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Libros para la mesita de luz: Otra clase de fe

(Traducido por Herold Weiss)

Si es cierto que Dios excede todos nuestros esfuerzos por contenerlo, ¿es una exageración decir que lo que más tienen en común los cristianos es el estar pasmados? ¿O decir que reunirnos para confesar todo lo que no sabemos es una actividad al menos tan sagrada como la de proclamar lo que creemos realmente saber?—Barbara Taylor Brown

Mi copia del libro Leaving Church: A Memoir of Faith (San Francisco: Harper, 2006) (Dejando la iglesia: Un recuento de mi fe) por Taylor Brown tiene muchas esquinas de páginas dobladas y está marcada con círculos, subrayados y signos de exclamación. ¿Cómo puede uno resistir a una elocuente predicadora que deja su ministerio pastoral por un puesto académico, y una de las primeras cosas que encuentra en su nueva existencia es el sábado?

Entonces también me hizo ver mejor a la pobreza espiritual. “Siendo que esta virtud ha casi desaparecido en el ambiente eclesiástico en los Estados Unidos, a menudo es difícil reconocerla”, nos dice.

Cuando casi todos nuestros esfuerzos se concentran en el crecimiento de la iglesia, en pregonar las ventajas de creer, y se gasta pródigamente energía religiosa en asuntos políticos, el único que reconoce y bendice a los pobres en espíritu es Jesús. Toda su manera de ser señala la ruta que hace posible el despojo de todos los bienes acumulados por el yo, en vez de la que anima al yo a acumular riquezas espirituales. Solo aquellos que pierden sus vidas pueden poseerlas.

El título de este libro puede dejar la impresión que se trata de un recuento de todos los males que minan las comunidades cristianas, pero ese no es su contenido. Si bien Taylor Brown nos cuenta de las lágrimas vertidas al enfrentar los problemas de la iglesia que pastoreaba, su amor por los miembros nunca queda en duda. Lo que queda claro es que “la iglesia no es el punto de llegada sino el punto de partida para el discernimiento de la presencia de Dios en la tierra”. La iglesia es donde las personas

aprenden a discernir las formas en que Dios se manifiesta—no sólo en las Santas Biblias y las Santas Cenas sino también en vecinos, misteriosos extraños, rodajas de pan y vino del almacén. De esta manera, cuando salen de la iglesia ni ellos se alejan de Dios ni Dios se aleja de ellos. Simplemente llevan lo que han recibido al ancho mundo donde hay una audible necesidad de personas que reconocen la sacralizad de las cosas y las alzan hacia Dios.

Puede ser que en las semanas siguientes, llevando conmigo sus palabras resonando en mis oídos hizo que al hojear otros libros, o reseñas de libros, oyera ecos de Brown. Por ejemplo, en el artículo acerca de Sigmund Freud, que apareció en la New York Times Magazine (la Revista Dominical del periódico neoyorkino The New York Times) del 9 de septiembre, 2007, se comenta que en su ancianidad este ateo declarado comenzó a ver por que se valora a Dios. El autor, Mark Edmundson, escribe sobre la base de investigaciones realizadas en el proceso de escribir su libro The Death of Sigmund Freud: The Legacy of His Last Days (New York: Bloomsbury, 2007) (La muerte de Sigmund Freud: El legado de sus últimos días).

Edmundson da un resumen del último libro escrito por Freud, Moses and Monotheism (Moisés y el monoteísmo). En éste Freud argumenta que la creencia de los judíos en un Dios invisible favoreció entre ellos actividades que involucraban modelos abstractos de experiencia—representados en palabras, números o líneas—y trabajar con abstracciones para obtener control sobre la naturaleza, o sobre la organización de la vida humana. Freud llama a este proceso de internalización un “avance de intelectualidad” y lo acredita directamente a la religión.

Fe en un Dios invisible, por lo tanto, no solamente prepara el terreno para que se desarrollen las ciencias, la literatura y las leyes, sino también para la introspección intensiva. Según Freud, quien puede contemplar un Dios invisible está aventajado para el conocimiento propio.

La imaginación, la curiosidad y la humildad están ampliamente desplegadas en el libro de Walter Isaacson, Einstein: His Life and Universe (New York: Simon and Schuster, 2007) (Einstein: Su vida y su universo). Al leerlo me sentí hechizada por el genio del físico y muy agradecida al autor no sólo por su presentación de un hombre fascinante sino también por explicar sus teorías en forma muy accesible. Al terminar su lectura, también había obtenido una nueva apreciación de la relación que Einstein tenía con Dios, sin tomar en cuenta sus protestas de ateo.

“La perspectiva desde la cual Eisntein observaba al universo estaba definida por unas pocas fórmulas sensillas”, según Isaacson. “La creatividad require la disposición a no estar conforme. Esto require el cultivo de quienes poseen mentes y espíritus libres, lo cual a su vez requiere el ser tolerante. El fundamento de la tolerancia es la humildad—la noción de que nadie tiene derecho a imponer ideas o creencias en otras personas”.

El mundo ha visto a muchos genios imprudentes. Lo que hizo que Einstein fuera único fue que su mente y su alma fueron templadas por su humildad. En el transcurso solitario de su vida pudo estar serenamente confiado en sí mismo y al mismo tiempo humildemente asombrado por la belleza de lo producido por la naturaleza. “Un espíritu se manifiesta en las leyes de la naturaleza—un espíritu inmensamente superior al del hombre, uno en cuya presencia nosotros, con nuestros modestos recursos, debemos sentirnos humildes”, escribió él. “Es por eso que el camino del científico lo conduce a sentimientos religiosos de otra clase”.

Para algunos los milagros sirven como evidencia de la existencia de Dios. Para Einstein, la ausencia de milagros reflejaba la providencia divina. El hecho de que el cosmos es comprensible, que esta regido por leyes, hace que nos asombremos. Esta es la virtud que define a “el Dios que se revela en la armonía de todo lo que existe”

Edmundson nos sugiere que Freud leía las Escrituras como si se tratara de poesía, y aprendió de ellas de esa manera. Los libros que leí recientemente no son poesía, pero aprendí en ellos algo nuevo acerca del valor de la vida espiritual que está llena de creatividad, humildad y asombro.

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