semana en que el ánimo se muestra anormal y persistentemente irritable, o expansivo, o elevado.  Sin embargo, los pacientes bipolares sufren sobre todo de depresión, lo que representa hasta dos terceras partes de sus trastornos del estado de ánimo.  El estereotipo de la persona maníaca feliz, que pasa un buen rato y hace las cosas sólo por diversión, está lejos de la experiencia real de estas personas, que viven episodios desagradables y de mucha perturbación.

Aunque la depresión no tratada es la causa de indecibles sufrimientos, así como del deterioro de la productividad y pérdidas económicas, el mayor riesgo es el suicidio.  La muerte por suicidio es un peligro para la salud pública, es la causa de más de treinta mil muertes anuales innecesarias en los EE.UU.  Es, con mucho, un peligro aún mayor que el asesinato, que representa cerca de veinte mil muertes en ese país cada año.  Durante los años de la guerra de Viet Nam, las muertes suicidas superaron con creces a las muertes en combate.  Aunque es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes, el suicidio aumenta las tasas con la edad de las personas, las que son mayores entre los varones de edad avanzada.  Las tasas de suicidio aumentan en comparación con todos los trastornos psiquiátricos más importantes, especialmente los trastornos del estado de ánimo y la esquizofrenia.  Más del sesenta por ciento de las personas que se quitan la vida tienen depresión aguda.

Las dependencias químicas son comunes entre los pacientes con depresión y trastorno bipolar, lo cual aumenta el riesgo ya considerable de suicidio.  El suicidio es un peligro cada vez mayor entre el personal militar norteamericano, y puede estar relacionado, al menos en parte, con las tensiones en la vida familiar causadas por los frecuentes despliegues en Irak y Afganistán.  Es bien sabido que, aunque las mujeres son cuatro veces más propensas a intentar suicidarse, los hombres tienen casi cuatro veces más probabilidades de completar un acto suicida.  Los antecedentes personales de conducta suicida confieren un riesgo de suicidio cerca de cuarenta veces mayor.

¿Qué puede hacerse para tratar este grupo de enfermedades que llamamos depresión?  Mucho.  Aunque las personas más severamente deprimidas, como mi paciente mencionada al principio, requieren hospitalización para la auto-protección y el inicio del tratamiento, la mayoría de las personas no requieren esa intervención.  Para la mayoría, el tratamiento ambulatorio es necesario, y para la mayoría de las personas con depresión severa es probable que sea necesario un tratamiento con antidepresivos.  Existen medicamentos antidepresivos eficaces y estabilizadores del estado de ánimo de origen reciente.  Por ejemplo, el litio, utilizado por primera vez en Australia en 1949, es reconocido como el “patrón oro” del tratamiento para el trastorno bipolar, aunque ahora se usan muchos de los medicamentos más nuevos.  Aprobado por la FDA en 1970, el litio ha revolucionado el tratamiento del trastorno bipolar.  Tiene la rara habilidad de disminuir la incidencia del suicidio, tanto como diez veces.

Recientemente, en 1988, se introdujo la fluoxetina o Prozac, una importante mejora en los medicamentos tricíclicos disponibles hasta entonces, debido a su mayor seguridad y menor riesgo de muerte por sobredosis.  La combinación creativa de los antidepresivos y los nuevos agentes “atípicos” puede ofrecer esperanza a muchas personas que no responden a los agentes solos o únicos.  Hoy esperamos que los milagros químicos sean la regla y no la excepción.  Lamentablemente, esas esperanzas a veces pueden ser frustradas, y a menudo es necesario buscar tratamientos alternativos no médicos.

La psicoterapia, o terapia de hablar, sigue siendo muy útil, y a menudo es más eficaz cuando se usa combinada con medicamentos.  La combinación de psicoterapia y medicación puede funcionar mejor que una sola de ellas.  La terapia con luz brillante puede ser muy eficaz, especialmente para la depresión estacional o invernal.  El ejercicio regular puede funcionar como tratamiento antidepresivo, o para mejorar el efecto de otros tratamientos utilizados.  Un programa de ejercicios antidepresivos podría consistir en caminar vigorosamente durante cuarenta y cinco minutos, cinco días a la semana.  Hacerlo en las primeras horas de la mañana puede aumentar su beneficio.  La estimulación magnética transcraneal (EMT) es un nuevo tratamiento que ya ha sido utilizado en cerca de 3.000 pacientes en los Estados Unidos.  Este tratamiento, aprobado por la FDA, es en general muy seguro, con mínimas molestias, y no requiere anestesia, como el tratamiento electro-convulsivo (TEC).  Este último sigue siendo dramáticamente eficaz para ciertas formas de depresión muy grave, según lo descrito por Kitty Dukakis en su reciente libro, Shock: El poder curativo de la terapia electro-convulsiva.

¿Existen ventajas de ser un cristiano adventista a la hora de prevenir o tratar la depresión y otras enfermedades?  Sí, muchas.  La práctica de un estilo de vida saludable es uno de los beneficios más importantes, a pesar de que muchos de nosotros no estamos a la altura del ideal de salud defendido por Elena G. de White.  Estos beneficios son confirmados por el Estudio de Salud Adventista, e incluyen una mayor longevidad y menor incidencia de muchas enfermedades.  Además de los beneficios para la salud, la fe cristiana ofrece una explicación satisfactoria de la condición humana y de la necesidad humana de redención y perdón.  Ofrece la relación con una Deidad benigna que se ofrece a Sí misma como respuesta para la alienación humana con Dios y con el prójimo, que es el resultado del pecado.  La creencia en un Dios que perdona, que se unió con la humanidad, y que nos acepta y perdona, produce cambios en las personas y da sentido a nuestras vidas.  Esta interacción transformadora entre el hombre y Dios no confiere inmunidad frente a un accidente o una enfermedad, pero sitúa al hombre en el centro de la atención divina, y, para el cristiano, la unión con lo divino es la esperanza y la gloria final de la existencia humana.

Una de las desventajas específicas para algunos creyentes con depresión, es la convicción de que una vida cristiana comprometida debe vacunarnos contra las enfermedades, en particular, contra cualquier enfermedad mental.  ¿Por qué alguien que cree en Dios y practica una vida de virtud cristiana podría deprimirse?  ¿Tener depresión, no sugiere una falta de fe o una vida sin oración?   O bien, se supone que el pecado no confesado debe ser la fuente de la depresión.  En un extremo, los cristianos severamente deprimidos pueden llegar a ser delirantes, convencidos de que han cometido “el pecado imperdonable”, también conocido como “el pecado contra el Espíritu Santo”.  Razonar con una persona que si hubiera cometido realmente este pecado se sentiría indiferente en lugar de culpable, y señalar la gracia del perdón de Dios, no va a ser persuasivo.

La distinción entre la culpa que es irracional y la culpa que representa una violación del propio código moral del paciente, requiere el juicio de terapeutas con experiencia y que sean maduros en su propio crecimiento moral y espiritual.  Este reconocimiento del pecado como una realidad humana, jamás podrá justificar una actitud de crítica o condena.  Más bien nos recuerda la intervención terapéutica de nuestro Maestro, que en una situación similar, dijo: “Tampoco yo te condeno”, y luego constituyó la orden judicial: “Vete ahora y deja tu vida de pecado” (Juan 8:11, NVI).

Los pacientes concienzudos pueden sufrir la picadura doble de la enfermedad depresiva con la carga añadida culposa de creer que esta enfermedad es una señal segura de que no están convertidos.  Los amigos bien intencionados que recomiendan la confesión del pecado en lugar de un tratamiento efectivo, es probable que añadan sufrimiento a los cristianos con depresión.  Tales “consoladores de Job” deberían mantenerse alejados de las personas enfermas.  En lugar de ofrecer la consolación de la fe, aumentan sin necesidad el estigma y el auto-desprecio que sienten muchas personas con depresión aguda.

Por último, le sugiero volvernos a las oraciones extraordinarias de David, un jefe guerrero y poeta con dramáticas variaciones del estado de ánimo, que parecen ser profundos pensamientos de desaliento y depresión.  Aunque su estado de ánimo se expresa poéticamente, los extremos de tristeza y desesperanza, que contrastan con la fe y el compromiso dedicado, parecen espontáneos y sin editar.  Uno podría imaginar que estos salmos son asociaciones libres de un paciente en el sofá, que dice lo que se le viene a la mente.  La intimidad y la libertad de sus oraciones demuestran una amplia gama de emociones humanas y también sugieren una relación extraordinaria con el Dios que él conocía muy bien.  También se desprende de esta poesía que David percibía la conexión entre el pecado y sus estados de ánimo.  Ya sea que sufría de la enfermedad depresiva diagnosticable o no, su expresión gráfica del estado de ánimo puede ser un modelo de oración sin inhibiciones.

“Mientras callé, mis huesos se fueron consumiendo
por mi gemir todo el día.
Porque de día y de noche tu mano pesaba sobre mí;
mi fuerza fue minada como en el calor del verano.
Pero te confesé mi pecado, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: “Voy a confesar mis transgresiones al Señor”;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado”  (Sal. 32: 3-5, NVI)

 

Subscribe to our newsletter
Spectrum Newsletter: The latest Adventist news at your fingertips.
This field is for validation purposes and should be left unchanged.