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Una comunidad viva

(Traducido por Carlos Enrique Espinosa)

La Fundación John S. y James L. Knight es una organización sin fines de lucro que invierte en el fomento de la vitalidad de las comunidades en los Estados Unidos. Recientemente, ha completado un estudio de tres años llevado a cabo por Gallup. Este Proyecto de Investigación de la Comunidad ha intentado determinar lo que alienta a los miembros de las comunidades a ser emocionalmente positivos y a estar comprometidos con sus comunidades, y qué impacto tiene este compromiso para el éxito (sobre todo económico) de esas comunidades. Algunas de sus conclusiones proporcionan un marco interesante para la lección de esta semana. Su informe señala:

Los ciudadanos comprometidos dentro de una comunidad se inspiran en la comunidad que les rodea. Los ciudadanos conectados participan en muchos aspectos de la vida de la comunidad. Como resultado de ello, la comunidad se torna un lugar mejor para vivir, lo que ayuda a crecer y mantener una actitud positiva y de participación ciudadana. Hay una relación recíproca, en la que los ciudadanos ponen la energía en el sistema y el sistema les devuelve la energía.

Las comunidades que tienen niveles más altos de participación ciudadana, obtienen los resultados deseados …. 1

La implicación de este estudio es que la participación y el compromiso le devuelven energía al que da, y es probable garantizar un alto grado de satisfacción en la comunidad. Además, la propia comunidad se vuelve más fuerte. Hay algunas dinámicas diferentes, por supuesto, entre una comunidad local y una iglesia o comunidad cristiana, pero el principio fundamental de la relación entre el compromiso individual y la satisfacción, por un lado, y la comunidad y la fuerza e influencia, por otro, sigue siendo probablemente válido.

Si esto es cierto, ¿qué salió mal en la Torre de Babel? Aquí las personas estaban muy comprometidas, construyendo juntas para alcanzar el cielo. Dios no se impresionó y trató de romper la comunidad, limitando su capacidad de comunicación. Sin embargo, la intervención de Dios no es el resultado de su antipatía hacia las comunidades. Sólo un capítulo más tarde, oímos a Dios que promete a Abraham que será padre de una gran nación, una gran comunidad (Gén. 12:1–3).

El problema parece ser que en la construcción de la Torre de Babel el compromiso no estaba en armonía con los ideales y objetivos de una comunidad centrada en Dios; estas personas decidieron una agenda independiente de Dios, que se definía como la construcción de “una ciudad, con una torre que alcance a los cielos, para que podamos hacernos un nombre” (Gen. 11:4). Así que Dios vio el poder de la comunidad, que “nada de lo que planean hacer será imposible para ellos”, pero reconoció un problema. Su visión no lo incluía a él. Estaban desviados en una dirección egocéntrica y “humana”.

Aquí está el dilema. Una comunidad dedicada trae fortaleza a sus miembros y ofrece una sinergia positiva que impacta tanto a la propia comunidad como a los que están más allá. Sin embargo, debe existir una visión y un propósito común para que la sinergia ocurra y, en una comunidad cristiana, la unidad debe estar centrada en Dios. Si no, corremos el riesgo de recrear un escenario como el de la Torre de Babel.

Hay dos elementos esenciales, entonces, para una poderosa comunidad cristiana: propósito unificado compartido, y compromiso y participación individual y personal. La oración de Jesús en Juan 17 establece una poderosa visión de la necesidad de unidad en la comunidad cristiana. Después de orar por él mismo y por sus discípulos, Jesús oró: “No ruego sólo por ellos. Ruego también por aquellos que creerán en mí por medio de su mensaje, para que todos ellos pueden ser uno, Padre, al igual que tú estás en mí y yo en ti” (Juan 17:20–21). Jesús continuó señalando que, en el futuro, la “completa unidad” de los creyentes sería la forma en que el mundo sabría que son amados por Dios (Juan 17:23). Aquí está el fin último de unidad para la iglesia cristiana: una unidad en la creencia, el amor, y el propósito, que son inseparables de la unidad del Padre con su Hijo.

En Efesios 4, Pablo proporciona a la iglesia en Éfeso instrucción adicional sobre la idea de una comunidad cristiana que vive en la unidad. Proporciona un contexto que es una exigencia para cada individuo: “Sed humildes y completamente mansos, sed pacientes, teniendo paciencia el uno con el otro en el amor. Hagan todo lo posible por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4:2–3). Estas son las actitudes que necesita tener una comunidad cristiana si es que ha de nutrir a cada uno de sus miembros. Estas no son simples expectativas. No se trata de lo que “yo” como individuo recibo de la comunidad, sino lo que quiero dar a otros en esa comunidad.

La cuestión de la responsabilidad personal continúa más adelante en el capítulo, donde Pablo identifica la forma diferente en que el pueblo de Dios está equipado para servir: a partir de los apóstoles a los pastores y a los maestros (Efesios 4:11–13). La Primera Epístola a los Corintios, capítulo 12, se suma a esta perspectiva: cada uno de nosotros es una parte vital del cuerpo de Cristo: el ojo, la mano, la oreja. ¿Cuál es el resultado de una comunidad unificada con respecto a sus fines, con cada persona aceptando la responsabilidad de poner sus dones al servicio y el cuidado de otros en la comunidad? Pablo continúa en Efesios 4: “Entonces ya no seremos niños,…por el contrario,…creceremos en todas las cosas en Aquél que es la cabeza, es decir, en Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se mantiene unido en amor, apoyado por todos los ligamentos, ya que cada miembro hace su trabajo”.

Lo que indican tanto el “Proyecto de Investigación sobre el Alma de la Comunidad” y la Biblia, es que la fuerza de una comunidad radica en que los miembros participen plenamente, a su manera particular, en la visión de esa comunidad. El respeto hacia los demás, independientemente de sus diferencias, el enfoque y la dirección unificada, y el compromiso personal: estas cosas son las que hacen que una comunidad sea fuerte, y vitaliza a los miembros para que mantengan un compromiso continuo. ¿Cuál es la otra cara de este cuadro? No puede haber espacio para ambicionar el poder personal, para cambiar el enfoque de la misión de Dios por el nuestro, para denigrar a los demás en la comunidad, para sentarse y dejar que los demás asuman la responsabilidad. La iglesia, nuestra comunidad cristiana, es tan fuerte como el compromiso de sus miembros. Sus miembros encuentran el crecimiento personal y la satisfacción cuando la iglesia es fuerte. Lo que es medular para este ideal, es que haya unidad completa en Cristo como resultado de que cada persona esté totalmente centrada en Dios.

Notas y referencias

1. John S. y James L. Knight Foundation, Escribiendo la historia de la transformación, 30; ver on-line en www.soulofthecommunity.org.

Andrea Luxton es presidenta del University College de Canadá, en Lacombe, Provincia de Alberta, Canadá.

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