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Cuando hayáis entrado en la tierra

Números 15 es un capítulo relativamente pacífico, dado el espectacular fracaso en derrotar a los amalecitas y a los cananeos en el capítulo 14 y, más aún, la rebelión y la retribución divina en el capítulo 16. Cuando los hijos de Israel se asentaron en sus cuarenta años en el desierto, se les dieron mandamientos que les aseguraron un futuro prometido, y recalcaron la forma en que Dios quiere que su pueblo viva.
Todo el capítulo señala cómo debe responder el pueblo de Dios, ya sea en tiempos de agradecimiento o en penitencia, las consecuencias del pecado cometido “con soberbia” y una lección sobre cómo recordar los mandamientos. Tal vez el capítulo se puede resumir en el versículo 40: “Para que os acordéis, y hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios”.
El objetivo es la santidad, y Dios decidió que su pueblo debe saber cómo lograr este objetivo en el presente y en el futuro. Una de las tareas más difíciles para los cristianos es leer un libro como Números, con sus muchas ordenanzas y mandamientos, y hacerlo relevante para nuestra experiencia en el siglo XXI –un texto con vida. Al tener una experiencia como la de los israelitas, nuestros antepasados espirituales, y al aplicarla a nuestro contexto, podemos derivar un significado práctico del libro.
Dos veces en el capítulo 15, en los mensajes transmitidos a través de Moisés, Dios dice: “cuando hayáis entrado en la tierra de vuestra habitación que yo os doy” (15: 2, 18). Esto fue reconfortante para el pueblo incrédulo, que había negado la capacidad de Dios para llevarlos a la victoria sobre sus enemigos aparentemente superiores. A pesar del retraso en el cumplimiento de la promesa, y la muerte prematura de la generación involucrada, Dios cumplirá su palabra. Los jóvenes heredarán la tierra y disfrutarán de los beneficios de una tierra que fluye leche y miel. En el capítulo 15, se da a los israelitas un anticipo de la abundancia de la tierra en los mandamientos respecto a las ofrendas sin carne; la cual no era fácilmente disponible en el árido desierto.
Para los cristianos de hoy, también es cierto que, si bien nuestros pecados pueden causar que Dios retarde el cumplimiento de sus promesas, Él siempre mantendrá su palabra acerca de su propósito último para nuestra vida; si es que estamos dispuestos a arrepentirnos. En su libro, El Evangelio de Ragamuffin, explica Brennan Manning, | el pobre hombre y la mujer del Evangelio han hecho las paces con su existencia defectuosa […] no presentan excusa para su pecado […] no pretenden ser nada más que lo que son: pecadores salvados por gracia. | Hasta en la entrega de las leyes, la gracia de Dios se manifiesta –Él está preparado para trabajar aún con la humanidad de réprobos.
La primera mitad del capítulo trata de las leyes para las ofrendas, “para cumplir una promesa, o como ofrenda voluntaria, o para ofrecer en vuestras fiestas solemnes” (v. 3). Vale la pena considerar el propósito de estas ofrendas. La comprensión más común es que se ofrecían como sacrificio para la expiación del pecado, pero en tiempos de agradecimiento, de celebración y solemnidad, el pueblo también fue instruido formalmente acerca de cómo reconocer a Dios. ¿Cómo podemos, hoy, ofrecer “olor grato al Señor”? (Núm. 15: 3; Gén. 8:21; Fil. 4:18).
Los sacrificios del Antiguo Testamento, como siempre, señalaban a una verdad mayor; cada aspecto de nuestras vidas debe ser un testimonio generalizado de la bondad de Dios. El apóstol Pablo declara que debemos ser “un sacrificio vivo” (Rom. 12:1), es decir, no dar simplemente de la abundancia de nuestras riquezas, sino la esencia de nuestro ser. En su experiencia, Habacuc llegó a un lugar al que todo cristiano debería aspirar. Su acción de gracias a Dios ya no estaba atada a las leyes, fiestas y celebraciones, o al favor providencial. Después de considerar la visión que le había sido dada y al comprender el futuro de Israel, declaró que, independientemente de cómo se desarrollaran las circunstancias, se “gozará en el Señor” (Habacuc 3:17-19). Debemos considerar con más cuidado no sólo nuestros actos de acción de gracias, sino también la adopción de una actitud de agradecimiento, arraigada en un Dios que no cambia y no en nuestras circunstancias cambiantes.
En medio de las leyes sobre las ofrendas de cereales y libaciones, hay un punto doloroso en la cohesión de la comunidad, el que refiere “al extranjero que está dentro de nuestras puertas”. El jueves 22 de octubre, Nick Griffin, el líder de la extrema derecha del Partido Nacional Británico (PNB fue el centro de una polémica al concedérsele un asiento en el panel de un popular programa semanal de la BBC sobre política, “Question Time” -un programa que es la piedra de toque del debate político popularizado para la clase media de Gran Bretaña. Mientras que en la mayoría de las ocasiones los políticos chocan entre sí para demostrar cómo su modelo de vida para esta isla es mejor que el de los demás, en esta ocasión fue diferente. Hubo solidaridad unánime entre el panel y un millar de asistentes, en contra de la política de odio del PNB.
La historia de la iglesia refleja la historia de la sociedad en general, demostrando que muchas veces hemos tenido problemas con el tema del “extranjero dentro de nuestras puertas”. ¡Ay, a veces, ha sido evidente que la sociedad secular ha sido más tolerante con la diversidad que la Iglesia. Sin embargo, en Números 15:15-16 Dios establece que debe haber “un mismo estatuto, [. . .] una misma ley y un mismo decreto [. . .]; como vosotros, así será el extranjero delante del Señor”. No iba a ser un sistema de dos niveles, aunque esto fue lo que más tarde los israelitas establecieron.
El mismo principio de igualdad es el que resuena en los versículos 26 y 29, cuando se habla del pecado no intencional. Así, no sólo en la acción de gracias, sino también en la penitencia, los nativos eran iguales a los extranjeros. Sabemos que con el pasar de los años los judíos se tornaron muy elitistas, y clausuraron su fe y sus beneficios, reservándolos sólo para ellos mismos. Sin embargo, incluso antes de que fueran plenamente establecidos en la tierra de la promesa, Dios estableció cómo quería que fuera su pueblo. El propósito de Dios para su pueblo, independientemente de su origen étnico, era la unidad en Él. Porque todos hemos pecado, intencionalmente o no, e independientemente de quiénes hayan construido la iglesia local, de cuál es el estilo de música preferido, el lenguaje y otras diferencias culturales, cuando nos arrodillamos ante Dios, su gracia es inclusiva (Exo. 20:10; Gál. 3:28; Rom. 2:11). Es un recordatorio oportuno para nosotros que Dios les haya dicho a los israelitas que tanto los descendientes de Israel como aquellos que no lo son, están en iguales condiciones delante de él.
El capítulo también es un oportuno recordatorio de los peligros del pecado cometido con soberbia. En Números 15:22-36 encontramos las leyes relativas a los sacrificios por los pecados intencionales y no intencionales, a las que se añade un estudio de caso de un hombre que pecó con soberbia y lo pagó con su vida. Si bien las leyes sobre el pecado no intencional parecen bastante sencillas, las leyes por el pecado presuntuoso son las más difíciles de leer y se relacionan con nuestra realidad actual. La persona que cometió un pecado presuntuoso, o “con soberbia”, debía ser cortada de la congregación (Núm. 15:30-31). El Comentario Bíblico Adventista explica que “el sistema de sacrificios no proveía expiación por la oposición deliberada a la voluntad de Dios” (p. 872). Un ejemplo de pecado cometido con soberbia se da en el hombre que recogía leña en el Sábado y fue apedreado por la congregación fuera del campamento (Números 15:32-36). Se podría argumentar que no vivimos en una teocracia y no estamos bajo la ley (Rom. 6:14), así que ¿qué podemos aprender de este incidente? En la experiencia de Israel, antes y después de este evento, se registran muchos acontecimientos en los que el pecado de soberbia de uno o unos pocos hombres llevaron a la muerte a muchos (Números 14, II Samuel 24, Josué 7). De hecho, la rebelión en el cielo fue causada por la soberbia de Lucifer (Isaías 14:13-15). El carácter social de la lapidación tuvo por objeto advertir a la gente que el pecado cometido con soberbia tenía un efecto sobre toda la comunidad y traía consecuencias para ella. A pesar de que hoy en día es poco probable que una persona sea lapidada, el pecado de soberbia puede tener consecuencias eternas para nuestras vidas y las de quienes nos rodean. Dios tomó una posición firme en contra de este tipo de pecado, como un cirujano que trata de erradicar un tumor canceroso antes de que se extienda. A pesar de la sorprendente naturaleza de la gracia, también debemos ser conscientes de las consecuencias desastrosas de nuestra rebelión.
Dios sabía que su pueblo tenía una tendencia a derivar hacia la apostasía, y en los últimos cinco versos de Números 15 instruye a Moisés para que le diga al pueblo que ponga franjas en sus vestimentas: “Diles que se hagan franjas en los bordes de sus vestidos [. . .] para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos del Señor [. . .] y no miréis en pos de vuestro corazón” (Núm. 15:38-39). El uso de franjas era una práctica antigua que Dios adoptó para ayudar a la memoria de los hijos de su pueblo. Me pregunto si el cristianismo tiene equivalentes externos de las franjas en la actualidad. ¿El contorno de un pez pegado en un coche, pulseras o anillos, un collar de crucifijo? Somos un pueblo olvidadizo y es por eso que Dios a veces encabeza sus mandamientos con la palabra “acuérdate”. Sin embargo, todo esto apuntaba hacia el asunto más importante: Dios quería que su pueblo de la promesa escribiera sus leyes en sus corazones con tinta indeleble, de manera que, por su gracia, pudieran ser una nación santa (Jer. 31:33; Prov. 7:3).
Al igual que los antiguos israelitas, hoy somos un pueblo de la promesa que estamos fuera de la tierra prometida. Las palabras de Dios a los israelitas: “cuando hayáis entrado en la tierra de vuestra habitación que yo os doy” (Núm. 15: 2, 18) son similares a las palabras de Jesús a sus discípulos: “Voy a preparar un lugar para vosotros, y [. . .] vendré otra vez y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:2-3). Al planear para nuestro futuro eterno, podemos mirar hacia atrás, a nuestros padres espirituales, y nos daremos cuenta de que la situación en que estaban no es muy diferente a nuestras propias circunstancias.

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